Miénteme, dime que me quieres
Marine Le Pen se envolvió en la bandera tricolor y expresó una y otra vez su amor por los franceses. Ocurre que ese amor da un poco de miedo
Hace cinco años, el equipo de Emmanuel Macron le tendió una trampa a Marine Le Pen. Antes del debate, la guardia macroniana hizo circular, por vías múltiples y discretas, el rumor de que el candidato centrista no estaba dispuesto a soportar insultos por parte de Le Pen. El propio Macron, aquel mismo día, dijo off the record a un grupo de periodistas que si la candidata le parecía demasiado agresiva, se levantaría de la mesa y abandonaría el estudio.
En cuanto Marine Le Pen y los suyos tuvieron noticia de ello, cambiaron por completo su estrategia. Olvidaron el propósito de mostrar a una candidata serena y bien preparada. Decidieron atacar, provocar y utilizar a fondo el sarcasmo para conseguir que Macron dejara el debate y quedara frente a Le Pen una silla vacía. Esa imagen, pensaban, podía dar un vuelco a los sondeos y llevar a la presidencia a la hija de Jean-Marie Le Pen.
Macron, evidentemente, permaneció impasible y bien sentado mientras Le Pen embestía y, desequilibrada por su propio impulso, acababa soltando carcajadas extemporáneas y pedaleando en el vacío. La trampa de la guardia macroniana funcionó a la perfección. Después de hacer un papel horrendo en aquel debate, parecía imposible que Marine Le Pen pudiera mantener sus aspiraciones presidenciales.
Pero aquí está de nuevo. Los Le Pen son duros de pelar. Esta vez, la candidata ultraderechista compareció en el debate razonablemente sedada, con el objetivo de mostrarse a los franceses como una mujer de Estado provista de un programa de gobierno aplicable (resultó un asunto menor que no lo fuera; en los debates se acepta casi cualquier cosa) y con el temple necesario para presidir la República.
Habrá que esperar al domingo para comprobar si Le Pen tuvo algún éxito. Caben muchas dudas. Sí puede decirse con casi total seguridad que Emmanuel Macron (inquieto, demasiado maquillado, tocándose con frecuencia los ojos y la nariz, con la lección tan bien aprendida como siempre y con la sonrisita arrogante que el primero de la clase le dedica a la alumna torpe) encrespó los nervios de toda esa gente que no soporta al actual presidente. El caso es que, para asegurar la victoria, Macron necesita algunos votos de toda esa gente. La que habría preferido ver en el debate a Jean-Luc Mélenchon, por ejemplo.
Macron habló mucho más que Le Pen del programa de Le Pen, lo cual da idea de que dicho programa no se sostiene ni con muletas.
A Marine Le Pen no le quedó otra que envolverse en la bandera tricolor, hablar del futuro de Francia como gran potencia mundial (muy por encima de esa cosilla mediocre llamada Unión Europea) y, con una insistencia encomiable, expresar una y otra vez su amor por los franceses. Cuesta creer que Macron, tan narcisista él, ame realmente a los franceses. Es más fácil creer en el amor de Marine Le Pen; ocurre que ese amor da un poco de miedo.
Vete a saber. A veces, las promesas de amor funcionan. Incluso si las formula la candidata de la ultraderecha, con esos ojos tan bellos y esos labios finos y gélidos tan Le Pen. El elector francés podría estar realmente tan desesperado como para suscribir aquella frase de Johnny Guitar: “Miénteme, dime que me quieres”.
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