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Los militares que apagan los fuegos de Bolsonaro

El Ministerio de Defensa recalca su compromiso con la Constitución tras el último discurso golpista del presidente mientras 30.000 soldados luchan contra la pandemia

Naiara Galarraga Gortázar
Jair Bolsonaro, durante una conferencia de prensa, junto a un militar.
Jair Bolsonaro, durante una conferencia de prensa, junto a un militar.Joédson Alves (EFE)

Los ministros militares de Brasil son los bomberos del Gabinete. En cuanto surge un incendio, suelen encargarse de apagarlo. Cuando Sergio Moro le anunció a Jair Bolsonaro, de 65 años, que dimitía en ese instante como ministro si insistía en imponerle al jefe de la Policía, tres generales del Consejo de Ministros fueron movilizados para evitar la ruptura. Fue imposible. Es un ejemplo reciente del protagonismo que han adquirido los uniformados desde la llegada al poder del ultraderechista, que siempre se ha sentido muy cómodo entre ellos. Nunca desde que acabó la dictadura, en 1985, habían estado tan implicados en política. Pero la insistencia de Bolsonaro en dar alas al golpismo coloca al ala verde oliva de su Gabinete y a las Fuerzas Armadas brasileñas en una posición complicada.

Además de ejercer de bomberos, ostentan carteras clave en el Gobierno del antiguo paracaidista que salió de las Fuerzas Armadas hace tres décadas por la puerta de atrás y con el rango de capitán. Los ministros militares, con largas y exitosas carreras, son considerados los adultos en la sala del palacio del Planalto. Aunque las redes sociales bullen de rumores hace meses, los medios recogen sistemáticamente declaraciones anónimas de generales que descartan cualquier posibilidad de un golpe de Estado.

El ala militar, que hasta ahora había respondido en público con timidez o palabras más duras pero desde el anonimato a las declaraciones antidemocráticas de Bolsonaro, habló alto y claro este lunes después de que interviniera por tercera vez en un acto a favor de la clausura del Congreso y el Tribunal Supremo, que además burlaba la cuarentena.

El presidente había proclamado el domingo en Brasilia: “No vamos a admitir más interferencias. Se nos acabó la paciencia”. Y remató: “Las Fuerzas Armadas están de nuestro lado”. La respuesta pública llegó a las 24 horas en forma de un inusual comunicado del ministro de Defensa. El general Fernando Azevedo, de 66 años, reafirmaba el compromiso de la institución con la democracia, la Constitución y la separación de poderes.

La nota de Defensa incluía una referencia al coronavirus. “Nos enfrentamos a una pandemia de consecuencias sanitarias y sociales todavía imprevisibles que requiere el esfuerzo y entendimiento de todos”, decía en lo que se puede interpretar como un guiño al despliegue de 30.000 soldados para levantar hospitales de campaña, trasladar equipamiento de emergencia o desinfectar calles.

Bolsonaro y el jefe del Ejército, Edson Leal Pujol, de 65 años, protagonizaron la semana pasada una escena en un acto público que ilustra bien sus visiones opuestas de la pandemia. Cuando el mandatario ofreció su mano al general Leal, este le respondió con un choque de codos. Los nuevos modales en la era del coronavirus. Un segundo alto mando le imitó ante el evidente fastidio de un gobernante que combate la cuarentena de palabra y de obra.

Nueve de los 22 ministros brasileños son o fueron uniformados. El trío que intentó retener al antiguo juez Moro lo forman los más cercanos a Bolsonaro, tres generales. Walter Braga Netto, de 63 años, colgó el uniforme al asumir el ministerio de la Casa Civil, el más importante, hace solo un par de meses. Es el hombre fuerte. Este amigo de Bolsonaro llegó al puesto con la delicada misión de acabar con la cacofonía y coordinar la acción de Gobierno. Luiz Eduardo Ramos, 63 años, mantiene los galones de general y como ministro de la Secretaría de Gobierno es uno de los encargados de gestionar las relaciones políticas con la Cámara de Diputados y el Senado. Augusto Heleno, 72 años, que está al frente del Ministerio de Seguridad Institucional es el único del trío en el Gobierno desde el primer día. Con el paso del tiempo ha ido abandonando las posturas más conciliadoras para alinearse más con el sector más ideológico y ultra.

El vicepresidente es un antiguo general con unas dotes diplomáticas que sobresalen en contraste con los modos de su jefe. Hamilton Mourão, de 66 años, es el hombre que ascendería a la Presidencia si alguna de las peticiones de destitución prosperase. Por ahora no hay ningún viso de que eso vaya a suceder. Mourão ha sido el encargado de apaciguar a China cuando Bolsonaro o alguno de sus hijos la han desairado —la última vez a cuenta del coronavirus—, de cerrar la crisis diplomática por los incendios en la Amazonia del año pasado o de lograr que Brasil permanezca en el Acuerdo de París y su embajada, en Tel Aviv. De todos modos, hace unos años fue enviado a un puesto burocrático por criticar a la clase política mientras era aún uniformado.

Entre los otros ministros militares hay un almirante al frente del Ministerio e Minas y un teniente coronel dirige la cartera de Ciencia y Tecnología —es también el único astronauta brasileño—; salieron además de los cuarteles los titulares del Ministerio de Infraestructura, de la Secretaría General y la Contraloría General de la Unión.

Muchas de las declaraciones de Bolsonaro pueden parecer improvisadas pero son una estrategia antigua del clan Bolsonaro. Doble discurso, guiños al autoritarismo y defensa de la democracia. Rogeria Bolsonaro, exconcejal y madre de los hijos mayores del presidente, ha respondido con un “nuestra familia siempre luchó por la democracia” al ser preguntada por una columnista del diario O’Globo sobre una viñeta que difundió en redes sociales. Muestra a Bolsonaro junto a dos uniformados diciendo a un tribunal de jueces: “Venimos aquí para informarles: se acabó la juerga”.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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