Manfred Weber: un bávaro orgulloso y ciudadano del mundo
Ingeniero de formación y poco dado a las estridencias, representa la opción más segura para los conservadores europeos
Manfred Weber presume de pueblo. El elegido por la familia conservadora europea como cabeza de cartel para las elecciones europeas es un bávaro de libro, católico, orgulloso de su tierra y a la vez ciudadano del mundo. Bávaro y europeo, por ese orden, reza el perfil de Twitter de uno de los dirigentes más centristas de la muy conservadora Unión Cristiano Demócrata (CSU).
Los fines de semana, Weber vuelve a Wildenberg, su pequeño pueblo al este de Múnich donde se codea con sus 1.500 vecinos. El resto del tiempo lo pasa en aviones o en los pasillos bruselenses, que conoce a la perfección y donde se ha ganado una reputación de laborioso negociador y muñidor de consensos. Es un pragmático moderado, en una familia política que ahora busca su identidad, sacudida por el avance de los populismos de derechas.
El vínculo de Weber con sus raíces no es ninguna anécdota. Ha sido parte del mensaje central de un candidato, que en tiempos de políticas identitarias, de emociones y sentimientos de pertenencia defiende el arraigo con lo local, con la Heimat, como parte de la ecuación globalizadora y europeísta. Le obsesiona reconectar a los ciudadanos, vivan en las grandes urbes o más allá de la metrópolis, con las instituciones comunitarias.
A partir de ahora, anunció el jueves en Helsinki, Weber va a emprender una gira en busca de esa reconexión. “Las próximas semanas estarán dedicadas a escuchar, a entender lo que necesita la gente”, dijo a los periodistas tras su elección. Su conexión con Baviera pasa también por la política, ya que Weber no cierra la puerta a la posible presidencia de la CSU, donde mantiene una intensa actividad.
Weber, un político sin excesivo carisma, pero que gana bastante en las distancias cortas, no tiene experiencia de Gobierno. Conoce sin embargo al dedillo los entresijos comunitarios. Transita los corredores del Parlamento Europeo desde 2004 y ahora preside el grupo popular europeo en la Eurocámara. Su estilo es amable, cercano, es tipo dialogante, que cae bien, dicen los que le conocen. Y son muchos los que le conocen en el entramado político europeo, porque lleva dos años haciendo campaña, pateándose los rincones más remotos de la Unión y trabando conexiones con políticos que el día de mañana pueden resultar decisivos para catapultarlos a la cima del Ejecutivo comunitario.
Pero sabe también que coronar la cumbre no va a ser tarea fácil en tiempos de cambio y en los que la batalla por el poder en las instituciones europeas tras las elecciones de mayo se adivina agitada. Fuera de Bruselas y de los pasillos del poder, este político bávaro, al que le gusta tocar la guitarra –de joven tuvo una banda, los Peanuts,- es sin embargo para la gran mayoría de los europeos un desconocido.
En la contienda por la cúpula de la Comisión, Weber, ingeniero de formación y poco dado a las estridencias, representaba la opción más segura frente al hiperdinámico Alexander Stubb, con el que muchos conservadores no acaban de sintonizar. Es contrario además a la incorporación de Turquía a la UE. “Ofrece estabilidad en un mundo convulso”, consideran fuentes europeas quienes destacan su capacidad para “tender puentes”, un mantra que se repetía estos días para referirse a Weber. La estabilidad, en tiempos de gran volatilidad internacional, se ha convertido en un valor en alza, pero a la vez en una amenaza en un momento político en el que el statu quo no es una opción a la vista de las fracturas que desgarran la Unión.
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