La OTAN se reinventa como la gran alianza política frente al imparable ascenso de China
Jens Stoltenberg insta a resistir “la tentación” de las soluciones nacionales para el nuevo escenario de la organización
De organización militar en “muerte cerebral”, como la definió el presidente francés, Emmanuel Macron, a finales del año pasado, a reinventarse como la mayor alianza política del planeta y la única capaz de hacer frente al imparable ascenso económico, militar y tecnológico de China. Esa transformación es el objetivo marcado por el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, que este lunes ha puesto en marcha el proceso de reflexión sobre el futuro de una alianza militar nacida tras la II Guerra Mundial y que parecía haber perdido pie con el fin de la guerra fría y el desmoronamiento de su principal enemigo, la Unión Soviética.
Tres décadas después de la caída del telón de acero, y con dos de los principales aliados -EE UU y Francia- cuestionando la utilidad de la OTAN, Stoltenberg está convencido de que el objetivo para 2030 debe ser una alianza “más fuerte militarmente, más unida políticamente y más global”. Stoltenberg ha presentado su visión durante una videoconferencia organizada de manera conjunta por Atlantic Council y el German Marshall Fund, dos influyentes centros de estudios con sede en Washington y con una clara vocación transatlántica.
El proceso de transformación de la alianza debería culminar en 2021. Pero Stoltenberg, al frente de la organización desde hace seis años y con mandato, al menos, hasta septiembre de 2022, ya ha adelantado este lunes hacia donde pretende encaminar una iniciativa que empieza a adquirir aire de refundación. Y el ex primer ministro noruego y secretario general se muestra confiado en que su plan saldrá adelante. “La OTAN es una alianza de éxito porque siempre ha sabido cambiar y adaptarse a la evolución de los tiempos”, ha asegurado.
El mensaje del secretario general de la OTAN, sin embargo, parece dirigirse a un mundo que todavía no existe. Su escenario requeriría dejar atrás los rebrotes unilateralistas que han triunfado en esta década en los EE UU de Donald Trump o en el Reino Unido de Boris Johnson. La irrupción de la OTAN como plataforma política podría chocar, además, con el instinto de referencia supranacional occidental que cultiva la Unión Europea, a la que pertenecen buena parte de los aliados.
El ex primer ministro noruego cree en la convivencia de la UE y de la OTAN. Pero considera que la irrupción de China obliga a nuevos equilibrios geoestratéticos y en el nuevo marco solo la Alianza Atlántica sería capaz de servir como contrapeso. “Debemos resistir la tentación de las soluciones nacionales”, ha asegurado Stoltenberg. Y ha recordado que ante la envergadura de China “ningún aliado, ni siquiera EE UU, es suficientemente grande”.
La ofensiva de la OTAN para sobrevivir en un siglo XXI que amenaza con derribar las instituciones multilaterales nacidas hace 70 años pasa por reivindicarse como el único foro “donde EE UU y Europa se hablan todos los días”, según el dirigente de la alianza. La organización cuenta ya con 30 países miembros y casi 1.000 millones de habitantes, ha subrayado Stoltenberg.
Durante muchos años, la OTAN se vio casi como la organización militar paralela al proyecto civil de la UE. Pero la evolución de ambos organismos se ha ido separando. La UE cuenta con poco más de 500 millones de habitantes tras la salida del Reino Unido y su peso dentro de la alianza también se ha reducido. “El 60% de los habitantes de la OTAN son ciudadanos de países que no pertenecen a la UE y el 80% del gasto militar es de aliados que tampoco pertenecen a la Unión”, ha recordado Stoltenberg.
La Unión lleva años intentando desarrollar su propia política defensa para alcanzar, como mínimo, una cierta autonomía estratégica respecto a EE UU. Pero los avances son limitados y cada conflicto militar en la vecindad de Europa revela la dependencia de Washington. La progresiva militarización de la UE había levantado recelos en la OTAN. La alianza contraataca ahora con una futura politización que podría despertar resquemor entre algunos socios comunitarios, en particular, entre quienes esperaban aprovechar el Brexit para potenciar una integración menos dependiente de la relación transatlántica.
La renovación de la OTAN surge de la crisis abierta el año pasado por las duras palabras del presidente francés, Emmanuel Macron, que en una entrevista acusó a la organización de estar paralizada y a algunos aliados, como Turquía, de no ser del todo leales con el resto. La tormenta desatada por las palabras del francés acrecentaron la incertidumbre sobre el futuro de una institución que Trump ya había calificado antes de “obsoleta”.
Los líderes de la OTAN optaron en diciembre del año pasado por zanjar la crisis con la puesta en marcha de un proceso de reflexión sobre el papel de la alianza con vistas a 2030. Stoltenberg creó en marzo de este año un grupo de asesoramiento para canalizar el proceso, formado por 10 expertos, entre ellos Thomas de Maizière, exministro alemán y hombre de confianza de la canciller alemana Angela Merkel, y Hubert Védrine, exministro francés de Exteriores.
“La OTAN siempre ha sido una alianza militar y política aunque a menudo se ha olvidado la dimensión política”, ha respondido el secretario general a preguntas de Fred Kempe, presidente de Atlantic Council. Ambos han apuntado al artículo 2 del Tratado fundacional de la Alianza como la base para desarrollar una cooperación no solo política sino también económica que evite conflictos comerciales entre los aliados. Aunque ni Kempe ni Stoltenberg han mencionado a Trump, parece claro que las continuas amenazas arancelarias del presidente de EE UU hacia Europa casan mal con el espíritu de cooperación previsto en el Tratado de Washington.
La protección militar estadounidense formaba parte de una entente transatlántica llamada a mantener un área de valores comunes y prosperidad compartida. Pero la llegada de Trump a la Casa Blanca puso precio político a esa colaboración y desde entonces la presencia militar de EE UU en el Viejo Continente se ha convertido en un arma diplomática que Washington esgrime cada vez que quiere presionar a los aliados, en particular, a Alemania.
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