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“La reforma constitucional en Cuba es puro teatro castrista”

La opositora afirma que los cambios en la isla solo buscan "perpetuar" al régimen y reclama "presión internacional" para la democratización del país

Pablo de Llano Neira
Rosa María Payá, el miércoles en Miami.
Rosa María Payá, el miércoles en Miami.GIORGIO VIERA

Rosa María Payá (La Habana, 1989), uno de los rostros de la oposición anticastrista, es hija de Oswaldo Payá, en su día el disidente más relevante de Cuba y que murió en 2012 en un accidente de coche. “Con certeza, provocado por agentes del régimen”, dice, y asegura que las autoridades le niegan el acceso al informe forense.

Payá vive entre Miami y La Habana, donde afirma estar perseguida “cada minuto”, y coordina la campaña Cuba Decide por la celebración de un plebiscito democrático en la isla. En Cuba está en curso una reforma constitucional con novedades como la eliminación del vocablo comunismo, un concepto que cubanos como Payá tuvieron que ensalzar cada mañana en su infancia en la escuela clamando a coro: “¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!”.

Pregunta. A usted también le tocó.

Respuesta. Sí, de pequeñita lo debí de decir muchas veces, pero desde el principio de la secundaria, cuando uno ya cobra conciencia de las cosas y se vuelve rebelde, dejé de hacerlo. Me quedaba callada. Bueno, yo y los hijos de los Testigos de Jehová.

P. ¿Cómo fue ser hija de un opositor?

R. En los primeros años de la adolescencia sentí más la presión social, el peso de ser discriminada por cuestiones políticas. Recuerdo la presión de algunos maestros, o al compañero que llegaba al aula y me decía que la policía política había ido a su casa porque lo habían visto yendo conmigo a la playa. Sin embargo, en la Cuba en la que yo crecí, en los noventa y los dos mil, la mayoría de los alumnos y hasta de los profesores pensaba parecido a mí, sabían que el sistema era un fracaso, y si algo experimenté fue la solidaridad con mi situación. Y además, con los años, al ir creciendo, los motivos por los que en algún momento me podría sentir discriminada se volvieron mi bandera.

P. ¿Recuerda en especial algún momento tenso?

R. Sí, ya en la universidad, estudiando cuarto curso de Física. Había una materia sobre economía política, que en realidad era solo sobre marxismo, y a mí me tocó analizar el caso de China. Me puse a hablar de Mao y de los millones de chinos que murieron con la Revolución Cultural o el Gran Salto Adelante, y así hasta Tiannanmen. Al llegar ahí, la profesora, una señora ya bastante mayor, se viró con mucha colera y me gritó: “¡Pues bien muertos están!”.

P. Que se suprima la palabra comunismo, ¿le parece relevante?

R. En realidad no cambia nada. Lo que se elimina es la frase que habla del ideal de construir una sociedad comunista en Cuba, pero se expresa claramente que el Partido Comunista es el rector de la sociedad y del Estado, es decir: por encima de la propia Constitución. Y se hace alusión al maxismo-leninismo. No solo eso, se dice que será una Constitución fidelista... Lo único que está detrás de esta supuesta reforma constitucional es un intento de perpetuación del castrismo.

P. ¿Qué queda de ideología en la sociedad cubana? ¿Y en el Estado?

R. En la sociedad no queda ni la más mínima convicción comunista, y si alguna vez la hubo, hace mucho tiempo, habría que tener en cuenta que quien dijera que creía en aquello lo hacía en un ambiente de miedo y represión. Los niños por ejemplo no exclamábamos que quisiéramos ser como el Che porque nos apetecía. Era una obligación. Y hoy el cubano lo que quiere es tener la opción de prosperar y de ser parte del mundo, salir adelante con su esfuerzo, y sabe que es el régimen lo que le impide salir adelante. En cuanto al Estado, creo que la ideología no importa nada. Es simplemente un Estado secuestrado por un grupo de familias, encabezadas por la famila Castro, y cada una de sus acciones solo tiene el objetivo de mantener el poder y los recursos de todos el pueblo en sus manos.

P. ¿Le sorprende algo de la reforma constitucional?

R. No. Es puro teatro que solo responde a la necesidad de la casta castrista de legitimarse, de darse una mano de pintura de cara a la comunidad internacional y, en segundo lugar, al propio pueblo cubano. Es una mascarada en la que los ciudadanos no deciden nada.

P. ¿Y en cuanto a que se reconozca la propiedad privada?

R. Es un golpe de efecto de puertas afuera. La realidad es que aún no hay nada legislado que reconozca el derecho a la propiedad privada, solo se dice que habrá una ley específica. Y creo que nada que reconozca la Constitución de un país en el que el poder de un partido está por encima del ser humano y de sus derechos será un reconocimiento real.

P. ¿Cree que la nueva generación castrista abrirá el juego político?

R. Si depende de ellos, no. Pero estoy convencida de que los cubanos estamos en condiciones de forzarlos a hacerlo.

P. ¿De qué manera?

R. Con movilización social, desobediencia civil no violenta y solidaridad internacional, especialmente de los gobiernos de los países democráticos. Salir a la calle por si solo no es garantía de nada. Un millón de venezolanos en las calles no lograron derrocar al chavismo y en Nicaragua ya han matado a más de 300 personas, y en ambos lados con presencia sobre el terreno de agentes cubanos. No se puede esperar que el cambio venga de una hipotética inmolación del pueblo cubano. Es necesaria la presión internacional, que se exiga desde fuera que se respete el derecho del pueblo cubano a decidir su gobierno.

P. ¿Qué espera de la Unión Europea?

R. En primer lugar, la denuncia explícita de que los actuales representantes del pueblo cubano no lo son, porque no han sido elegidos por el pueblo cubano. En segundo lugar, que se tomen medidas para presionar. Y la Unión Europea no está yendo en esa dirección, porque está en proceso de aprobación un nuevo tratado de relaciones con Cuba en el que no existe ningún lenguaje que ponga condiciones al régimen para que respete los derechos humanos de los ciudadanos y sus derechos políticos reales. En mi opinión la posición que están tomando beneficia a la dictadura y le concede legitimidad. El régimen está vendiendo un proceso de cambio que en realidad es un fraude, y se lo están comprado.

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