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El Estado Islámico bombardea la estabilidad prometida por los talibanes

La seguridad, uno de los pilares del Emirato para intentar afianzarse, se resquebraja entre atentados y asesinatos

Entierro de una de las víctimas del atentado suicida del 15 de octubre en Kandahar, Afganistán.
Entierro de una de las víctimas del atentado suicida del 15 de octubre en Kandahar, Afganistán.Sidiqullah Khan (AP)
Luis de Vega

La imagen del cuerpo del terrorista suicida hecho pedazos junto a dos talibanes muertos y la nube de humo y polvo no se le quita de la cabeza a Mansur. Cuenta que los controles para acceder a la mezquita Eidgah de Kabul el domingo 3 de octubre eran exhaustivos. Se palpa la ropa, el cabello y hasta las orejas repitiendo el gesto de los que registraban a aquellos que llegaban al acto, que finalmente fue reventado por un kamikaze del brazo afgano del Estado Islámico (ISKP, en sus siglas en inglés). Se celebraba el funeral por la muerte de la madre de su tío y portavoz del Emirato Islámico de Afganistán, Zabihullah Mujahid. “Nunca en 20 años esto me había tocado tan de cerca y ha tenido que ser con los talibanes”, lamenta Mansur, que prefiere que su verdadero nombre no se publique.

En los últimos días, los terroristas han seguido golpeando objetivos importantes, entre ellos Kandahar, cuna del movimiento talibán, donde el viernes cometieron por vez primera un gran atentado con decenas de muertos. También coincidiendo con la oración del viernes, la más concurrida, atacaron otra mezquita en Kunduz el viernes anterior. En ambos casos el objetivo eran fieles chiíes.

El mantra de que el país es ahora más seguro, repetido por los talibanes desde que en agosto remataron la ocupación total del Estado, hace claramente agua. Tras lograr poner fin a dos décadas de presencia militar extranjera y al Gobierno que esta amparaba, la guerrilla yihadista dejó de lado muchos de sus ataques y atentados. Eso permitió que fuera más seguro moverse por el país y que la psicosis en torno a la seguridad se relajara en parte. Pero ese clima de tranquilidad era solo un espejismo.

El nuevo régimen de Kabul no contaba con que la rama afgana del Estado Islámico iba a seguir pisando el acelerador con el objetivo de desestabilizarlo. Los talibanes están sufriendo ahora en sus propias carnes una guerra de guerrillas y unos atentados como los que ellos llevaron a cabo en los últimos años para tratar de hacerse con el poder.

El ISKP había reivindicado hasta el jueves 7 de octubre —antes de los grandes ataques en Kunduz y Kandahar— hasta 31 atentados contra el Emirato talibán (21 con bomba, 8 con armas de fuego, 1 mediante un terrorista suicida y 1 decapitación), según un balance de BBC Monitoring, un centro de seguimiento de medios de esa cadena británica. La mayoría, hasta 21, tuvieron como escenario la provincia de Nanganhar (en el este), donde hace algo más de un lustro nació este grupo terrorista que, según los especialistas, no contaría con más de 2.000 integrantes.

Los ataques a las mezquitas de Kunduz y Kandahar son los más mortíferos desde el que estos yihadistas cometieron en el aeropuerto de Kabul el pasado 26 de agosto con un resultado de al menos 170 muertos. El terrorista del ISKP que se inmoló entonces se llamaba Abdul Rehman Al Logari, según informó el grupo en el número 302 de su revista Al Naba. Al Logari —este apelativo hace referencia a que es originario de la provincia afgana de Logar— acababa de escapar de la prisión de la base estadounidense de Bagram, en la provincia afgana de Parwan. Cientos de condenados por terrorismo de esa cárcel y otras del país quedaron en libertad cuando los talibanes les abrieron las puertas de las celdas en agosto. Varios expertos consultados consideran que ese es otro factor de la actual inestabilidad.

