Los tailandeses desafían al rey en otra masiva protesta en Bangkok
Miles de personas vuelven a las calles en una de las manifestaciones prodemocracia más multitudinarias de este año durante una visita del monarca Maha Vajiralongkorn al país
Las protestas que desde hace meses piden la dimisión del Gobierno y reformas de la monarquía en Tailandia han dado un salto en su carácter inédito y desafiante y por primera vez, el rey Maha Vajiralongkorn ha podido ver el alcance con sus ojos. Miles de manifestantes prodemocracia recibían en Bangkok al convoy del monarca, ralentizado por la proximidad de la muchedumbre, con el saludo de tres dedos en señal de protesta. Una imagen hasta hace poco impensable en un país donde el rey tiene condición de semidiós y las críticas hacia su persona están prohibidas por una de las leyes de lesa majestad más severas del planeta.
Ya nada parece frenar a los manifestantes, que han tomado ese gesto de la saga Los Juegos del Hambre para mostrar su inconformidad con el Gobierno del general Prayut Chan-ocha, responsable del golpe militar de 2014, y la evolución de la monarquía bajo el reinado de Vajiralongkorn. Miles de ellos se reunieron este miércoles a primera hora de la mañana junto al emblemático Monumento de la Democracia de Bangkok para después dirigirse hacia la sede del Gobierno con el objetivo de exigir la dimisión del primer ministro.
Al grito de “¡Prayut, fuera!” y otros lemas, la marcha fue creciendo en número a medida que pasaban las horas, llegando a congregar unos 20.000 participantes, según el medio local Thai Enquirer. Uno de los momentos álgidos se vivió con la insólita escena de viandantes sentados al paso de la caravana en la que se desplazaban el monarca y su esposa, la reina Suthida, cuando la tradición y el protocolo de seguridad exigen evacuar la vía antes del paso del convoy real.
Pero lo tradicional ha dejado de ser la norma en Tailandia, escenario de más de 200 protestas desde el pasado mes de enero –paralizadas temporalmente por las medidas de confinamiento para combatir la pandemia del coronavirus-, que no hacen sino aumentar en seguimiento y simbolismo según pasan las semanas. La protesta de este miércoles ha sido la primera que ha tenido lugar durante una de las escasas visitas del rey, quien vive la mayor parte del tiempo en Alemania. Vajiralongkorn llegó al país el pasado fin de semana para conmemorar la muerte de su padre, el aclamado Bhumibol Adulyadej, fallecido el 13 de octubre de 2016. Y también coincide con el aniversario del inicio de las manifestaciones estudiantiles prodemocráticas de 1973, que acabaron en un baño de sangre con 46 muertos, según cifras oficiales, aunque fuentes independientes elevan el número a más de un centenar.
Si bien los líderes estudiantiles detrás de las protestas se han comprometido con su curso pacífico, la víspera hubo algunos encontronazos entre policías y manifestantes que elevaron las alertas. Mientras los asistentes a la protesta lanzaban pintura azul a los agentes al ser dispersados, las autoridades tailandesas detenían a una veintena de activistas. Con la presencia del rey, cerca de 14.000 agentes de policía han sido desplegados este miércoles en Bangkok para controlar las protestas pero los manifestantes se mostraban optimistas. “Tened fe en la democracia. No podemos rendirnos”, arengaba uno de los líderes, Parit Chirawat, llamado Penguin.
Evitar otro círculo vicioso
La consigna pareció ser efectiva en uno de los instantes más tensos, cuando los manifestantes prodemocracia se mezclaban con grupos monárquicos, ataviados con las tradicionales camisetas amarillas, que representan el color de la institución. Los seguidores del rey, entre los que se cree que había infiltrados miembros de las fuerzas de seguridad, buscaban flanquear el convoy real. “No deben tocar la institución”, decía uno de sus líderes, Buddha Issara, que aclaraba que los manifestantes podían exigir cambios democráticos, pero no reformas en la monarquía. Pero esto es una condición con la que no transigen los manifestantes.
“Es ahora o nunca. La raíz de los problemas políticos surge de esta institución, no podemos ignorarlo nunca más”, ha advertido Panusaya Sithijirawattanakul, Rung, la estudiante de 21 años que se ha convertido en figura central del movimiento. La joven Rung exigió en una protesta en agosto que el rey esté sujeto a la Constitución, se revoque la ley de lesa majestad y se redacte una nueva Carta Magna, entre otras reivindicaciones. “Si no hacemos esto, vamos a acabar en el mismo círculo vicioso de nuevo. Golpe militar tras golpe militar con el apoyo del rey”, ha advertido. Tailandia cuenta con una larga historia de golpes de Estado, hasta 13 se han culminado desde 1932. El más reciente se produjo en 2014 bajo los mandos del actual primer ministro.
Los manifestantes reniegan de la actual Constitución por haber sido redactada por la antigua junta militar (2014-2019). Prayut resultó elegido en unos controvertidos comicios en 2019, el mismo año en el que fue coronado Vajiralongkorn. Pero ambos cuentan con poca legitimidad entre amplios sectores de la sociedad tailandesa. En contraste con la buena reputación de su padre, el actual rey es criticado por sus largas ausencias de Tailandia y su control sobre el Ejército y las propiedades reales. Valoradas en decenas de miles de millones de dólares, Vajiralongkorn ha pasado a gestionarlas directamente, a diferencia de Bhumibol.
Una iniciativa que no ha sentado nada bien en un país cuya economía ha sido duramente golpeada por la pandemia del coronavirus y donde se prevé una caída del PIB del 7,8% este año, según el banco central. Un cóctel explosivo que hace de las actuales protestas, llamadas a continuar, el mayor reto para las autoridades tailandesas en años. Aunque Prayut ha ofrecido una respuesta contenida hasta ahora a las protestas, Human Righs Watch alerta de que recientemente ha adoptado una postura más “hostil”.
Según la organización Thai Lawyers for Human Rights (Abogados Tailandeses por los Derechos Humanos), al menos 65 manifestantes han sido acusados de cargos como asamblea ilegal e incluso sedición, que acarrea un máximo de siete años de cárcel, por su participación en las protestas.
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