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Italia se prepara para la batalla del Quirinal

Los partidos se adentran en un largo proceso para elegir a la persona que sustituirá en febrero a Sergio Mattarella como presidente de la República. Draghi es el mejor colocado, pero su elección podría generar inestabilidad en el Ejecutivo

El primer ministro, Mario Draghi, y el presidente de la República, Sergio Mattarella, durante el G-20 celebrado en Roma.
El primer ministro, Mario Draghi, y el presidente de la República, Sergio Mattarella, durante el G-20 celebrado en Roma.PAOLO GIANDOTTI / QUIRINAL PRESS (EFE)
Daniel Verdú

Los palacios de Roma, pasados los siglos, todavía hablan de la identidad de sus inquilinos. El del Quirinal se construyó en el XVI como segunda residencia papal. Con la caída de los Estados Pontificios y la unificación de Italia pasó a ser sede de la monarquía y, tras el referéndum constitucional, comenzó a serlo de la presidencia de la República. Pero los modos, el silencio, y la manera en la que se toman las grandes decisiones recuerdan todavía a la idiosincrasia vaticana. Los próximos tres meses vuelven a poner al descubierto el ritual político más apasionante de Italia. La madre de todas las batallas institucionales que deberá encontrar un sucesor para Sergio Mattarella (80 años) al frente de la presidencia de la República. El encaje es complicadísimo. Los nombres van desde el primer ministro, Mario Draghi, a Silvio Berlusconi, que sueña ya en voz alta con cerrar su carrera en la jefatura de Estado. Pero ninguno resuelve completamente el problema: terminar las reformas del país.

Italia se encuentra ya en el semestre blanco, los seis meses en los que no se permite disolver las cámaras y todo tiene una clave presidencial. La partida del Quirinal está abierta y marcará a fuego toda la política italiana: a corto y largo plazo. El nombre del candidato, especialmente si Draghi es el elegido, determinará la línea política de los próximos siete años y la caducidad de la legislatura actual. El problema es que el ascenso del actual primer ministro a la colina del Quirinal obligaría a buscarle un sustituto que terminase el quinto año de legislatura en su momento más turbulento o convencer a Mattarella para que aceptase otro mandato. De lo contrario, habría que convocar elecciones anticipadas, una operación que no conviene a casi nadie en este momento y que pondría en riesgo las reformas que el país está llevando a cabo para asegurar la buena marcha de las inversiones con los fondos europeos. Las quinielas están abiertas. Pero la puesta en escena de la decisión, que se tomará entre finales de enero y comienzo de febrero, será en cualquier caso espectacular.

Los miembros de las dos cámaras se reúnen en Montecitorio (la Cámara de Diputados) los días de las votaciones. Son 950 parlamentarios a los que se añaden los senadores vitalicios. Todos bajo unas reglas que permiten alargar ad infinitum las votaciones para llegar a un acuerdo y en las que el quórum necesario desciende a medida que se avanza infructuosamente en la elección del candidato. En las tres primeras se necesitan dos tercios: es decir, 673 sobre 1008 parlamentarios. A partir de la cuarta, sirve solo la mitad más uno. Solo ahí es cuando empiezan a aparecer los candidatos a tener en consideración.

El nombre del elegido no suele sonar en los primeros escrutinios. Francesco Cossiga, ministro del Interior durante el secuestro de Aldo Moro y primer ministro de 1979 al 1980, es uno de los dos casos que contradicen esa norma no escrita (752 votos de los 977 votantes). El otro es Carlo Azeglio Ciampi (1999-2006), el modelo que ahora se invoca para promover a Draghi: fue banquero y fue primer ministro y presidente casi sin solución de continuidad. El resto, como Mattarella, Napolitano o Scalfaro (16ª votación), cuajaron después de muchos intentos. Esta circunstancia hace que los partidos tomen las primeras votaciones como una partida de póker y propongan nombres extravagantes que van de presentadores de televisión o activistas como el médico y fundador de la ONG Emergency Gino Strada que terminarán descartados: los llamados candidatos de bandera.

Stefano Ceccanti, diputado del PD y experto constitucionalista, cree que “esta vez es completamente distinto”. “Normalmente había una mayoría de gobierno que podía elegir sola. Pero si tienes una mayoría tan heterogénea como ahora, hay que votar unidos para evitar problemas en el Ejecutivo. Si no, los partidos que se quedan fuera podrían decidir retirar a sus ministros. Por eso ahora sería importante hacerlo en los tres primeros escrutinios”.

Draghi, coinciden casi todos, es el nombre de mayor peso y prestigio para el Quirinal. Pero su designación inquieta a muchos parlamentarios, que temen que su elección obligue a convocar comicios anticipados y pierdan su escaño. “Nadie lo dirá claramente. Pero esa variable pesa enormemente en la decisión”, señala un diputado del Movimiento 5 Estrellas, a punto de agotar los dos mandatos que las reglas de su partido no permite superar.

También alarma a la Unión Europea, donde se espera que se completen las reformas y se blinden los proyectos en los que se invertirán los 200.000 millones de euros del plan de recuperación que han sido asignados a Italia. Si Draghi fuese el elegido para el Quirinal y se lograse evitar las elecciones, habría que buscar un técnico que llevase al país hasta las urnas. El problema, creen todas las fuentes consultadas, es que el año que queda será turbulento, los partidos activarán la confrontación electoral —es probable que Matteo Salvini decida salir del Ejecutivo para marcar perfil propio— y se teme que alguien como el actual ministro de Economía, Daniele Franco, no sea capaz de lidiar con ello.

La única opción que permitiría a Draghi terminar su trabajo como primer ministro y mantener las opciones para el Palacio del Quirinal pasa por convencer a Mattarella para alargar su mandato. Sucedió ya con Giorgio Napolitano, pero el actual presidente no ve con buenos ojos retorcer la Constitución para una idea que ya propuso prohibir por ley en su momento. No cree que otros siete años sean aconsejables, señalan quienes le conocen. Está convencido. Por edad y por salud democrática. Pero tampoco ve con buenos ojos ampliar su mandato provisionalmente hasta las siguientes elecciones, convertirse en un apaño, explica una persona que habla con él. Si el periodo de Gobierno de un presidente de la República son siete años es, justamente, para que no coincida con los ciclos del Parlamento.

La partida es complicadísima. No hay nombres a la altura de Draghi para sustituir a Mattarella, crucial en los últimos cuatro años conteniendo el vendaval populista que azotaba Italia. Pero, sobre todo, ninguno pone de acuerdo a todos los partidos. Está sobre la mesa la ministra de Justicia, Marta Cartabia: sería la primera mujer. Pero sus principales avaladores, el Movimiento 5 Estrellas, la rechazan ahora tras la reforma de la justicia que no gustó. O el actual responsable de Economía de la Comisión Europea, Paolo Gentiloni. La última intentona podría hacerse proponiendo una transición de dos años con Giuliano Amato, que ya estuvo a punto de ocupar ese puesto hace siete años antes de que Renzi lo tumbase. Era el preferido de Silvio Berlusconi, que ahora, a los 85 años, querría él mismo ocupar ese cargo. Sus socios de coalición (La Liga y Hermanos de Italia) le permiten seguir soñando susurrándole lealtad. Nadie en Italia, sin embargo, piensa que pueda lograrlo. A partir de enero, él también formará parte del ritual.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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