Cortina de humo de mariguana (Pifo, Ecuador)
Gobernar es enfrentar la trama macabra de las drogas
Desde la barrera –es decir: desde el lugar donde suceden las ideologías– se dice que el nuevo gobierno está llamando al país a firmar pactos por la unidad para ocultar su aplastante agenda de ultraderecha: el engordamiento de los poderosos de todas las especies, la fumigación cancerígena de los cultivos de coca como un guiño a los gringos, la persecución policial, decretada y publicitada y ridiculizada esta semana, de la dosis personal de la droga. Desde la barrera de enfrente se asegura que se ha estado pintando a Colombia como una cultura que naufraga en el narcotráfico, que produce y consume y decomisa y captura cada día más, para ocultar el hecho de que esta presidencia no va a restaurar la moral, ni va a vengar a las víctimas de las guerrillas, ni va a desmontar el legado de Santos, sino que va a ser otra presidencia traidora de esas que pactan con los unos y los otros: otra meliflua presidencia de centro.
Pero tal vez lo que esté pasando hoy, tal vez lo que esta cortina de humo de mariguana esté tapando ahora mismo, sea el hecho de que el nuevo gobierno se ha estado dando cuenta de que gobernar es tratar de gobernar.
Después de un mes de capotear los pasos en falso de la derecha vengativa y de dar pulsos con el viejo clientelismo y de poner caras de expertos, después de un mes de declaraciones erráticas, improvisaciones e impopularidades en un mundo que teme a las redes sociales, el nuevo gobierno está tratando de responderle a las realidades del país.
Quizás sólo los dementes crean que gobernar una república es poner en escena una ideología. Quizás “derecha” e “izquierda” sean privilegios de quienes vemos la barbarie desde la barrera. Quizás lo que suele llamarse “el centro” del espectro político sea el ejercicio –pausado, aparatoso, moderador– de la democracia: el gobierno. Puede ser que, luego de los ocho años de “la pacificación de Uribe” y luego de los ocho años de “la paz de Santos”, la presidencia de Duque esté en busca de lo que a los genios de ahora les ha dado por llamar “una narrativa”: ¿la página siguiente?, ¿la paz política?, ¿el imperio de la ley? Porque ya debe ser obvio para la nueva administración que, en tiempos en los que la justicia sólo resuelve con diligencia los casos que son tendencia en Twitter, es mucho más fácil diagnosticar a este país que convencerlo de curarse.
Y gobernar es, para poner el ejemplo de la semana, enfrentar la trama macabra de las drogas.
Gobernar es saber que la prohibición ha vuelto todopoderosa a la mafia, y ha reducido a daño colateral a esta sociedad que mide su derrota en asesinatos de líderes sociales, pero que los gringos están vigilando nuestras decisiones. Gobernar es enterarse, como enterándose de lo que seguirá pasando, de que veinticuatro inocentes murieron en el accidente de un bus que llevaba 1.200.000 dosis de mariguana de Colombia a Ecuador. Gobernar es encarar 210.000 hectáreas de coca, 1.500.000 de consumidores, 9.714 traficantes colombianos presos en 25 países del mundo. Gobernar es saber de memoria que el problema de las drogas es un drama social, un asunto de salud pública, un desafío de nuestra educación, un motor de la guerra y un peligro de nuestra cultura –y anhelar la despenalización y la legalización como cualquier columnista–, pero publicar borradores de decretos que prohíben lo que ya prohibía el Código de Policía y lanzar a la policía a las calles y perseguir a los jíbaros para que los padres de familia puedan señalar a los villanos sin tener que lidiar con los espejos.
Gobernar es perseguir lo mínimo –firmar pactos para no robar, para no matar– en medio de los abucheos desde las barreras. Gobernar es pedirle paciencia a un país que la ha perdido. Que haya suerte.
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