Los judíos de Odesa vuelven a tomar las armas contra el imperialismo ruso
La comunidad hebrea de la principal ciudad del mar Negro rebate la propaganda del Kremlin de que Ucrania es un país controlado por nazis
En una esquina del cementerio judío número 3 de Odesa, entre matorrales y tumbas que ya nadie visita, hay un monumento que el presente ha recuperado del olvido. Se trata de un anfiteatro formado por grandes bloques de piedra y columnas de granito negro. Unas estelas recogen 305 nombres en hebreo. Son las víctimas identificadas del pogromo de 1905 contra los judíos de la ciudad. Aquella persecución étnica también provocó la mayor organización armada del pueblo judío en tierra ucrania, la de los grupos judíos de autodefensa de Odesa. Más de un siglo después, los miembros de esta comunidad vuelven a tomar las armas contra el imperialismo ruso.
Cada pieza del conjunto monumental tiene un número pintado en rojo, son las marcas que daban orden a la reconstrucción del homenaje. El lugar original era el antiguo cementerio judío número 2 de Odesa, que fue clausurado en 1974 por las autoridades soviéticas. Vuelve a estar en pie, ignorado incluso por los descendientes de los muertos que allí se honran. El espíritu de supervivencia, sin embargo, ha pasado a las nuevas generaciones, según afirma Roman Shvarcman, de 85 años y vicepresidente de la asociación de supervivientes del Holocausto de Ucrania. “Rusia dice que quiere desnazificar Ucrania. ¿Ha visto usted muchos nazis en Ucrania?”, se pregunta retóricamente Shvarcman: “Yo no, y créame que sé lo que es un nazi, crecí en el gueto de Berschad [centro de Ucrania] y salí vivo de él, por eso sé que son los rusos quienes están actuando como los alemanes hace 80 años”.
Cada día, a las ocho de la tarde, Gennadiy Raskin se viste con un uniforme militar y toma su fusil para patrullar por la ciudad de sus padres, abuelos y bisabuelos. Explica con orgullo que sus dos abuelos combatieron contra la Alemania nazi en el Ejército rojo, y en casa conservan la fotografía de uno de ellos en un tanque en Berlín tras caer la capital alemana. Raskin es judío, pero eso, asegura, no quiere decir nada cuando está de servicio junto a sus cuatro compañeros de patrulla. Solo uno de ellos, Aleksandr, es de padre judío; los demás no tienen vínculo alguno con su credo.
Forman una unidad de vigilancia de las Fuerzas de Defensa Territorial, el brazo paramilitar del Ejército, formado por voluntarios civiles. Recorren los barrios viejos del centro de Odesa durante el toque de queda, desde las 21.00 hasta las 7.00. Raskin, igual que Shvarcman, no da crédito a cómo el discurso del Kremlin ha calado entre partidos políticos europeos de izquierdas: “Decir que Ucrania está liderada por nazis es una estupidez. El propio presidente [Volodímir Zelenski] es judío. En nuestro país no hay ningún problema entre nacionalidades”.
Raskin tiene 40 años y es forense de profesión, actualmente ocupa un rango elevado en la estructura de las Fuerzas de Defensa Territorial de Odesa. Es respetado como la autoridad por sus colegas y por la policía. Conoce el legado de las fuerzas de autodefensa judías durante los pogromos de hace más de un siglo, porque son un mito en la reacción armada de su pueblo contra las agresiones que ha sufrido.
Fue en su ciudad donde se organizaron desde finales del siglo XIX los grupos de autodefensa más fuertes de Ucrania contra los pogromos. La revolución proletaria de octubre de 1905 derivó en una violencia nacionalista contra la población judía. Los muertos, que según algunos recuentos fueron un millar, pudieron haber alcanzado un mayor número si no hubiera sido por la defensa autoorganizada. Así lo concluía el historiador estadounidense Robert Weinberg en el libro más exhaustivo sobre este episodio, The revolution of 1905 in Odessa (Indiana University Press, 1993).
