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Vuelve Berlusconi (otra vez)

‘Il Cavaliere’ doblega a la derecha al lograr un apoyo unánime al Presupuesto del Gobierno de Conte. El empresario pone precio a la maniobra

Daniel Verdú
Silvio Berlusconi, a su salida del hospital de Milán tras superar la covid-19, el pasado septiembre.
Silvio Berlusconi, a su salida del hospital de Milán tras superar la covid-19, el pasado septiembre.PIERO CRUCIATTI (AFP)

El primer ministro, Giuseppe Conte, se puso delante de las cámaras del TG5 el jueves, tragó saliva y lo llamó “Il Cavaliere Berlusconi”. De un tirón. Como si no quisiera pensarlo demasiado, desempolvó un título honorífico caído en desgracia en Italia después de todos los escándalos y la inhabilitación política que atravesó el cuatro veces primer ministro. El mismo hombre que acababa de salvarle la cara al Gobierno con la última de sus astutas jugadas.

Silvio Berlusconi siempre vuelve. A sus 84 años, mantiene las constantes vitales de Forza Italia bajo mínimos, pero logra reanimarla cuando es necesario. El partido tiene alrededor de un 7% de apoyos en los sondeos. Sin embargo, conserva un nutrido grupo de parlamentarios al servicio de la experiencia del más viejo y astuto tahúr de la política italiana. El jueves se prestó a desencallar una situación crítica en el Gobierno y convenció a sus socios de la coalición de derecha (Hermanos de Italia y La Liga) de votar a favor de unos presupuestos expansivos que contemplan la ampliación del déficit. Una decisión insólitamente unánime en tiempos de pandemia. Un triunfo. La jugada, una carambola política a tres bandas, demuestra que el Caimán sigue en forma.

La llave de vuelta acostumbra a ser parecida. El centro de gravedad de Berlusconi se encuentra en un punto entre los intereses públicos y los privados. En este caso, el Gobierno de Conte necesitaba su apoyo para sacar adelante un aumento del déficit de 8.000 millones de euros que abriese el grifo de los recursos necesarios para afrontar la pospandemia. Al mismo tiempo, Berlusconi se encontraba en una situación muy delicada política y empresarialmente. Por un lado, sus socios de la coalición van camino de engullir a Forza Italia y dejarla en demasiado irrelevante como para seguir sacándola de vez en cuando de la UCI. Por otro, y ese asunto es crucial, Mediaset, la joya de la corona de su imperio empresarial atraviesa un momento de fragilidad que la ha expuesto como nunca a la intemperie de los mercados.

La francesa Vivendi lleva meses intentando entrar en la partida italiana engullendo a la empresa de Berlusconi y acercándose a TIM, la mayor operadora de telefonía de Italia y propietaria de la red única de telefonía. El magnate mandó señales a Conte a través de su mejor hombre, su viejo jefe de gabinete y jefe de la sala de máquinas de cuatro gobiernos, Gianni Letta. Si querían estabilidad política, convenía sentarse a hablar. De modo que en la otra pantalla, casualidad o no, las negociaciones para ayudar a Mediaset fueron prosperando.

Las primeras señales llegaron con los nombramientos del consejo de administración del ente independiente que regula la televisión pública (Agicom). El Movimiento 5 Estrellas (M5S), cuya identidad se basó durante años en criticar la promiscuidad entre los negocios televisivos y la política de Berlusconi, tragó con que el expremier colocase ahí a una de sus personas de confianza y redactora de la denominada ley Gasparri (2003), una de las normas que más le benefició en el pasado para expandir sus negocios.

El Ejecutivo, después, aprobó una enmienda que tutela a Mediaset frente a los intereses de Vivendi, una suerte de escudo para proteger a las empresas italianas en plena pandemia. El movimiento provocó el enfado monumental de la francesa. Y también de un sector del M5S, que lo considera una herejía. “Es la parte más de la vieja escuela. Pero, en realidad, se ayudó a una empresa italiana enorme que da trabajo a miles de italianos. No hay que identificarla solo como la empresa de Berlusconi”, señala un diputado del M5S.

El magnate, sin embargo, debía resolver también los problemas políticos en su coalición creados por la creciente debilidad electoral. Advirtió a sus socios de que si no apoyaban la ampliación de déficit del Gobierno, Forza Italia lo haría sola y quedarían retratados como los partidos que pusieron trabas a la recuperación. Los parlamentarios de Hermanos de Italia enfurecieron. Pero la amenaza de ruptura —algunas fuentes señalan que fue más allá y amenazó con abandonar el grupo, aunque en Forza Italia lo niegan— surtió efecto y la oposición en bloque dio su apoyo al Gobierno el jueves. Lo nunca visto.

Retorno a la centralidad

Renato Brunetta, diputado de Forza Italia, mano derecha de Berlusconi durante años, cree que es inicio de un cambio: “La derecha debe ser plural, europea, garantista y liberal. Como la creó Berlusconi y la gestionó durante 25 años. Pensar en una derecha guiada por los soberanistas, populistas y antieuropeos es una contradicción. Lo que pasó el jueves es el retorno a la centralidad”. Un discurso para la derecha que empieza a calar en un electorado algo fatigado del populismo nacionalista de la Liga.

Berlusconi, en el ocaso de su carrera, ha vuelto inesperadamente a tener una buena mano. El Gobierno, formado por cuatro partidos, registra otra vez movimientos sísmicos. El Partido Democrático e Italia Viva (la formación de Matteo Renzi) exigen una inmediata remodelación del Ejecutivo y volver a equilibrarlo. Se abrirán nuevas grietas hasta que llegue el primer salvavidas. El mes de agosto iniciará en Italia lo que se conoce como “semestre blanco”, los seis meses previos a la elección del nuevo Presidente de la República. Durante ese periodo, la ley establece que el Ejecutivo no puede caer ni está permitido disolver las cámaras. Pero la travesía de Conte hasta la otra orilla, cuando deberá afrontar la parte más complicada de esta crisis estabilizando al país, será muy larga. Y el Caimán estará al acecho.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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