Por qué Bolsonaro no ha inventado la pólvora en Brasil
El ultraderechista parece más bien el anti Moisés de la Biblia que en vez de recetas de liberación se ofrece a devolver a los brasileños sus viejas añoranzas de los tiempos en que eran esclavos sin saberlo
La posibilidad de una victoria de Bolsonaro espanta a un Brasil y enardece a otro. Al parecer gusta al Brasil mayoritario. Se dice que da miedo a los demócratas y alegra a los ultraconservadores. Que es un peligro para la democracia y las libertades y una esperanza para quienes sueñan con un país del orden y de la mano dura. Del diente por diente y ojo por ojo.
¿Y si Bolsonaro no existiese? ¿Si no fuese más que un espejismo de quienes estaban a la búsqueda de alguien que, fusil en mano, les ofreciese seguridad y moralidad y disipase sus miedos, frustraciones y complejos? ¿Alguien que a pesar de no haber sido nunca nada juega hoy a héroe y casi a Dios? Hay quien lo ha comparado con un extraterrestre que llega a la Tierra ofreciendo una nueva receta mágica capaz de resolver todos los males y acabar con todos los corruptos y violentos del planeta, con todos los enemigos y diferentes. Nadie en la Tierra le interrogaría para saber quién es. Se entregarían a sus delirios a ciegas.
La realidad es que Bolsonaro no ha inventado de repente la pólvora en Brasil. No se ha inventado una sociedad sedienta de autoritarismo, insatisfecha con quienes le gobiernan, recelosa de la modernidad a quien atemoriza la libertad y sigue en busca de alguien que, mágicamente, le resuelva los problemas. Una sociedad que existía silenciosa y ahora reaparece con fuerza para seguir en rebaño al nuevo redentor.
Los 23 millones de votantes del domingo que no concluyeron la primaria, por lo que mal saben leer y escribir, no los ha inventado el capitán Superman. Ni ha inventado los otros casi 30 millones de votantes que no acabaron la secundaria y que mal consiguen leer un libro al año y les asusta la más pequeña novedad cultural. Ni ha inventado a los millonarios que pagan menos impuestos que los pobres, que duermen felices en su mundo de privilegios intocables y que ven como demonios a quienes osan recordarles que no es justo que ellos acaparen casi la totalidad de la riqueza de los otros millones de personas que mal consiguen subsistir. Ellos también votan al marciano Bolsonaro.
Los que, por ejemplo, fueron a las urnas el domingo y dejaron sin escaño en el senado a Cristovam Buarque, una de las figuras más conocidas del mundo de la educación, reconocido internacionalmente, que siempre quiso, y la izquierda no le dejó, aplicar un nuevo modelo de enseñanza, no son una invención de Bolsonaro. Como no inventó esa infinidad de iglesias evangélicas que no se distinguen por sus ideas de apertura sino que viven pegadas a los tiempos más oscurantistas de la historia del Cristianismo. Se ha servido de ellas.
Bolsonaro, en realidad, ya ha ganado. Ha conseguido llevar al Congreso, que es el corazón de la democracia donde se legisla para bien o para mal y se puede llegar a cambiar la Constitución y modelar a la sociedad, el segundo mayor grupo de diputados (51) que no creo que representen una primavera de modernidad y de defensa de los derechos humanos. Ellos se unirán ahora a los llamados de las tres BBB, es decir el grupo de los del Buey, los ganaderos y grandes terratenientes a quienes les parece un desperdicio la tierra reservada a los indígenas que eran los dueños de este país. Se unirán a los evangélicos que pretenden gobernar con la Biblia en vez que con la Constitución y el de la Bala, los nostálgicos del far west que pretenden armar hasta a los niños.
El exparacaidista no ha ganado por lo que él vale, por lo que ha creado en el pasado, por lo que ha representado en la sociedad, donde fue poco más que una sombra. Ha ganado porque ha sabido mejor que otros descubrir que el Brasil que habíamos cantado como una sociedad que estaba llegando a la Tierra prometida de los países a quienes la cultura había liberado del peso del oscurantismo, es aún una sociedad del atraso con nostalgias de pasado. Una sociedad que recuerda a aquellos judíos errantes en el desierto a quienes Dios les había dado el maná, símbolo de la libertad, mientras ellos seguían añorando las ollas de carnero y cebollas de los tiempos de la esclavitud en Egipto.
Bolsonaro parece más bien el anti Moisés de la Biblia que en vez de recetas de liberación se ofrece a devolver a los brasileños sus viejas añoranzas de los tiempos en que eran esclavos sin saberlo. Los tiempos en que se sentían felices alimentándose de las ideas esclavistas con las que los habían domesticado sus viejos capataces.
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