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“¡Volved, os esperamos para jugar al fútbol y comer pollo frito!”

Los compañeros de escuela de los niños atrapados aguardan impacientes el regreso de sus amigos

Macarena Vidal Liy
Compañeros de uno de los niños atrapados en la cueva de Tham Luang (Tailandia) le rinden tributo a la entrada de su escuela este lunes.
Compañeros de uno de los niños atrapados en la cueva de Tham Luang (Tailandia) le rinden tributo a la entrada de su escuela este lunes.Lauren DeCicca (Getty Images)

“En cuanto salga, me lo llevaré a un restaurante de comida rápida y le invitaré a comer pollo frito”. Poowadet Kham, de 13 años, espera con el aliento contenido noticias sobre su amigo Nattawuth Thakhamsai, “Tle”, de 14 años, y uno de los doce niños atrapados junto con su entrenador en la cueva tailandesa de Tham Luang.

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La mitad —seis pequeños— del grupo que ha pasado dos semanas en la gruta tras ser sorprendido por una súbita inundación estudia en la escuela de enseñanza media Mae Sai Prasitsart, un gran centro público que, con sus departamentos para el aprendizaje del inglés y sus cuidados jardines es uno de los grandes orgullos de esta ciudad fronteriza. Sus alumnos y profesores viven con los dedos cruzados las alentadoras noticias que llegan sobre el rescate, que ha permitido ya poner a salvo al menos a ocho de los atrapados.

Las autoridades oficiales no han querido desvelar, por el momento, la identidad de los primeros menores en salir de la cueva. Pero todos esperan que consigan salir sanos y salvos, y ya hacen planes sobre lo primero que harán una vez vuelvan a ver a sus compañeros. A sabiendas del hambre que han pasado durante los nueve días que estuvieron desaparecidos, muchos de esos planes pasan por hartarse de sus platos favoritos. Y después, jugar al fútbol, la pasión que une a los doce de la cueva.

Pansaa, de 16 años, no puede esperar a comerse un buen plato de cerdo aderezado a la plancha con su amigo Peerapat Sompiangjai, “Night”, de la misma edad y uno de los porteros del equipo. “Él es muy fuerte, no me preocupo demasiado por él. Sé que saldrá con bien”, asegura, en el salón de actos de su escuela, junto a los retratos de la familia real tailandesa ubicuos en las instituciones oficiales y espacios públicos del país.

Una estudiante muestra una foto de su compañero Prachak Sutham, uno de los menores encerrados en la cueva de Tham Luang (Tailandia) el pasado lunes.
Una estudiante muestra una foto de su compañero Prachak Sutham, uno de los menores encerrados en la cueva de Tham Luang (Tailandia) el pasado lunes. SOE ZEYA TUN (REUTERS)

Según lo describe Pansaa, su amigo es fuerte, pero muy tranquilo y callado. “Nunca habla si no le hablan a él antes”. También es muy responsable. “Siempre hace los deberes y nos ayuda con ellos, y cumple todas las tareas que le mandan”.

A “Pong”, “Mick” y “Dom” —Sompong Jaiwong, de 13 años, Panumas Sangdee, de 14 años y Doungphetch Phrompthep, de 13— les aguarda un buen partido de fútbol, promete Thananat Sehnawana, de 13 años y tan loco del deporte rey como ellos, hinchas del Real Madrid y del Liverpool. Si todo hubiera ocurrido hace unos meses, dice, seguramente hubiera estado él también con ellos. Hubieran entrenado juntos y se hubieran ido a la cueva. “Pero mi familia se ha mudado mucho más lejos, y ya no puedo jugar con ellos con tanta frecuencia”. El día 23, cuando los niños entraron en la gruta, él no quiso ir al entrenamiento. “Estaba viendo partidos del Mundial”, admite con una media sonrisa.

Waranchit, de 13 años, tiene ganas de que salgan ya todos los atrapados y recuperar la normalidad. “Quiero jugar al fútbol, ir a comer con ellos las cosas que nos gustan, jugar…” A este niño no le extraña que sus amigos decidieran meterse en la cueva pese a estar prohibido por el riesgo de inundación durante la temporada de lluvias monzónicas. Es algo que hacen con relativa frecuencia. “Nos gusta explorar, ver lo que hay. Está oscuro, pero no da miedo. Yo he estado cuatro veces”.

La escuela está tratando de dar apoyo a los alumnos y a las familias en la medida en que puede, para que puedan hacer frente a la tensión y la incertidumbre de la espera. “Organizamos reuniones con psicólogos profesionales”, asegura el director del centro, Keenet Pontsuwan. “También intentamos tener una actitud positiva. Dejar claro que esto no es culpa de nadie. Que ha sido solo un accidente trágico”. Cuando vuelvan sus seis estudiantes, ya recuperados, “les daremos todo el apoyo posible. Pero no les trataremos de un modo distinto al resto de los alumnos. Aunque no les pondremos muchos deberes”.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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