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China aprieta la mordaza sobre Hong Kong

La expulsión de un periodista y la amenaza de cancelación de actos culturales son los últimos episodios contra la libertad de expresión en la ciudad semiautónoma

El escritor chino Ma Jian, tras una rueda de prensa en Hong Kong, el 10 de noviembre de 2018.
El escritor chino Ma Jian, tras una rueda de prensa en Hong Kong, el 10 de noviembre de 2018. Kin Cheung (AP)

Cuando Hong Kong todavía era británica (hasta finales del siglo XX), el escritor chino Ma Jian vivió allí durante una década. Por entonces, la ciudad suponía un refugio único donde intelectuales o artistas que habían elevado la voz contra el régimen comunista de Pekín podían dar rienda suelta a su creatividad y gozar de unas libertades que no existían en China. Ese era el caso de Ma, que llegó hasta la colonia huyendo de las posibles represalias que su obra literaria pudiera acarrearle en su país de origen en un viaje que duró tres años.

Una vez instalado, publicó su exitosa primera obra en inglés Red Dust (Polvo rojo). Pero cuando Hong Kong volvió a manos chinas en 1997, Ma hizo las maletas y se fue a vivir a Europa, pese al buen funcionamiento del principio de “un país, dos sistemas” que comenzó ese mismo año a regir en la ya excolonia británica. Ese sistema permitió que los ciudadanos de esta metrópoli disfrutaran —como hasta entonces— de las libertades que sus compatriotas de la parte continental no tenían y propició que un buen número de organizaciones y medios internacionales se establecieran en la metrópoli.

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Sin embargo, el considerado como el último reducto de libertad de expresión en China lleva tiempo bajo el punto de mira de un Pekín que cada vez se inmiscuye más en los asuntos de esta ciudad semiautónoma. El jueves pasado, mientras se le negaba la entrada a la ciudad a un periodista del Financial Times, se cancelaban dos eventos literarios a los que Ma había sido invitado. Tras el revuelo causado, los organizadores anunciaron a última hora del viernes que permitirían la participación del escritor con el compromiso de que no promoviera “sus intereses políticos personales”.

Pese a ese cambio de parecer, el miedo se ha quedado metido en el cuerpo. El propio Ma afirmó: "Esta podría ser la última vez que ponga un pie en Hong Kong. Puede que ya no pueda entrar así". Sus libros están prohibidos en el gigante asiático desde que publicara su primera novela en 1987 sobre la política china en el Tíbet y, en esta ocasión, el escritor no ha encontrado ninguna editorial en la ciudad dispuesta a publicar en mandarín su última obra, El sueño chino. Quizás por el temor a las represalias, o a terminar siendo secuestrado por agentes chinos, como ya sucedió hace dos años con un grupo de libreros que publicaba obras —no siempre veraces— sobre los entresijos de la política china y las intimidades de los mandatarios comunistas.

La legisladora del Partido Cívico Claudia Mo calificó los acontecimientos como “una triste, triste miniserie”. El caso del periodista Víctor Mallet, vicepresidente del Club de Corresponsales Extranjeros de Hong Kong (FCC, en sus siglas en inglés), también trae cola. El reportero organizó el pasado agosto una conferencia con el líder del Partido Nacional y activista por la independencia, Andy Chan. En septiembre, las autoridades locales ilegalizaron dicha formación política y, dos semanas después, decidieron no renovarle el visado al periodista, sin dar explicación alguna hasta la fecha.

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Según declaró Mo al digital HKFP, “es bastante obvio que alguien intervino. Si bien el tratamiento hacia Mallet obviamente ha sido calculado y bien pensado, el de Ma Jian es aparentemente mucho más improvisado”, opinó.

Para el FCC, el último gesto contra Mallet "coloca a los periodistas que trabajan en Hong Kong en un entorno opaco en el que el miedo y la autocensura pueden reemplazar la libertad y la confianza esenciales para una sociedad libre y garantizadas por la Ley Básica". En un comunicado, la organización volvió a exigir "una explicación inmediata de esta sanción agravada y desproporcionada que parece completamente infundada".

Sea cual sea la razón de las autoridades, estos incidentes se suman a la larga lista de restricciones que otras formaciones políticas y activistas están sufriendo desde tiempo atrás. Si la semana pasada se suspendió una exposición del caricaturista de origen chino Badiucao por "amenazas de las autoridades chinas", otros ejemplos tienen su origen en las masivas protestas conocidas como el Movimiento de los Paraguas que tuvieron lugar en la ciudad en 2014.

A raíz de aquellas manifestaciones, surgieron una serie de formaciones políticas que, con la bandera de la autodeterminación o la independencia, se han visto cuestionadas bajo la égida de Pekín. La candidatura a las elecciones legislativas de 2016 del fundador del Partido Nacional, Andy Chan, fue descalificada tras negarse a declarar que Hong Kong es "una parte inalienable de China". Lo mismo le sucedió al líder de otro de esos grupúsculos, Edward Leung, que en la actualidad cumple una condena a seis años de cárcel por su participación en unos disturbios que acaecieron ese mismo año. Meses después, otros seis legisladores del bloque prodemócrata perdieron sus escaños después de que Pekín emitiera una "interpretación" de la Ley Básica hongkonesa que obligó a los tribunales de la ciudad a descalificarlos por modificar sus juramentos al cargo. Y así, suma y sigue. Este mismo mes, comenzará un juicio contra nueve líderes de aquel movimiento por haber originado entonces "problemas públicos", una acusación recurrente en la China continental.

Joshua Wong, una de las caras más conocidas de aquellas protestas y secretario general del partido Demosisto, aseguró estar preocupado. "Son tiempos oscuros", declaró. "Es un momento serio para volver a evaluar la situación de los derechos humanos en Hong Kong. Carrie Lam (la jefa del Ejecutivo de Hong Kong) es solo un títere de Pekín, que sirve a los intereses del Gobierno chino. Con estas tácticas, están erosionando gradualmente la autonomía y la singularidad de la ciudad", aseguró.

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