Cómplices de la barbarie
La democracia en Colombia se deteriora ante nuestros ojos y los medios de comunicación, fieles representantes del “centrismo fanático”
En un artículo publicado recientemente en este mismo diario, el economista Paul Krugman explicaba de manera impecable cómo opera la falacia lógica y moral de lo que él llama el “centrismo fanático.” Según Krugman, existe una tendencia dentro de ciertos sectores del así llamado “centro” a crear la ilusión –porque es una ilusión, claro, algo que no se basa en hechos demostrables sino en una especie de autoengaño psicológico- de que existen dos males equivalentes, uno a cada lado del espectro político, y que es posible encontrar algo así como el justo medio: una postura virtuosa, alejada del supuesto fanatismo de los extremos. El efecto de esa ilusión, dice Krugman, es que se crea una “polarización asimétrica”, donde las posiciones más absurdas son tratadas en igualdad de condiciones frente a propuestas, quizá discutibles, pero dentro del orden de lo contrastable. De modo que la supuesta imparcialidad de quien dice ubicarse en ese justo medio ilusorio ya no es tal: no se puede ser objetivo, ni imparcial, cuando se ponen en la misma balanza una aberración moral y una idea sensata. Krugman atribuye el fenómeno a una cuestión de vanidad pura y dura de parte de estos sectores centristas que, creyendo situarse por encima del fragor político, acaban viviendo “en un mundo de fantasía, casi tan hermético como el de derechas” donde “se tacha a socialdemócratas como Harris o Warren de continuadores de Hugo Chávez, de modo que adoptar lo que de hecho es una postura conservadora pueda tomarse como una valiente defensa de la moderación”.
De ahí que Krugman no dude en tacharlos de fanáticos y delirantes, aunque tal vez se quede corto cuando reduce el asunto a la vanidad centrista, es decir, a un problema de moralidad individual.
Estamos lejos de que la sensatez ocupe su lugar natural dentro de los medios de comunicación colombianos
La cosa, me parece, tiene raíces más profundas y habría que hurgar mucho en las paradojas de la libertad de expresión y en ese nudo ciego de la historia que es la “objetividad periodística” para hacernos una idea cabal de lo que significa el centrismo fanático. Porque no descubro nada si digo que la principal cámara de resonancia de la polarización asimétrica son los medios de comunicación, donde, a veces de mala fe y a veces por puro automatismo, se le da carta de naturaleza a toda clase de disparates en aras del supuesto “equilibrio informativo”. Lo hemos visto recientemente en la elección de Trump o Bolsonaro, dos políticos que demostraron que el racismo, el machismo y la imbecilidad anticientífica eran asumidas por los medios como posiciones tan respetables como las de sus opositores. Temerosos de beneficiar a alguna de las partes, los medios acabaron por entronizar el esperpento.
Otro escenario donde el centrismo fanático ha provocado estragos es en Colombia. Aquí la propensión de los medios a caer en la falacia de los extremos equivalentes ha naturalizado la idea de que el Proceso de Paz y sus instituciones –mejorables en muchos sentidos, aunque claramente diseñadas en un marco republicano de respeto a la ley- es una postura tanto o más cuestionable que una guerra brutal que lleva décadas arruinando al país, destruyendo ecosistemas, devastando el campo, enriqueciendo a unos pocos y empobreciendo a la mayoría.
Hace unos días, otro economista aunque de la escuela neoliberal, el exministro Rudolf Hommes, un personaje poco sospechoso de simpatías izquierdistas, se quejaba con razón en su cuenta de Twitter de que los medios colombianos les dan mucho más tiempo a los neofascistas “que pregonan la guerra que a los que imploran por la paz y la tranquilidad. Nos estamos jugando el futuro y la tranquilidad de nuestros nietos. Denles tribuna a los que predican sensatez”.
He ahí la cuestión: darles tribuna a quienes predican la sensatez y, sobre todo, no dejarse arrastrar al lodazal ideológico donde la apología del asesinato político o la devastación de la guerra es una opinión que merece consideración o respeto. No obstante, visto lo visto, estamos lejos de que la sensatez ocupe su lugar natural dentro de los medios de comunicación colombianos, atados como están a los intereses de sus propietarios y, en otros casos, presos del chantaje de la polarización asimétrica que, en este país, da trato de favor a quienes insisten en hacer política a través de la muerte.
Y eso es justamente lo que viene sucediendo en los medios después de que el presidente Iván Duque –emulando el trato que su homólogo venezolano, Nicolás Maduro, ha dado a la Asamblea Nacional- hubiera violado el orden del Estado de derecho, tras desconocer y objetar el fallo de la Corte Constitucional en lo concerniente a la implementación de la Justicia Especial para la Paz (JEP), saltándose la separación de poderes y sentado un peligroso precedente.
Las principales cadenas de radio, los periodistas con los más altos ratings, sin embargo, no parecen dispuestos a evaluar su comportamiento o sus parámetros sobre el supuesto “equilibrio informativo” a la hora de informar sobre el tema. La democracia del país se deteriora ante nuestros ojos y los medios de comunicación, fieles representantes del “centrismo fanático”, son cómplices de la barbarie.
Juan Cárdenas es escritor colombiano.
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