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Salomé Zurabishvili, la presidenta regresada

Ex diplomática francesa y tía del escritor Emmanuel Carrére, ganó las elecciones en Georgia

Pilar Bonet
Luis Grañena

A Salomé Zurabishvili, que el pasado 16 de diciembre tomó posesión como presidenta de Georgia, se le atribuyen las condiciones óptimas para capitanear la travesía de ese país del Cáucaso de 3,9 millones de habitantes hacia la Unión Europea y la Alianza Atlántica, que es el objetivo de la mayoría política representada en el Parlamento.

En Zurabishvili, lo georgiano y lo europeo no se contraponen, sino que suman dos dimensiones de la misma entidad. Nacida en París en 1952, procede de una ilustrada familia georgiana que encontró refugio en Francia en los años veinte. Del abuelo paterno, Ivane Zurabishvili, miembro del Gobierno de la República Democrática de Georgia (1918-1921), descienden Salomé y su prima hermana Hélène Carrère d’Encausse, secretaria perpetua de la Academia Francesa y madre del escritor Emmanuel Carrère.

El mandato es de seis años, y el cargo tiene funciones simbólicas que ella, sin duda, utilizará al máximo, al igual que sus conexiones en política internacional

Diplomática de carrera, Zurabishvili trabajó en el Ministerio de Exteriores de Francia desde 1974; pasó por las Embajadas de EE UU y por Bruselas, y fue jefa del Secretariado General de Defensa sobre cuestiones internacionales y de estrategia. El fin de la URSS en 1991 la pilló en África, como segunda consejera de la representación diplomática de su país en Chad. Enviada como embajadora a Georgia en 2004, el presidente Mijaíl Saakash­vili, tratando de romper esquemas, le propuso convertirse en ministra de Exteriores. Funcionaria disciplinada, aceptó con la condición de obtener el beneplácito del presidente francés, a la sazón Jacques Chirac. Él le conservó el sueldo de embajadora y la “puso a disposición” del Gobierno georgiano.

Como ministra, procedió a una reorganización que la enfrentó a los embajadores, a los que destituía sin avisar, según uno de los afectados. También se enemistó con los diputados, a los que llamó “bárbaros” en la televisión, poco antes de su cese en 2005. Para explicar sus problemas con la clase política georgiana, Zurabishvili invocó las diferencias de “mentalidad” con aquellos funcionarios que se aferraban a los “mecanismos soviéticos” y la veían como “un cuerpo extraño”. Tras su cese, fundó el partido La Voz de Georgia y en 2007 se manifestó en la calle en contra de Saakashvili. Incorporada de lleno a la vida política georgiana, en 2016 fue elegida diputada como independiente, pero sostenida por la coalición Sueño Georgiano, patrocinada por el magnate Bidzina Ivanishvili.

Para competir en las presidenciales de noviembre, Zurabishvili renunció a la ciudadanía francesa. De su época ministerial en Georgia, lo más destacado es el acuerdo en 2005 con el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, para el desmantelamiento escalonado de las bases militares (Ajalkalaki y Batumi) que Moscú tenía en Georgia a cambio de la creación de un centro conjunto de lucha antiterrorista que no llegó a existir. En retrospectiva, la exministra opinó que el presidente ruso en aquella época era “otro Vladímir Putin”, diferente del actual.

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En su campaña electoral y sus primeras entrevistas, Zurabishvili ha prometido llevar a Georgia hacia Occidente, darle más relieve internacional, exigir más a la Unión Europea y trabajar por la reintegración del país. Un ejemplo para ella es Vaira Vike-Freiberg, presidenta de Letonia (1999-2007), durante cuyo mandato ese país se integró en la OTAN y la UE. Ambas mujeres, una en el Cáucaso y otra en el Báltico, comparten la circunstancia del exilio familiar frente al poder soviético.

Algunos problemas de Georgia al convertirse en presidenta Zurabishvili, con independencia de su génesis y evolución, evocan a los de Ucrania. En los dos países pos-soviéticos hay territorios que los respectivos Gobiernos no controlan y cuyo futuro depende en gran medida de Rusia. En Georgia se trata de Osetia del Sur y Abjazia, autonomías de la estructura territorial de la Unión Soviética que Moscú reconoció como Estados en 2008 tras repeler una operación militar para someter a Osetia del Sur. Desde entonces, Moscú y Tbilisi no tienen relaciones diplomáticas, aunque Georgia es un destino turístico muy popular entre los rusos, que no necesitan visado (a diferencia de los georgianos que quieren viajar a Rusia). “Mientras Rusia se comporte como ahora, no creo que podamos pasar a colaborar de inmediato”, dijo Zurabishvili en la BBC tras ser elegida.

Aunque Georgia es parte de sus orígenes, Salomé viajó por primera vez a la tierra de sus antepasados en los ochenta. De allí era su segundo marido, Dzhanri Kashia, periodista disidente emigrado, ya fallecido. Sus compatriotas advierten que conserva aún acento francés, lo que, junto con algunas palabras librescas y fallos cada vez más escasos en el idioma georgiano, le da “un encanto especial”. Su elección en noviembre fue el resultado de una campaña muy reñida en la que, en la sombra, se enfrentaban el magnate Ivanishvili y el expresidente Saakashvili (que apoyaba al candidato Grigol Vashadze). En vísperas de la segunda vuelta (en la que Zurabishvili obtuvo el 59,52%, y su rival, el 40,48%), Ivanishvili prometió perdonar las deudas (hasta un máximo de 750 dólares) a todos los morosos de Georgia, unos 600.000. La promesa se interpretó como un “estímulo electoral”. Vashadze no ha aceptado hasta ahora el resultado de los comicios.

En contraste con sus propósitos, las posibilidades de la presidenta, cuyo mandato es de seis años, son reducidas: el cargo tiene competencias limitadas y funciones simbólicas que ella, sin duda, utilizará al máximo, al igual que sus conexiones en política internacional. El hecho de ser mujer es también importante en un país muy habituado a comportamientos patriarcales.

Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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