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LEYENDO DE PIE
Columna
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En torno a la palabra “disidente”

Llamar “disidentes” a un general chavista fugitivo en trance de constituirse en narcotestigo protegido de la DEA ya no es un deslizamiento del sentido ni obra del reiterado uso impropio

Ibsen Martínez
Una protesta en Barquismeto, Venezuela.
Una protesta en Barquismeto, Venezuela. E. Gamez (Getty)

Es cosa de la edad, no hay duda, como quien dice un residuo, un ripio “de los antaños que he vivido”, esto de advertir a cada paso que el sentido único que por años atribuimos invariablemente a una palabra castellana se ha “deslizado” —así dicen los lingüistas—, como se nos desliza una vértebra lumbar, y ahora la palabreja quiere designar una muy otra cosa, a menudo, muy distinta de la original. Lo ya habitual es que el nuevo sentido gane terreno y acepción

Imagino que a usted también le pasa lo que a mí con palabras como “presumir” y “compartir”, por ejemplo. Por lo que lee uno en las redes sociales, o en las revistas que el barbero nos arroja al regazo mientas nos motila, son voces que no se usan ya como solíamos.

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“Presumir” ya no significa transitivamente “suponer”, sino casi invariablemente “hacer gala”, exhibir con presunción y hasta contento. Esta otra acepción es, desde luego, válida, pero para ser intransitiva, mi gramática parda pide la copulativa “de”, como en la frase “Maduro presume de ser buen bailarín”. Pues no; en estos días leemos a menudo leyendas a pie de foto que dicen “Fulano presume su novia” en el Festival de cine de Cartagena.

Los llamados analistas de entorno y coyuntura nos dan a leer en las redes sociales sus pronósticos y sus “escenarios” con un “les comparto mi artículo de hoy”, queriendo claramente decir que desean compartir con nosotros el fruto de sus cábalas y cavilaciones. Yo echo de menos en ello no solo la preposición “con”, sino también un pelín de algo que llamaré “cortesía suasoria”.

Creo que invita mejor a considerar sus ideas o sus presunciones quien dice “comparto con ustedes esta conjetura” que quien nos atiza un “les comparto mi análisis” como quien dice “agarren eso y léanme, huevones”. Pero volvamos a mi asunto que es el ataque a la capacidad de juzgar implícito en la treta de cambiar sin más el significado de una palabra y asignarle arbitrariamente otro muy distinto.

El caso, me parece, tiene y no tiene que ver con las tan jaleadas fake news. Tome usted por ejemplo la palabra “disidente”.

Hubo un tiempo en que, al topar con la voz “disidente”, en mi cabeza tomaba forma la imagen admirable de un Alexander Solzhenitsyn, un Joseph Brodsky, un Heberto Padilla. En verdad, no todo quien se separa de la común doctrina, creencia o conducta —así define “disidente” el diccionario de la Real Academia— corre la aciaga suerte de los tres nombrados. No siempre ha sido la NKVD de Stalin o el G2 de los hermanos Castro quien ha hecho pagar con ignominia y presidio el atrevimiento y la resolución de pensar con la propia cabeza. Sigmund Freud pudo aborrecer y censurar a Carl Gustav Jung, antonomasia del intelectual disidente, pero nunca pudo callarlo ni mucho menos borrarlo de la faz del mundo como habría deseado.

Es una noción algo problemática, ¿verdad?, pero es curioso cuán fácil es acordar que, por ejemplo y cada uno en su liga, Martín Lutero, Stéphane Mallarmé, Chavela Vargas, Stanley Kubrick, Anna Akhmátova y Roberto Clemente fueron disidentes. Puestos a nombrar disidentes de mucha valía se nos puede ir la noche. Yoani Sánchez lo es; a su modo lo fue también Coco Chanel.

Pero llamar “disidentes” a un general chavista fugitivo en trance de constituirse en narcotestigo protegido de la DEA o a la antigua fiscal general venezolana, esa implacable Andréi Vyshinski del régimen chavista, que en 2014 orquestó fríamente el juicio político a Leopoldo López para condenarlo con cargos insostenibles, pruebas fraguadas y testigos mendaces, a trece años de prisión, ya no es un deslizamiento del sentido ni obra del reiterado uso impropio.

Llamar disidentes a gente así es conferirle a unos pandilleros, hoy caídos en el disfavor de sus antiguos sanguinarios cabecillas, un espesor y un rango morales que jamás podrán tener, no importa cuán ágilmente hayan cambiado de bando en la hora once. No sé por qué me late que esto de llamar disidente —como si de Lech Walesa se tratase— al supergerente hoy fugitivo que dejó sin un níquel a Petróleos de Venezuela puede estar anunciando una nueva trapisonda electoral.

Disidente, señores, fue Juan Belmonte, matador de toros.

@ibsenmartinez

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