Control talibán a la entrada de la localidad de Zurmat, en la provincia afgana de Paktia.
Control talibán a la entrada de la localidad de Zurmat, en la provincia afgana de Paktia.Luis De Vega Hernández

“No creo que los talibanes tengan en la actualidad la capacidad para hacer frente al ISKP”, afirma el investigador italiano Riccardo Valle, colaborador de la Universidad de Trieste y del centro Analytica for Intelligence and Security Studies. “No tienen ninguna experiencia en la lucha contra el terrorismo”, explica. Tampoco cree que puedan salvaguardar a la minoría chií, perseguida también por los talibanes. Valle opina que lo que los terroristas buscan atacando a chiíes, como en Kunduz y Kandahar, es poner a los talibanes en el aprieto de tener que defenderlos y, al mismo tiempo, abrir en Afganistán una guerra sectaria como la de Irak.

En cambio, Faran Jeffery, director adjunto del centro de estudios británico Islamic Theology of Counter Terrorism (ICTC), opina: “Si bien los talibanes tienen la capacidad militar para enfrentarse al ISKP, aún no han desarrollado una capacidad legal y estratégica integral para llevarla a cabo”. “Será mucho más fácil para los talibanes enfrentarse al ISKP con legitimidad y apoyo internacional y mucho más difícil sin él”. Para ello, añade Jeffery, los responsables del Emirato afgano “tendrán que evitar las ejecuciones extrajudiciales de sospechosos”.

En este contexto, Valle cree que los talibanes están actuando de la misma manera que el Gobierno depuesto; es decir, apoyándose únicamente en sospechas. “Los talibanes están llevando a cabo principalmente ejecuciones extrajudiciales de presuntos miembros del ISKP”, pero “la mayoría de las personas asesinadas son salafistas no relacionados con el ISKP”, comenta el investigador italiano. Añade, no obstante, que tampoco ve al grupo yihadista con potencial suficiente como para plantear una “guerra total” a las nuevas autoridades de Kabul.

“Lo que los talibanes realmente necesitan es apoyo internacional, principalmente a través de la cooperación con Estados Unidos, para contrarrestar con éxito la amenaza del ISKP”, entiende Faran Jeffery, que duda de que el Emirato pueda seguir soportando solo los cada vez más frecuentes ataques. Calcula que el grupo cuenta con unos 2.000 integrantes en Afganistán en estos momentos y, más allá de Kabul, Kunduz y Nanganhar podría contar con células también en las provincias de Parwan, Khost y Jauzjan. Pero Riccardo Valle no ve posible ahora mismo la colaboración estadounidense, justo cuando se ha puesto fin a dos décadas de ocupación liderada por Washington. El analista italiano ve más factible que acepten la ayuda de Islamabad, tradicional aliado de los talibanes.

“Todo apunta a que el ISIS ha reorganizado sus células en zonas urbanas para golpear a la comunidad chií y a los talibanes”, señala un analista afgano sobre asuntos de terrorismo y seguridad que prefiere no ser identificado. Para él, atentados como los de Kunduz o Kandahar suponen un claro fallo del espionaje talibán. También cree que van a necesitar de Islamabad si quieren contener la amenaza de los terroristas suníes.

“Imagino que círculos salafistas en Pakistán los estarán apoyando (al Estado Islámico) en Afganistán”, añade este especialista. Que Nanganhar, la provincia en la que el ISKP es más activo y donde nació hace algo más de un lustro, esté junto a la frontera de Pakistán, no es casualidad. Los yihadistas de ambos países, sean talibanes o del Estado Islámico, se retroalimentan. Los talibanes pertenecen, sin embargo, a una rama menos radical del islam suní como es la deobandi o hanafí, frente a la aún más estricta del salafismo que defiende el Estado Islámico. Los chiíes, una minoría representada esencialmente en Afganistán por la población de etnia hazara, son, a su vez, perseguidos por el brazo local del Estado Islámico y los talibanes.

“El objetivo último del ISKP es establecer un califato islámico global”, y eso en Afganistán se consigue haciendo frente a los extranjeros, los talibanes y los chiíes, según Riccardo Valle.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.

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