El asesinato de Olof Palme: la confirmación de una chapuza policial
La Fiscalía ha cerrado el caso del asesinato del primer ministro sueco, pero las preguntas que rodearon el crimen sigue abiertas
Al final, como en la pionera novela policiaca de Edgar Allan Poe La carta robada, el asesino de Olof Palme siempre estuvo a la vista de todos. El cierre este miércoles del caso del asesinato del primer ministro sueco 34 años después de producirse confirma que la investigación fue en sus orígenes una tremenda chapuza, de la que nunca se ha recuperado. Sin una prueba física, con el posible culpable muerto hace 20 años, difícilmente las nuevas revelaciones de la Fiscalía serán capaces de dar una respuesta contundente a las preguntas que la sociedad sueca lleva haciéndose desde 1986: ¿Cómo fue posible? ¿Por qué asesinaron a Olof Palme? ¿Por qué nunca hubo una línea de investigación clara y contundente?
Cuando este miércoles por la mañana el fiscal Krister Petersson pronunció la frase clave –“El culpable es Stig Engström”– no saltó ninguna sorpresa. Desde hace años, este hombre, conocido como El Hombre de Skandia por la empresa en la que trabajaba, era uno de los principales sospechosos. De hecho, hasta tiene su propia página en Wikipedia. Sin embargo, pese a ser una de las 20 personas que se encontraban en la escena del crimen la noche del asesinato, nunca fue considerado un sospechoso serio por la policía. Sus declaraciones sobre su presencia aquella noche fueron confusas y contradictorias y solo se le interrogó a la mañana siguiente.
Fueron dos investigaciones periodísticas recientes, de Lars Larsson en su libro Nationens Fiende en 2016 y sobre todo de Thomas Pettersson para la revista Filter en 2018, las que señalaron a este hombre, aparentemente anodino, nacido en Bombay de padres suecos y diseñador gráfico para la empresa de seguros Skandia hasta su jubilación. Se suicidó a los 66 años sin haber sido nunca procesado, aunque sí fue interrogado en numerosas ocasiones. Incluso existen fotos suyas en el lugar de los hechos durante entrevistas concedidas a la prensa. Pero el nombre de Engström ya circulaba incluso antes de las revelaciones de Larsson y Pettersson.
El libro de 2005 Blood on the Snow (Sangre en la nieve), del profesor inglés de origen sueco Jan Bondeson, es una de las más sólidas y completas investigaciones sobre el magnicidio y allí también aparece Engström. “Una de las más oscuras primeras pistas del asesinato, y la más insuficientemente investigada por la policía sueca, es El Hombre de Skandia”, escribe Bondeson. Tras leer las páginas que dedica a este presunto testigo, resulta increíble que la policía no se molestase ni siquiera en dedicarle un poco de más tiempo y que no hubiese encontrado los indicios que 30 años más tarde reveló la prensa y que hoy han llevado a considerarle culpable.
Según su relato, Engström se sitúa en todo momento en el centro de la acción, incluso dice ser la primera persona que atendió a Palme herido de muerte, porque se topó con el tiroteo al salir de trabajar dado que las oficinas de su empresa están situadas a unos pocos metros. “Cuando la policía interrogó a otros testigos, nadie más parecía recordar su presencia”, señala Bondeson. El asesino huyó por unas empinadas escaleras que dan a un callejón justo al lado de la escena del crimen. Curiosamente, Engström, que llevaba una ropa parecida a la del magnicida, declaró a la policía que salió corriendo detrás de él y que por eso temía que le confundiesen con el propio tirador. Solo por sus constantes contradicciones, hubiese merecido por lo menos una investigación un poco más profunda, por no hablar de la ropa, su carrera por las escaleras y que nadie le recordase en el lugar de los hechos.
Es uno más de los numerosos cabos que la policía dejó sueltos la noche del asesinato: no se acordonó la escena del crimen, y cientos de ciudadanos dejaron flores casi encima de la sangre anulando cualquier posibilidad de encontrar huellas. Muchos testigos fueron interrogados en los días siguientes, cuando parte de su memoria ya se había esfumado, y uno de los dos casquillos fue localizado dos días después, y ni siquiera por la policía.
La policía estaba entonces obsesionada con otras pistas porque consideraba que se trataba de un crimen planificado desde el extranjero –se apuntaba a la guerrilla turca del PKK, aunque luego las sospechas se centraron en los servicios surafricanos de la época del apartheid–. Un tipo anodino como Engström no cuadraba en estas tesis que veían grandes conspiraciones internacionales detrás del magnicidio y que consideran que en Suecia no podía producirse un crimen así, al menos no planificarse.
El cierre del caso ha dejado muchas preguntas sin respuesta: no solo las chapuzas que rodearon la gestión policial de la escena del crimen, sino el móvil. Nadie, ni el propio Olof Palme, sabía con mucha antelación que iba a ir al cine en familia aquella noche porque fue una decisión tomada a última hora, al igual que regresar caminando a casa en una gélida noche de febrero y no agarrar un taxi. Engström no pudo haber planificado un crimen porque era imposible que supiese que se iba a topar con el primer ministro al salir de la oficina. ¿Por qué llevaba una pistola que ni siquiera era suya? ¿Tuvo cómplices? ¿Por qué le mató? Tal vez se haya cerrado la investigación, pero las preguntas que llevan flotando sobre el magnicidio desde hace 30 años siguen abiertas.
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