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El asesinato que enfrentó a Portugal con el racismo

La muerte de un actor negro a plena luz del día en una concurrida calle de Lisboa sacude a la sociedad lusa

Manifestación a favor de la justicia y la igualdad en EE UU, celebrada en Lisboa, el 9 de junio.
Manifestación a favor de la justicia y la igualdad en EE UU, celebrada en Lisboa, el 9 de junio.MANUEL DE ALMEIDA (EFE)

El actor Bruno Candé Marques, de 39 años, había derrotado a la muerte en una larguísima partida por la que estuvo en coma varios meses tras sufrir un accidente en bicicleta. El sábado pasado volvió a encontrársela en una populosa calle de Moscavide, un barrio a las afueras de Lisboa, cuando un jubilado de 76 años se le acercó y lo mató de tres disparos a bocajarro.

El murmullo empezó a crecer en el país a medida que se fueron conociendo más detalles. Bruno era negro; su victimario, blanco. Una discusión tres días antes por la perra labradora que acompañaba al actor en su convalecencia había desencadenado la tragedia.

Pero había un agravante que le daba una dimensión completamente distinta a un crimen que de otra manera quizá no habría ido más allá de las páginas de sucesos: el asesino había amenazado de muerte a la víctima y proferido insultos racistas que repitió el día del crimen, según la familia de Bruno y testigos del homicidio.

La policía aseguró el lunes pasado que, de acuerdo con la investigación, no se trata de un delito de odio, pero la caja de los truenos ya está abierta. Portugal ha quedado de frente ante uno de sus mayores tabúes, el debate sobre el racismo. El lamentable asesinato se ha sumado a otra serie de acontecimientos que tendrían a cualquier otro país con una historia colonial como la de Portugal en vilo.

Al tiempo que moría el actor, en el otro extremo de la ciudad un grupúsculo fascista celebraba una concentración, convocada días antes, junto al Padrão dos Descobrimentos, el imponente monumento que glorifica el pasado imperial del país que un día fue señor de los mares. La misma semana, la organización SOS Racismo había amanecido con pintadas denigrantes en su sede.

Bruno no solo había sobrevivido milagrosamente al accidente que sufrió hace dos años y medio, del que finalmente se estaba recuperando tras haber perdido la memoria y la capacidad de caminar y de hablar. También había luchado contra la exclusión.

La historia la cuenta el columnista del diario Público Rui Tavares. El actor, nacido en Portugal y de familia oriunda de Guinea Bissau, se había criado en Chelas, una de las zonas más desfavorecidas de la capital del país. La actriz Mónica Calle había mudado su compañía de teatro a este barrio desde el centro de la ciudad para desarrollar un programa con personas excluidas, en el que participaba un vecino de Bruno que lo animó a unirse. Allí comenzó su carrera. La misma compañía, Casa Conveniente, estaba preparando un espectáculo para estrenar el próximo año como homenaje a la recuperación del actor, padre de tres hijos.

Fuentes policiales han dicho a medios portugueses que la víctima tenía antecedentes delictivos, lo que ha servido para que ciertos sectores justifiquen el asesinato. La discusión en redes sociales está conmocionando a la sociedad y alcanzando altas temperaturas.

“La discriminación tiene ahora un megáfono institucional con el partido Chega”, afirma Mamadou Ba, un traductor de 46 años miembro de SOS Racismo, en referencia a la formación ultra que obtuvo un escaño en las parlamentarias del año pasado y que dio fin así a la excepcionalidad portuguesa, hasta entonces el único país de la Unión Europea sin diputados de extrema derecha.

“La elección de André Ventura [líder de Chega] le ha dado legitimidad social y espacio mediático al racismo. Las personas que ya eran racistas ahora se sienten respaldadas desde un espacio como la Asamblea de la República”, apunta Ba.

El partido crece como la espuma y si las elecciones se celebraran hoy, se convertiría en el cuarto partido, según los últimos sondeos, que le otorgan el 7% de los apoyos. Ventura publicó en Twitter al día siguiente del crimen: “Bruno Candé fue asesinado y eso es una tragedia. Como lo sería el asesinato de un blanco o de un chino. Paren ya con el sonsonete del racismo. ¡No somos un país racista! Nada en este crimen apunta a que haya sido por odio racial”.

