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El puente que simboliza la ambición expansionista de Putin

La pasarela de 19 kilómetros sobre el estrecho de Kerch, un viejo sueño del líder del Kremlin, acelera la integración de la península de Crimea con Rusia

El presidente ruso, Vladímir Putin, camina por el puente de Kerch en marzo de 2018 que une Crimea con Rusia.Vídeo: ALEXANDER NEMENOV
Pilar Bonet

Cerca de 20 minutos es lo que tarda un coche en cruzar el puente de 19 kilómetros que une la península de Crimea, anexionada por Moscú en 2014, al territorio ruso de Krasnodar. El puente sobre el estrecho de Kerch (situado entre el mar de Azov y el mar Negro) es la obra más simbólica de todas cuantas Rusia ha acometido en Crimea y el resultado de la voluntad de Vladímir Putin, que lo inauguró el pasado mayo.

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"Antes, el tiempo para llegar a Rusia se medía en horas; ahora, se mide en minutos”, dice Iván, un periodista de Simferópol. Hasta que el puente se inauguró, el único medio para cruzar el estrecho eran los transbordadores, dependientes de los fuertes vientos e inestables condiciones meteorológicas de la zona.

Putin cruzó el puente en un camión de fabricación rusa. En el viaje desde Tamán (en la costa rusa) hasta la ciudad de Kerch (en Crimea), le acompañó Arkadi Rotenberg, amigo de infancia y propietario de Stroigazmontazh, el consorcio responsable de la construcción. El empresario está sancionado en Occidente por sus obras en Crimea, que incluyen un gasoducto submarino desde Rusia.

El puente, el más largo construido en el territorio de la ex Unión Soviética con un coste oficial de 228 miles de millones de rublos (más de 3.000 millones de euros), supone un salto cualitativo en la integración de Crimea en el Estado ruso. La obra plasma de forma unilateral un viejo sueño que en diciembre de 2013 Putin y su colega ucraniano Víctor Yanukóvich planeaban realizar conjuntamente.

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Como un nuevo cordón umbilical, el puente vincula a Crimea con el Estado que de hecho controla ese territorio. En espera de que el mundo exterior acabe por reconocer de iure la realidad de hecho, Rusia no escatima recursos en renovar y desarrollar la envejecida infraestructura de la península.

Construido en poco más de dos años, el puente tiene cuatro carriles (dos en cada sentido) por donde circulan actualmente turismos, autobuses y camiones de poco tonelaje. Su trazado no es el más corto, pero sí el óptimo por la configuración del suelo del estrecho. Parte de sus pilares se asientan sobre la isla de Tuzla, objeto de disputa ruso-ucraniana en 2003. En paralelo al trazado para vehículos, se alzan ya tramos del puente ferroviario que se inaugurará en 2019. Sus rieles comenzaron a tenderse la semana pasada.

Denunciado por Kiev como parte de la anexión rusa, el puente está alterando la vida de los crimeos (habitantes de Crimea). Por él, desde el 16 de mayo al 20 de julio, llegaron 563.991 automóviles, incluidos 5.803 autobuses, dice el ministro de Turismo de Crimea, Vadim Vólchenko.

El puente tiene una capacidad máxima de 40.000 automóviles al día en total y la estadística oficial indica que es ya la principal ruta de acceso a Crimea, pues de los 1,9 millones de turistas llegados en el primer semestre de 2018 (33% más que en 2017), un 36% vinieron por el puente, 35% por avión y 10% y por los pasos del istmo de Perekop desde Ucrania. Desde principio de año, y hasta el 20 de julio, a Crimea vinieron casi 2,8 millones de personas en total y Vólchenko pronostica más de seis millones de turistas para 2018, lo que superaría el récord bajo la Administración ucraniana, pero no de la Unión Soviética que llegó a los diez millones de turistas anuales. Tras la anexión, los cruceros por el mar Negro dejaron de recalar en Crimea y se interrumpió la comunicación por tren con Ucrania.

El puente abre nuevas oportunidades a ambos lados del estrecho de Kerch. Iván lo cruzó para asistir a un concierto de su grupo de rock favorito en Krasnodar y se dispone a iniciar en él un viaje turístico por el Cáucaso. Evgueni, un jubilado, viajó hasta Tamán y volvió con el depósito lleno de gasolina cinco rublos más barata que en Kerch.