La agresión contra la población judía fue producto de una combinación de dos factores, según el estudio de Weinberg: por un lado, el levantamiento obrero que exigía reformas al zar Nicolás II estaba también compuesto por radicales motivados por los estereotipos contra el supuesto control económico judío. Por otro lado, y más importante, el nacionalismo ruso y las autoridades canalizaron la rabia popular contra su comunidad.
“El pogromo empezó el 19 de octubre [de 1905], cientos de rusos se concentraron en varios puntos de la ciudad en marchas patrióticas para demostrar su lealtad al zar, con el beneplácito de las autoridades locales”, escribe Weinberg. Los ánimos entre los revolucionarios y los partidarios del Gobierno estaban caldeados desde las jornadas previas: “Policías de paisano distribuyeron botellas de vodka, dinero y pistolas entre los manifestantes. Durante el recorrido desde el puerto al centro de la ciudad se cantó el himno nacional y también himnos religiosos; según varios documentos, empezaron a corearse lemas como ‘abajo los judíos’ y ‘los judíos necesitan una paliza”. El relato de Weinberg sobre la organización paramilitar judía, y de su coalición con grupos bolcheviques y de estudiantes, evoca parcialmente la militarización civil actual en Ucrania: “El Comité Nacional de Autodefensa judía distribuyó folletos amenazando a los no judíos con represalias en el caso de producirse el pogromo. […] Muchos judíos residentes en Odesa siguieron el consejo del Comité y se armaron con pistolas, cuchillos, palos, látigos, además de ácido sulfúrico”.
El rabino Abraham Wolff opina que esta voluntad de prevalecer frente a tantos enemigos ha sido lo que ha mantenido viva la comunidad judía de Odesa. El principal puerto del mar Negro, fundado por la emperatriz rusa Catalina II, tuvo a griegos y a judíos como principales colectivos emprendedores en el comercio marítimo. Pese a los pogromos y sobre todo pese al Holocausto —que terminó con la vida de 1,5 millones de judíos en Ucrania, un 90% del total—, su comunidad en Odesa la forman hoy unos 35.000 miembros. Según Wolff, unos 15.000 han huido de la guerra hacia el Oeste o hacia Israel, y un 15% de estos están implicados en tareas de voluntariado.
Raskin estima que 300 judíos de Odesa se han alistado en las Fuerzas de Defensa Territorial. Considera que el contexto actual es muy diferente porque la agresión rusa no es contra su pueblo: es contra Ucrania en su conjunto. Sí que cree que, igual que sucedió en otros momentos de la historia, sus familiares tienen que volver a huir —su mujer y sus tres hijos están refugiados en Hungría—. Pero la guerra, admite, también ha dividido a los propios judíos: de los muchos amigos que tiene en Rusia, tan solo puede hablar con uno o dos. “Están bajo los efectos de la propaganda, y pese a que tienen familiares en Ucrania que les cuentan lo que están sufriendo, no se lo creen”.
Schvarcman resalta que el componente identitario no juega ningún papel hoy porque la comunidad judía está plenamente integrada en la sociedad ucrania, a diferencia de la época de los pogromos: “La mentalidad de los judíos de entonces era diferente, vivían separados del resto de la población”. Schvarcman sobre todo aporta argumentos para rebatir el discurso del líder ruso, Vladímir Putin, según el cual Ucrania es un nido de nazis. Critica que pese al papel del Estado ruso en alentar los pogromos, el monumento del cementerio número 3 no recibió dinero ruso para ser rehabilitado, y añade que “durante la Unión Soviética había un antisemitismo palpable”: “Ahora tenemos sinagogas que entonces no podíamos abrir. Y en la Ucrania independiente podemos hablar del Holocausto, explicar lo que sucedió sin censuras. Esta es mi respuesta a Putin”.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.