Testigos del crimen afirman sin embargo que el agresor había gritado varias veces a Candé: “¡Lárgate a tu país, negro!”. Los medios portugueses recogen además testimonios según los cuales también le espetó: “¡Regrésate a la senzala!”, en referencia al lugar en el que se alojaban los esclavos en las haciendas durante el imperio. “Tengo armas de ultramar [de las guerras coloniales] y te voy a matar”, amenazó el agresor según declaró otro testigo a Público.

“Te diría algo, pero ya no se puede porque ahora todo es racismo”, comentaba el domingo cerca del lugar del crimen un vecino de la zona. “Ese hombre se la pasaba insultando al viejo. Hay que respetar, mi padre también estuvo en la guerra y los gitanos le roban todo el tiempo en su casa. ¿A las personas mayores quién las defiende? ¿Me vas a decir que quejarse de esto también es racismo?”, agregaba este residente.

Ese día no se hablaba de otra cosa en las calles del barrio. “No interesa lo que le haya dicho, no tenía derecho a matarlo”, se lamentaba una vecina. “Para mí eso fue racismo, no hay otra palabra”, sentenciaba otro.

“El racismo en Portugal es un tabú. En verdad, preferiría usar la palabra ‘negación”, señala el profesor Miguel Vale de Almeida, del Instituto Universitario de Lisboa. “A partir de los años cincuenta la dictadura creó la teoría ‘luso-tropicalista’, inspirada en el trabajo del sociólogo brasileño Gilberto Freyre. Promovió la idea de que el colonialismo portugués era diferente, no-racista y creador de una comunidad nacional diversa. Esta idea nunca fue verdaderamente desmontada durante la democracia”, explica.

Silvia Maeso, investigadora del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, coincide con Vale de Almeida. “La formación del Estado nacional, no solo en Portugal, sino en gran parte de Europa, está vinculada al colonialismo y la esclavitud”, explica y añade: “Ha habido apenas un reconocimiento a medias de esta realidad. Pero es una cosa que cada vez se discute más en los últimos años, en parte por la creciente movilización de las organizaciones antirracistas”.

Aunque la repercusión en Portugal de la ola de protestas por la muerte de George Floyd, el ciudadano negro al que asfixió un policía el pasado mayo en Minneapolis, no ha tenido las mismas dimensiones que en países como Francia o el Reino Unido, sí que se hizo sentir durante una concurrida manifestación en Lisboa.

“La democracia portuguesa no sabe lidiar con esto porque ella misma cree en la narrativa de que este no es un país racista”, ahonda el profesor Vale de Almeida. “Todavía no hemos salido de la negación. [La escritora y experta en racismo] Grada Kilomba habla del proceso que va de la negación a la culpa, después a la vergüenza y finalmente a la reparación, en las cuestiones de racismo”.

Los contradictorios datos de la discriminación

Las cifras sobre discriminación racial en el país vecino son complejas. El 23% de los consultados en Portugal para un estudio de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE —publicado el año pasado con datos de 2016— declaró haber sido víctima de alguna agresión racista en los últimos cinco años.

Se trata de una cifra relativamente baja si se compara con las de Finlandia (63%, el porcentaje más alto), Luxemburgo (52%), Irlanda (51%) o Alemania (48%); España no fue incluida en la investigación. El 19% de los interrogados en Portugal dijo haber sido interpelado por la policía en la calle a lo largo del lustro anterior (de estos, el 7% vio en ello un motivo racial); en Austria, en cabeza del listado, el total fue del 66% (el 37% con perfil racista).

Pero no todos son buenos datos. El European Social Survey (ESS) del año pasado, un estudio independiente anual que intenta bosquejar las actitudes, creencias y comportamientos de varios países en Europa, arrojó resultados inquietantes para el caso portugués. Casi dos tercios de los consultados (62%) respondieron afirmativamente a alguna de las siguientes preguntas: ¿Hay grupos étnicos o raciales por naturaleza más inteligentes? ¿Los hay más trabajadores? ¿Hay culturas por naturaleza más avanzadas que otras?

Para 2016, según el mismo documento, la tasa de empleo de los afrodescendientes en Portugal era la más alta entre la docena de países estudiados: 76%, casi el doble que el último de la lista, Dinamarca, con el 41%.

Pocos países en Europa pueden preciarse además de que su primer ministro tenga raíces en una de las antiguas colonias, como es el caso del socialista António Costa, cuyo padre nació en Goa (India).


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