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Bielorrusia ignora la precaución ante el coronavirus y celebra su gran desfile militar del Día de la Victoria

Temerario, el presidente Lukashenko reúne en Minsk a miles de personas en una vistosa ceremonia

Lukashenko, en la tribuna, saluda y observa el desfile militar que conmemora el 75º aniversario de la victoria del Ejército Rojo sobre la Alemania nazi, este sábado en Minsk.Vídeo: SERGEI GAPON/ POOL / EFE / ATLAS
María R. Sahuquillo

Desafiante ante los riesgos de la pandemia de coronavirus, que ha causado más de 275.000 muertos en todo el mundo, Aleksander Lukashenko, el autoritario presidente de Bielorrusia, ha desplegado un vistoso y multitudinario desfile militar por el Día de la Victoria. Vestido con uniforme militar, el hombre que ha gobernado con puño de hierro este país del este de Europa desde 1994 y que ha calificado de “psicosis” la emergencia de la covid-19, ha alzado su voz ante miles de soldados e invitados en Minsk y ha defendido que suspender la histórica celebración del 9 de mayo, que este año conmemora el 75º aniversario de la rendición de la Alemania nazi, sería una “traición” a los muertos en la Segunda Guerra Mundial. “La tragedia de la nación bielorrusa, que soportó la carga titánica de pérdidas y destrucción de la guerra más cruel del siglo XX, es incomparable con cualquiera de las dificultades de hoy”, ha clamado.

Con unos 22.000 infectados de coronavirus y 126 muertos según las cuestionadas cifras oficiales, Lukashenko ha convocado el gran desfile militar en la capital, en la que han participado miles de personas, entre ellas numerosos veteranos muy ancianos de la llamada en el espacio post-soviético Gran Guerra Patria —el periodo de la II Guerra Mundial en el que participó la URSS (1941-1945)—. Todo desde las gradas abarrotadas en Minsk. Las imágenes transmitidas en directo por los canales estatales mostraron que un escasísimo número de espectadores utilizaba mascarillas. También que el líder ruso no se cuidaba en absoluto de dar la mano a sus invitados.

Un grupo de veteranos observa el desfile del 9 de mayo en Minsk.
Un grupo de veteranos observa el desfile del 9 de mayo en Minsk. VASILY FEDOSENKO (Reuters)

El líder bielorruso, de 65 años, que ha llegado a aconsejar beber vodka, jugar al hockey, ir a la sauna o labrar las tierras con un tractor para combatir la covid-19, ha tratado de visibilizar a toda costa que mantiene su agenda. A diferencia de sus vecinos, no ha decretado medidas de confinamiento para Bielorrusia (9,4 millones de habitantes) —donde hasta se mantienen los partidos de la liga de fútbol—, ignorando las llamadas de alerta y los consejos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que le pidió que pospusiese las grandes celebraciones “para no poner en peligro la vida humana”.

Desfile por el Día de la Victoria, este sábado en Minsk (Bielorrusia).
Desfile por el Día de la Victoria, este sábado en Minsk (Bielorrusia).TATYANA ZENKOVICH (EFE)

Pero para Lukashenko, el desfile no solo es una tradición de gran simbolismo e importancia para uno de los territorios más tocados por el conflicto en el que murieron unos 27 millones de ciudadanos soviéticos, también ha pasado a ser una forma de mostrar su fortaleza dentro del país. También un mensaje velado hacia Rusia, donde Vladímir Putin ha aplazado su gran desfile militar; como también lo han hecho el resto de líderes del espacio post soviético. Este sábado, las celebraciones en Rusia se limitaron a desfiles aéreos y discretas ceremonias, como en la que participó el líder ruso, que depositó flores en la tumba del soldado desconocido, en la plaza Roja de Moscú, donde después se congregaron espontáneamente grupos de personas, ignorando el confinamiento. “Es mejor morir de pie que vivir de rodillas”, dijo Lukashenko en marzo, cuando Rusia cerró sus fronteras a los extranjeros.

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Desfile del 9 de mayo en Minsk.
Desfile del 9 de mayo en Minsk. SERGEI GAPON (AFP)

Moscú y Minsk son aliados históricos pero los lazos entre ellos están cada vez más tesos desde que Rusia redujo los subsidios y acuerdos energéticos que apuntalan el Gobierno de Lukashenko y de los que la economía del país es enormemente dependiente. El jueves, Bielorrusia, bajo el foco de las personas expertas por la dudosa fiabilidad de sus datos sobre coronavirus, retiró la acreditación y expulsó a un equipo de la televisión estatal rusa por sus informaciones sobre la pandemia de coronavirus en el país, que calificó de “montajes” y “noticias falsas”. También los datos de Rusia (145 millones de habitantes), con casi 200.000 infectados y menos de 1.900 muertos —aunque con un aumento de infecciones récord, a ritmo de 10.000 nuevos cada día— han sido cuestionados.

La economía bielorrusa está ya muy tocada y el FMI espera que su PIB caiga un 6% este año. Una hibernación económica derivada de la pandemia supondría una caída aún mayor, según los analistas. Aunque no abordar la crisis sanitaria también puede tener consecuencias extremadamente serias. “Hasta ahora, el primer golpe de la crisis ha sido experimentado principalmente por una empresa privada que presta servicios. Pero en un futuro muy cercano, una grave disminución de la demanda, así como problemas de producción, afectarán inevitablemente a las grandes empresas estatales que están experimentando problemas crónicos de deuda”, señala Dmitri Kruk, investigador del laboratorio de ideas con sede en Minsk Beroc.

“En este mundo angustiado que ha perdido sus puntos de referencia y pautas, habrá quien nos condene por elegir este momento y este para organizar esta celebración sagrada”, ha declarado este sábado desde la tribuna Lukashenko, destacado por la represión a los opositores y que ha convocado las elecciones presidenciales para agosto. “No se apresuren a sacar conclusiones o condenarnos, los sucesores de la victoria, los bielorrusos, simplemente no podíamos actuar de manera diferente, no teníamos otra opción. Y si lo hiciéramos, habríamos hecho lo mismo, porque los ojos de los soldados soviéticos, que murieron por nuestra libertad, nos miran”, ha dicho.

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Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.

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