Tamán, residencia de griegos y cosacos en el pasado, es hoy lugar de tránsito y actividad. Tanto allí como en Kerch, a la población local se le han sumado los obreros llegados de toda Rusia. Vienen de Bashkiria, Siberia o Komi, en el Ártico, viven en complejos prefabricados y trabajan para Stroigazmontazh.

Para vigilar el puente se ha creado una unidad especial de la Guardia Nacional de Rusia, que dispone de lanchas contra saboteadores y equipos antimisiles, además de buzos equipados con armas submarinas y de superficie, según el diario Izvestia. Rusia se dispone a construir una base para la Guardia Nacional, cuya discreta presencia hoy se manifiesta en cámaras y controles selectivos.

El puente de Kerch, en junio de 2018.
El puente de Kerch, en junio de 2018.Sasha Mordovets

Los vecinos de Kerch ya pueden dormir por la noche sin el ruido que producía la fijación de los pilares en el fondo del estrecho. Ahora, la iluminación nocturna del puente es visible desde el espacio.”Tenemos más visitantes y más trabajo, pero el sueldo no ha cambiado”, dice una cansada camarera en un restaurante de Kerch. Este verano, un camarero cobra alrededor de 35.000 rublos (algo menos de 500 euros). El sueldo medio en la península en 2017 fue de 26.500 rublos, pero el nivel de precios es alto y comparable al de Moscú.

La infraestructura de Crimea no asimila el tráfico que entra por el puente y por los transbordadores, que siguen trayendo los camiones de gran tonelaje. La carretera Este-Oeste, que une Kerch con Simferópol, está desbordada debido a las obras para construir la autopista Tavrida que cruzará la península y que debe terminarse a fines de 2020. Los atascos son hoy monstruosos. En algunos tramos, como en Feodosia, se necesitan horas para recorrer 15 kilómetros. Los forasteros “atajan” por los arcenes e irritan a los crimeos. “Vienen muchos salvajes”, dice un chófer local, mientras un coche de Krasnodar, con una barca de remolque, intenta adelantarle sin reparar en riesgos.

Rusia invierte en Crimea y las autoridades subrayan la diferencia de su gestión con la de Kiev. A los juicios lapidarios sobre “el periodo ucraniano” o “el hostil Estado vecino” se suman los hechos. El pequeño aeropuerto de Simferópol ha sido sustituido por una terminal con capacidad para 6,5 millones de viajeros al año. Inaugurada en abril, la terminal costó 32.000 millones de rublos (casi 445 millones de euros) de los cuales un 70% ha sido financiado por el Estado ruso. El aeropuerto de Simferópol se presenta como “internacional”, pero solo puede atender vuelos con Rusia. Para los organismos reguladores del tráfico aéreo internacional el espacio aéreo de Crimea sigue siendo ucraniano.

Una lluvia de millones cae sobre Crimea para convertirla en una vitrina de Rusia. Las empresas de Rotenberg renovaron el mítico campamento de pioneros Artek, donde veranean actualmente 3.500 niños, y amplían su capacidad a 1.000 niños más. Dos nuevas centrales de gas aseguran la energía eléctrica en la península, cuya población (2,3 millones de personas en 2017) está aumentando gracias a los rusos que se instalan aquí, funcionarios, militares y empleados de compañías con contratos estatales. Moscú invierte en renovar el transporte público y el equipo médico, construye un nuevo hospital y se apresura a crear guarderías, pues más de 60.000 niños de hasta siete años están inscritos en las colas de los jardines de infancia.

El precio de Crimea

P. Bonet / Kerch

Más allá de las marcas de identidad que el Estado ruso trata de afirmar en Crimea, está la lucha de la comunidad tártara para mantener su lengua y su cultura, el éxodo de la comunidad ucraniana, cuya lengua ha sido barrida prácticamente de la península, y también la “caza de brujas” contra todos los que son considerados sospechosos de deslealtad o extremismo por la suspicaz administración rusa.

Más allá de la fachada, están decenas de personas, en su mayoría tártaros, encarcelados en procesos considerados políticos por las organizaciones de derechos humanos. Tras la vitrina que impresiona al extranjero, está las arbitrarias decisiones de autoridades locales (especialmente en Sebastopol) para arrebatar solares y bienes inmuebles a particulares que los adquirieron durante la administración ucraniana. Y están también los rusos de tierra adentro que se preguntan por qué Crimea recibe tanto y sus provincias tan poco y por qué su nivel de vida ha disminuido desde 2014. Este es en gran parte el precio de Crimea.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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