_
_
_
_

La disidencia saudí: débil pero en auge

Los exiliados políticos carecen de una estructura para ser alternativa al régimen de los Al Saud

Ángeles Espinosa
Un hombre muestra un cartel con la frase
Un hombre muestra un cartel con la frase OZAN KOSE (AFP)

La desaparición del periodista saudí Jamal Khashoggi cuando visitaba el consulado de su país en Estambul, el pasado día 2, ha puesto de relieve la extrema intolerancia a la crítica en Arabia Saudí. En los meses previos a su misterioso y preocupante caso, decenas de intelectuales, clérigos y activistas de los derechos humanos han sido encarcelados bajo acusaciones dudosas, o de gravedad desproporcionada con sus acciones. El rechazo al mínimo cuestionamiento de las políticas oficiales está convirtiendo la menor oposición en disidencia. Con partidos, sindicatos y ONG prohibidos, quienes discrepan sólo pueden expresarlo desde fuera del sistema, y de las fronteras del reino.

Más información
Arabia Saudí empieza a sentir la presión internacional por el ‘caso Khashoggi’

La existencia de opositores a la monarquía absoluta que da su nombre al país no es nueva. Desde su fundación en 1932, tras unificar por la espada diversas regiones de la península Arábiga, ha habido grupos que por distinta afiliación tribal, discrepancias religiosas o diferencias políticas han puesto objeciones al gobierno de los Al Saud. Pero ni príncipes rojos, ni islamistas recalcitrantes, han logrado sacudir hasta ahora los pilares del Reino del Desierto. Algunas voces disidentes creen, o quieren creer, que el caso Khashoggi puede ser la gota que desborde el vaso. Sin embargo, un repaso al exilio saudí muestra un panorama tan dividido como diverso.

“La oposición saudí no está organizada. No existe un solo movimiento. Más bien se trata de personalidades individuales, como el doctor Mohamed al Masari o Saad al Fagih”, asegura Ali al Ahmed, director del Institute for Gulf Affairs y él mismo muy crítico con el régimen saudí. Al Masari y Al Fagih son dos veteranos disidentes salafistas instalados en Londres desde principios de los noventa del siglo pasado.

Aunque Al Ahmed es chií, el grueso de la oposición saudí es sobre todo suní por una mera cuestión de peso demográfico: los chiíes son apenas un 10 %. Además, curiosamente para un país asociado con una religiosidad extrema, el principal foco de disidencia y el más sostenido a lo largo del tiempo ha partido de sectores religiosos salafíes, una corriente purista del islam suní que ve las políticas de la familia real (y su alianza con el clero quietista wahabí) como desviadas de los principios del Corán. De hecho, el peso real o supuesto de esos fundamentalistas ha frenado a menudo las críticas de los liberales, temerosos de que la alternativa a la monarquía fuera un régimen extremista islámico.

“Estamos organizados y muy extendidos horizontalmente. El problema es que somos débiles verticalmente debido a la represión y la dureza del régimen”, defiende por su parte Al Fagih, impulsor del Movimiento para la Reforma Islámica en Arabia (MIRA en sus siglas inglesas), repitiendo una idea que ya difundía dos décadas atrás. Menciona como ejemplo el trabajo de Yahya Asiri, que se ocupa de los derechos humanos al frente de ALQST; de Omar al Zahrani, un activista refugiado en Canadá que se dirige a los jóvenes, o del popular cómico Ghanem al Masarir, cuyo uso del lenguaje de la calle le ha granjeado cientos de miles de seguidores en las redes sociales, en especial su canal de YouTube donde ridiculiza a la familia real.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Sin duda, el número de descontentos y su variedad se está ampliando. Ya no sólo escapan del país los islamistas barbudos, sino que en los últimos años ha habido casos de príncipes y hasta algún diplomático que han solicitado asilo. También han aumentado las mujeres que aprovechando viajes o estudios en el extranjero, deciden no volver para librarse de las estrictas normas que restringen su libertad; pero no todas se convierten en activistas como Manal al Sharif. Es difícil saber cuántas de esas voces críticas están dispuestas a pagar el precio de una oposición activa. Y el mensaje que envía el caso Khashoggi sin duda contribuye a desincentivarles.

“Hay más gente [que se significa contra el régimen], pero la mayoría siguen siendo islamistas y no trabajan unos con otros”, señala Al Ahmed, quien atribuye la falta de fuelle del movimiento opositor a la ausencia de ayuda externa. “El único apoyo viene de Qatar, que tiene su propio tipo de oposición, los Hermanos Musulmanes, lo que les hace más fuertes”, apunta sin entrar en detalles. Los Hermanos Musulmanes son un grupo islamista suní, que se originó en Egipto, pero que ha encontrado eco en otros países árabes y que se encuentra en el punto de mira de varios Estados del Golfo porque cuestiona la monarquía como sistema de Gobierno.

Resulta significativo que desde que Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU) decidieron aislar a Qatar en junio de 2017, se hayan lanzado al menos dos nuevos grupos de opositores saudíes. A finales del pasado septiembre, un exprofesor de Química de la Universidad Rey Saud de Riad, Marzuk Mashan al Otaibi, anunciaba a través de Twitter la fundación en París, donde reside, de un Movimiento Nacional de Movilización para agrupar a los saudíes descontentos con la monarquía.

“Decenas de miles de nuestros hermanos y hermanas piden que el régimen se reforme, desarrolle el país y dé sus derechos al pueblo”, afirmaba el manifiesto del que se hicieron eco varios medios digitales asociados con el gobierno catarí.

Justo un año antes, Dublín albergó otra conferencia que se presentó como “la primera de las fuerzas de oposición saudí en el exterior”. Entre los participantes, destacaban la académica y conocida crítica de los Al Saud Madawi al Rasheed y el antes citado Asiri. Se anunció una campaña de concienciación sobre los presos políticos y los activistas a través de internet.

No está claro cuál ha sido el eco de esos llamamientos. Pero no es la primera vez que alguien intenta agrupar a la oposición saudí. Ya en 2003 hubo un intento en Londres. “Las diferencias sectarias, los egos y la falta de financiación frustraron el plan”, señala Al Ahmed, quien recuerda que “EE UU no apoyó la iniciativa a pesar de que era la primera vez que los saudíes intentaban algo así”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_