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China y el Vaticano renuevan su acuerdo para el nombramiento de obispos

EE UU había presionado contra la prórroga, alegando las violaciones a los derechos humanos de Pekín

Católicos chinos asisten a misa en una iglesia de Pekín
Católicos chinos asisten a misa en una iglesia de PekínWANG ZHAO (AFP)
Macarena Vidal Liy

China y el Vaticano han prorrogado por otros dos años el acuerdo que firmaron en 2018 para el nombramiento de obispos. Un pacto histórico para encauzar los lazos entre la República Popular y la Santa Sede, rotos en 1951 después de que Pekín ordenara la expulsión del Nuncio vaticano y los misioneros católicos, pero cuyos críticos denuncian que no ha supuesto una mejora para los 12 millones de practicantes chinos. El Gobierno estadounidense apoyaba su cancelación.

En la rueda de prensa diaria del Ministerio de Exteriores chino, su portavoz Zhao Lijian confirmó la extensión del acuerdo este jueves, el mismo día en que expiraba el entendimiento original. Además de la prórroga, China y el Vaticano “seguirán hablando y haciendo avanzar el proceso para mejorar sus relaciones”, aseguró Zhao.

El contenido exacto de este acuerdo se ha mantenido siempre en secreto. Fruto de años de delicadas negociaciones en Pekín y Roma, el pacto ha permitido que la Santa Sede reconozca ocho obispos nombrados por el Gobierno chino, que Pekín acepte a su vez a dos seleccionados por el Papa y que ambos se comprometan a consensuar los cargos futuros.

Para el Vaticano representa un enorme paso. Por primera vez, Pekín reconocía la autoridad del Papa al frente de la Iglesia católica. Se ponía fin, al menos sobre el papel, a la división -en la práctica, muy fluida- entre las dos comunidades católicas chinas surgidas desde la ruptura de relaciones. Durante décadas, los católicos estuvieron divididos entre la iglesia “clandestina”, fiel a Roma, y la oficial, dependiente de la Asociación Patriótica dirigida por el Gobierno. En la oficial, era el Gobierno quien nombraba los obispos.

Sobre todo, este acuerdo, y la perspectiva consiguiente de una mejora de las relaciones, suponían el primer paso en el largo camino para conseguir una futura presencia vaticana en China, un país que la Santa Sede considera clave para la expansión del catolicismo en el futuro. Aunque el número de católicos se ha mantenido estable en las últimas siete décadas, el de protestantes ha crecido. Algunos cálculos consideran que para 2030, este país podría acoger la mayor comunidad cristiana del mundo, con cerca de 250 millones de creyentes. El Papa Francisco ha mencionado su “sueño” de poder visitar China, donde misioneros jesuitas, como el italiano Matteo Ricci o el español Diego de Pantoja, introdujeron esta confesión en el siglo XVI.

Washington ha presionado con insistencia para que el pacto no se renovara, alegando la política china de duro control y represión hacia las religiones, y los abusos de Pekín contra los derechos humanos. Con sus propias relaciones con Pekín en caída libre -y unas elecciones en las que el voto católico se perfila como fundamental- la Casa Blanca ve con alarma la posibilidad de un acercamiento entre China y el Vaticano.

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En una tribuna publicada en septiembre, el secretario de Estado, Mike Pompeo, había asegurado que la prórroga del pacto pondría en peligro la “autoridad moral” de la Santa Sede. Muchos católicos chinos, aseguraba Pompeo, “rechazan practicar su religión en lugares autorizados por el Estado, por temor a que al revelarse como creyentes católicos vayan a sufrir los mismos abusos que presencian contra otros creyentes a manos del ateísmo cada vez más agresivo de las autoridades chinas”. Días más tarde intentaba reunirse en Roma con el Papa Francisco, que finalmente evitó darle audiencia. El secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, aseguró que se debía a una cuestión de formas: el pontífice no se reúne con políticos cuando hay unas elecciones cercanas. Pese a todo, no consiguió disipar las sospechas de que las diferencias sobre la política hacia China habían jugado un papel en ese rechazo.

A las complicaciones geopolíticas del acuerdo se suma el hecho de que el Vaticano es uno de los pocos países del mundo que reconoce como Estado a Taiwán, que China considera parte de su territorio. Pekín impone como condición innegociable que cualquier país que quiera relaciones diplomáticas plenas con la República Popular debe romperlas con la isla.

Taipéi ha asegurado que durante el proceso para acordar la prórroga se ha mantenido en estrecho contacto con el Vaticano. “La Santa Sede ha reiterado que [el pacto] concierne a cuestiones religiosas irrelevantes para asuntos diplomáticos o políticos. Atesoramos esta promesa... y mantendremos una atenta mirada sobre su aplicación”, ha indicado la portavoz del Ministerio de Exteriores taiwanés, Joanne Ou.

El pacto ha estado rodeado de polémica desde su creación, cuando personalidades como el arzobispo de Hong Kong, Joseph Zen, lo declaraban una “traición” a los sacerdotes que se habían mantenido fieles a Roma, pagando en ocasiones con la cárcel o, incluso, con la vida esa fidelidad. Sus críticos recuerdan las campañas de retiradas de símbolos religiosos en algunas iglesias, y citan informaciones publicadas en medios católicos sobre el arresto domiciliario de varios sacerdotes en la provincia de Jiangxi en septiembre o la prohibición a un obispo, Lu Xinping, de celebrar misa.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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