El pulso en Francia por el barrio de los gitanos catalanes en Perpiñán
Los planes para rehabilitar Saint Jacques, el degradado centro urbano de la ciudad catalano-francesa, topan con la resistencia de los líderes locales, y de aliados de Macron
Le llaman Oso de Peluche, Nounours en francés, habla un catalán genuino y cerrado, posee un raro talento para intimidar y agasajar a la vez, y, con su batalla para frenar la destrucción de edificios en el barrio medieval de su ciudad, Perpiñán, ha puesto en jaque al Ayuntamiento y ha llegado a movilizar para su causa a consejeros del presidente Emmanuel Macron. Su nombre real es Alain Gimenez y es uno de los líderes de la comunidad de gitanos catalanes en la capital de la Cataluña francesa y del departamento de los Pirineos Orientales.
“Nounours tiene una armada de jóvenes a su lado. Una mezcla: hay árabes, gitanos, payos. Esperan una señal suya para hacer lo que sea”, dice Nick Gimenez, tío de Nounours y patriarca en Saint Jacques, el barrio de los gitanos catalanes en el centro de Perpiñán.
¿Lo que sea?
“Protestar”, contemporiza Nick Gimenez. “Romper cosas, no”.
Saint Jacques es un laberinto de calles angostas donde los niños corretean hasta la noche, las mujeres ven pasar la vida sentadas en sillas plegables, las palomas revolotean entre la suciedad que se acumula y las pocas plazas que hay son de cemento. También es uno de los barrios más pobres de Francia: un 60% de sus habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza, el paro juvenil llega al 90% y el absentismo escolar es el 60%. La tradición clientelista de la política local no ha ayudado.
Y a esto se añade una particularidad cultural. El catalán melodioso de los gitanos de Perpiñán, que se enorgullecen de llevar siglos viviendo aquí, está trufado de arcaísmos y galicismos. Saint Jacques es una isla catalanoparlante en la Francia jacobina que debilitó, si no destruyó, sus lenguas regionales. “Sin este barrio, Perpiñán no es Perpiñán”, dice Nick Gimenez. “Es nuestra vida, nuestro pueblo. En otro barrio estaríamos perdidos”.
El conflicto llevaba meses arrastrándose, pero no estalló hasta el pasado 27 de julio por la mañana, cuando comenzó la demolición de una manzana, o cuadra de casas, junto a la Plaça del Puig. Esta plaza es el ágora del barrio, el teatro de tertulias infinitas y el mercado nocturno para trapicheos de todo tipo.
“Aquel día atacaron un símbolo”, recuerda Jean-Bernard Mathon, presidente de la asociación para la salvaguarda del patrimonio artístico e histórico rosellonés. Mathon explica que, desde 2015, se han demolido 59 edificios en Saint Jacques y que, de estos, 18 deberían haberse preservado.
La tarde del 27 de julio, cuando la demolición ya había comenzado, llegaron a la plaza Nounours y un grupo de jóvenes. Oso de Peluche les dijo a sus acompañantes: “Decidles que paren”. Los obreros pararon la construcción. El plan de 100 millones de euros en siete años para renovar el barrio quedó en suspenso.
El contencioso se elevó a causa nacional. Una grabación obtenida por el periodista perpiñanés Fabien Palem y publicada por el diario Mediapart reveló que, tras el incidente, el diputado Romain Grau animó a los gitanos a movilizarse ante la Prefectura, que es la representación del Estado en los territorios. Grau es miembro de La República en Marcha, el partido de Macron, y estudió con él en la Escuela Nacional de Administración, donde se forman las élites de este país. “No quiero incitaros a la violencia, pero hay que meterles presión”, les aconsejó Grau. La presión funcionó. El prefecto, Philippe Chopin, tomó las riendas de la negociación.
La intervención más ruidosa ha sido la de Stéphane Bern, que además de ser una estrella de la televisión, aconseja a Macron en cuestiones de patrimonio. “Sería más inteligente rehabilitar estas casas que destruirlas. ¿Por qué los afectados deberían vivir en viviendas de protección oficial modernas?”, se preguntó en la cadena RMC.
Bern ha topado con el alcalde adjunto de Perpiñán, Olivier Amiel, miembro de Los Republicanos, el gran partido de la derecha. Amiel llamó “bufón” a Bern, y dice de él que es “un presentador de la tele que se cree [André] Malraux”, el gran escritor que también fue ministro de Cultura y se ocupó del patrimonio.
El alcalde adjunto sostiene que la renovación del barrio es una urgencia urbanística, por la degradación de las viviendas, y humana, por el aislamiento y la degradación social. Explica que, de las 1.600 viviendas que hay en Saint Jacques, 588 presentan problemas de estructura o insalubridad y deben ser rehabilitadas, o destruidas y reconstruidas. Las familias afectadas deben tener la posibilidad de seguir viviendo en el barrio al final del proceso.
“Nunca hemos querido gentrificar, como otras ciudades de Francia y el mundo”, se defiende, en referencia al aburguesamiento de barrios populares que implica una subida de los alquileres y, finalmente, el desplazamiento de los habitantes originarios. Algunos gitanos temen que se construyan nuevas casas para los estudiantes de la universidad vecina. “Queremos mantener a la población, pero en condiciones dignas. Y esto implica hacer modificaciones en los inmuebles”.
La última reunión con el prefecto y el alcalde, el miércoles, se saldó con un éxito para los gitanos y sus aliados. Las obras de demolición siguen paralizadas. A la salida de la Prefectura, se formó un corrillo. Los participantes comentaban la jugada. “Si rompen esta casa, nuestros jóvenes romperán la universidad”, dijo Alain Gimenez, Nounours, a la salida de la Prefectura.
Su tío Nick, intervino para precisar: “Pueden romper”. Subrayó el "pueden". Y añadió, señalando a Nounours, a quien llaman así por la serie infantil que veía de pequeño: “Nosotros los calmamos”.
Donde la ciudad proyecta sus fantasmas
El dilema es si destruir —trencar, romper, como dicen los gitanos catalanes— y reconstruir, o rehabilitar. La casa de la Plaça del Puig donde el 27 de julio un grupo de jóvenes del barrio paró una demolición es algo más que un edificio ruinoso en un barrio pobre en la provincia francesa. En esta plaza y en este barrio, que en 2005 fue escenario de enfrentamientos entre árabes y gitanos, Perpiñán —ciudad de 120.000 habitantes a 40 kilómetros de la frontera española— proyecta sus fantasmas de decadencia. "Saint Jacques se ha convertido en el corazón de la autorrepresentación del declive perpiñanés", se lee en un informe de la Fundación Jean-Jaurès en 2014.
Para unos, está en juego la capacidad de los poderes públicos para “devolver la autoridad republicana a Saint Jacques”, como dice el vicealcalde, Olivier Amiel. Para otros, la protección de una trama urbana que data del siglo XIII, e incluso el mantenimiento la cultura ancestral de un grupo históricamente marginado.
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