“Ni Dios sabe por qué nos bombardean”
Con avances lentos en su ofensiva en Donbás, Rusia endurece los ataques en el este y golpea infraestructuras civiles
En precario equilibrio entre unos cascotes, en medio de la destrucción, un reloj de pared azul celeste marca las cuatro de la mañana con ocho minutos. La esfera de plástico está llamativamente intacta. Ha quedado congelada en el momento en que un ataque arrastró el sábado la tienda de ultramarinos de Olha Andreevna. La fornida mujer de cabellos cortos se lleva las manos a la cabeza. “Ni Dios sabe por qué nos bombardean”, dice. Ya no tiene lágrimas. Todo a su alrededor es destrucción. Y en la acera de enfrente. Y en la calle de atrás. Tres ataques sucesivos de madrugada golpearon con fuerza el pequeño pueblo de Malotaranivka, en la región ucrania de Donetsk, uno de los focos principales de los furiosos bombardeos rusos en las últimas semanas.
El frente de la batalla más caliente, el de Izium, desde donde los soldados rusos tratan de avanzar desde sus posiciones cerca de Járkov, está a unos 50 kilómetros de la tienda de Andreevna. La mujer vivía en un anejo al ultramarinos y ahora no le queda más remedio que mudarse a casa de su hijo mayor. También tiene una hija que vive en Rusia, en Siberia, pero ella apenas ha salido del país y nunca ha ido a verla. Ahora está segura que no lo hará jamás: “Rusos y ucranios, fuimos muchos años como hermanos. ¿Y ahora?”.
El Ejército de Vladímir Putin, estancado en sus objetivos para tratar de tomar el área oriental de Donbás, ha endurecido su ofensiva en las regiones de Donetsk y Lugansk. Y bajo las bombas hay una población civil exhausta y muy castigada ya desde el inicio de la guerra del Este de 2014 entre el Ejército ucranio y los separatistas prorrusos, controlados y alimentados por el Kremlin, y que también le están sirviendo como pantalla y pretexto para esta invasión, que arrancó hace más de dos meses.
La guerra de Ucrania ha sacudido el mundo y a las 4.08 de la mañana arrebató a Andreevna todo lo que tenía. La última de las explosiones contra Malotaranivka, la más feroz, la pilló en el baño. Su hijo, que fumaba un cigarrillo fuera, está herido. La explosión fue tan fuerte que destrozó la puerta blindada de la tienda. “Menudo regalo del 9 de mayo nos han enviado”, se lamenta la mujer, mientras trata de recuperar algunas cosas de entre los escombros. Rusia conmemora ese día la victoria del Ejército Rojo frente a la Alemania nazi con grandes desfiles militares. La fecha se ha convertido en clave para el discurso del presidente Putin y su sueño de alcanzar la gran Rusia.
El jefe del Kremlin ha tratado de justificar la guerra como una “operación militar especial” para “desmilitarizar” y “desnazificar” Ucrania, un país encabezado por un presidente judío y en el que la ultraderecha no tiene representación parlamentaria. El Gobierno ucranio teme bombardeos aún más feroces que coincidan con lo que podría ser un punto de inflexión en la ofensiva de Putin, que cada 9 de mayo da un discurso en la Plaza roja de Moscú, ante su Ejército y ante el mundo.
Tras el fracaso en su asalto a Kiev, el Kremlin se centra ahora en atacar el este y el sur de Ucrania. Donbás lleva bajo feroces embestidas rusas desde hace semanas. El ataque sobre Malotaranivka, a pocos kilómetros de la ciudad de Kramatorsk, centro industrial de la región y considerada capital militar de Donbás, destrozó sábado 25 casas, se llevó por delante tejados, quebró paredes como si fueran de papel y sembró de destrucción los caminos de tierra. Ahora, un profundo y extenso cráter preside lo que era el centro del pequeño pueblo, de modestas casas unifamiliares y edificios bajos de apartamentos.
Hay dos heridos, pero ningún fallecido en el ataque a Malotaranivka. Un “milagro”, incide el alcalde de Kramatorsk, Oleksandr Honcharenko. “Los ataques rusos son cada vez más agresivos”, insiste el edil en una entrevista a las puertas de uno de los edificios destruidos. La lista de infraestructuras civiles y zonas residenciales devastadas en el área de Kramatorsk es larga. Solo en los golpes más recientes cuenta 32 casas; 810 pisos destruidos. En la ciudad, cada vez más fantasmal, solo quedan 45.000 de sus más de 250.000 habitantes censados.
Hay gente muy mayor que no quiere irse. También personas algo más jóvenes que creen que no tienen nada que perder. “Muchos de ellos tristemente piensan que su casa vale más que su propia vida”, apunta Honcharenko, que insiste en que Kramatorsk está preparado para hacer frente a una ofensiva. Piensa que por la orografía este municipio nunca se podría convertir en otro Mariupol, la ciudad asediada, devastada y finalmente conquistada por las fuerzas rusas, a falta de la acería Azovstal, donde resisten aún soldados ucranios.
El aislamiento de Mariupol, la falta de acceso a las telecomunicaciones, precipitó su caída. Y en las calles de Malotaranivka, tres operarios de una compañía de telefónica arreglan la línea e Internet en la zona, mientras un equipo de limpieza barre las calles y un par de hombres bucean en el enorme cráter buscando pedazos de proyectil de lo que podría ser un bombardeo aéreo, según el alcalde.
Artur los observa trabajar mientras apura un cigarrillo antes de regresar al patio de casa de su cuñada, Natalia, a limpiar escombros. Sus dos hijas adolescentes recogen un par de zapatos tirados en la tierra. La rueda de un cochecito. Un peluche. El ataque ha destrozado la vivienda de Natalia, que vivía sola con sus cuatro hijos. La familia se marchó a casa de su suegra con los estruendos de la primera explosión. Si no, no estarían vivos, dice. “No sabemos nada. No tenemos ninguna información. ¿Por qué hay ataques contra Malotaranivka? Aquí no hay militares”, dice la mujer encogiéndose de hombros. Pese a las evidencias, el Kremlin insiste en que no ataca a civiles y que se centra en las infraestructuras militares y los depósitos y envíos de armas a Ucrania desde el exterior.
Objetivo Kramatorsk
Uno de los grandes objetivos de las tropas de Moscú es Kramatorsk. Aunque las fuerzas rusas tratan de avanzar por varias vías desde el norte, este y sur, para embolsar, capturar y destruir a las tropas ucranias, bien posicionadas y reforzadas —también con armas suministradas por Occidente—. Esta zona ha sido escenario de la guerra de Donbás y ha estado muy militarizada desde hace ocho años en torno a una línea de contacto prácticamente inamovible de 480 kilómetros, en una guerra de trincheras y escarceos de francotiradores.
Ahora, esta ofensiva lanzada por Vladímir Putin contra Ucrania el 24 de febrero se ha convertido en una guerra de desgaste, en la que se lucha pueblo por pueblo, kilómetro a kilómetro. Una guerra de posiciones, más clásica. Sin embargo, el Ejército ruso, que ha concentrado un gran potencial militar en este objetivo, ha quedado empantanado. El conflicto en Ucrania se está cobrando un “gran precio” en algunas de las unidades más capaces de Rusia, avisa el Ministerio de Defensa del Reino Unido en su último informe de inteligencia. El Kremlin trata ahora reforzar sus tropas en el este, con soldados llegados desde otros flancos y desde lejanas partes de Rusia, y busca tomar la ciudad de Severodonetsk, en la región de Lugansk, donde los avances, aunque mínimos, han sido más sólidos.
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