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Los partidos holandeses se resisten a pactar con Rutte

El primer ministro en funciones sigue pendiente de formar gobierno tres meses después de ganar las elecciones

El primer ministro holandés, Mark Rutte, a su llegada a la reunión de la OTAN, el 14 de junio en Bruselas.
El primer ministro holandés, Mark Rutte, a su llegada a la reunión de la OTAN, el 14 de junio en Bruselas.DPA vía Europa Press (Europa Press)
Isabel Ferrer

La desconfianza mutua se ha adueñado de los partidos con posibilidades de ejercer el poder en los Países Bajos, y el nombramiento de un nuevo Gabinete sigue atascado tres meses después de las elecciones del pasado 17 de marzo. Pactar una coalición con el ganador de los comicios, el liberal de derecha, Mark Rutte, se ha convertido en un rompecabezas cuyas fichas no acaban de encajar por culpa de los vetos que se imponen todas las formaciones políticas entre ellas.

Rutte, primer ministro saliente y en el cargo desde 2010, está en funciones desde que el escándalo de la acusación errónea de fraude por parte de su Administración contra miles de familias por la percepción de ayudas sociales provocase en enero la dimisión en bloque de su Gabinete de centroderecha.

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Esa caída estrepitosa no le pasó factura en las urnas en gran medida por la urgencia de la pandemia. Ahora, el recelo y la aprensión superan la reconocida capacidad nacional para lograr el consenso, y a pesar de los esfuerzos de la socialdemócrata Mariëtte Hamer, la persona encargada por el Parlamento de tantear las posibilidades de alcanzar un acuerdo, no hay fumata blanca.

Formar una coalición es un ejercicio bien engrasado en los Países Bajos, aunque no siempre se trate de un proceso rápido. El propio Rutte tiene de momento el récord de tardanza: la formación de su tercer gobierno, en 2017, le llevó 225 días desde las elecciones. Esta vez hay ganas de cambios en el estilo político, pero la actual quiebra de confianza permea en todo el arco político holandés y, en algunos momentos, la situación tiene visos de obra teatral.

Mientras la reactivación económica tras la covid-19, el uso de los fondos europeos para la recuperación o la lucha contra el cambio climático aguardan sobre la mesa, Rutte no quiere gobernar con socialdemócratas y ecologistas. Estos últimos solo desean negociar bilateralmente su posible presencia en la próxima coalición. La democracia cristiana se niega a aceptar a cualquier socio a su izquierda, en medio de una crisis interna por culpa del trato dispensado a uno de sus diputados, Pieter Omtzigt. Este es el político que acribilló a preguntas al anterior Gobierno sobre el supuesto fraude de las ayudas familiares —respondiendo a la petición de ayuda de Eva González Pérez, la abogada española que destapó el caso— y contribuyó en enero a la caída del Gabinete. Criticado también entre su propio grupo, ha decidido abandonarlo y ocupará un escaño como independiente en la nueva Cámara. Hay más agravios, porque la Unión Cristiana, un partido de inspiración protestante que sí figuraba en el Ejecutivo anterior, rechaza repetir en el Gobierno con Rutte al frente. Mientras, los liberales de izquierda, en segundo lugar en número de escaños y por lo tanto socios necesarios, ejercen por ahora de brújula moral.

Moción de censura

El embrollo tiene un factor desencadenante. El pasado marzo, Rutte parecía tener seguro su cuarto mandato consecutivo después de ganar las elecciones. En abril, su conocido optimismo se tornó en confusión por culpa de un error que parecía de principiante. Durante la primera fase de tanteo en la búsqueda de una coalición, dirigida por una diputada y una senadora, negó haber sugerido que le dieran un cargo al diputado Omtzigt para neutralizarlo. El malestar causado por la situación estalló cuando se publicaron las notas del encuentro y pudo verse que Rutte sí lo había dicho, y podía interpretarse como un intento de apartar del Parlamento a un crítico. Desnudo políticamente, Rutte se ganó una moción de censura, que superó por dos votos pero fue reprobado por la Cámara en pleno. Desde entonces, trata de recomponer su imagen.

La lentitud en la formación de Gobierno no es sin embargo un fenómeno exclusivo de los Países Bajos. Según el portal holandés de información parlamentaria, Bélgica va en cabeza y los 541 días que el país estuvo sin Ejecutivo entre 2010 y 2011 figuran incluso en el Libro Guinness de Récords. Le siguen Camboya, con 354 días, e Irak, que necesitó 289 días en 2010. En los Países Bajos, también hay récord interno de rapidez. En 1948, bastaron 31 días para que el socialdemócrata Willem Drees fuese nombrado primer ministro. Estuvo dos años en el cargo y después fue reelegido en tres ocasiones más. Pasó una década en el poder.

En 1966, José María Ruiz de Arana y Bauer, que fue embajador de España en Países Bajos (1956-1964), publicó un libro titulado El rompecabezas holandés (Revista de Occidente), donde el también duque de Baena definía a los holandeses como “independientes y conformistas; monárquicos y republicanos; materialistas y realistas”. Algo parecido a la sacudida recibida por el tablero político holandés en las pasadas elecciones, que ha revuelto las piezas de un rompecabezas que ha tambaleado la preciada —y exhibida con gusto fuera— estabilidad política.


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