La derrota hegemónica del PRI
El partido más antiguo de México enfrenta un turbulento futuro tras la pérdida de la presidencia y buena parte del poder local que ostentaba
El partido político del Gobierno ya no lo será más. El PRI volverá, después de seis años, a la tribuna de la oposición. La derrota de su candidato a la presidencia, José Antonio Meade, ha sido el epílogo de un Gobierno que no entendió a los mexicanos del siglo XXI, una generación con necesidades y demandas distintas a las de sus padres y abuelos que en el siglo XX aseguraron la permanencia –por más de siete décadas– de la fuerza política más antigua de México en la residencia presidencial de Los Pinos. La lección más dura para la formación política en 2018 es que ser presidente en México ya no garantiza la sucesión en el cargo.
Si en el 2000 el PRI vivió una histórica derrota que le sacó durante 12 años de la presidencia, en el 2018 el partido fundado por Plutarco Elías Calles ha sufrido una estocada casi mortal. Además de perder la presidencia, solo ha rescatado uno de sus bastiones en el país: la gubernatura de Yucatán. En el 2000, la palabra cambio era la más popular para votar en contra de los gobiernos del PRI; ahora han sido suficientes seis años y el hartazgo de los mexicanos –saturados por los episodios de corrupción y violencia– para impedir un sexenio más del PRI. La noche del 1 de julio de 2018 es una de las más tristes del partido en sus 89 años de historia. La sede en Ciudad de México estaba desierta en las horas previas al anuncio final.
Meade salió ante la prensa acompañado de su equipo de campaña a las 20.00 y sin rodeos habló de la derrota del PRI. “Reconozco que las tendencias del voto no nos favorecen y que la coalición que encabezo no es la triunfadora. Según la información de los primeros conteos será Andrés Manuel López Obrador quien tendrá la responsabilidad de conducir el Poder Ejecutivo, le deseo el mayor de los éxitos”, dijo. El exministro de Hacienda, con la voz entrecortada, agradeció al PRI, al presidente Peña Nieto, a su familia y a sus colaboradores. E hizo una petición a López Obrador: “un país para todos donde se gobierne con responsabilidad”.
La derrota del PRI estuvo anticipada por la estela de corrupción y acusaciones contra los políticos de la formación política en los últimos seis años. Una decena de gobernadores que defraudaron a los ciudadanos con el saqueo de recursos públicos: dos Duartes, un Borge, un Moreira, entre ellos. La cascada de una violencia rampante: 90 homicidios en promedio al día; una campaña electoral con 48 candidatos asesinados a sangre fría. La presidencia de Enrique Peña Nieto bajo la sospecha permanente de corrupción: los sobornos de Odebrecht y la casa comprada a un proveedor del Gobierno–la Casa Blanca–. La indignación de los mexicanos llegó a niveles estratosféricos con la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y los votantes tampoco perdonaron que el caso siga sin resolverse tras cuatro años.
El PRI no llegó en su mejor forma a las elecciones de 2018. La decisión de Peña Nieto de respaldar a Meade para ser el candidato a la presidencia resquebrajó cualquier posibilidad de salir a la carrera fortalecido. Meade nunca ha sido priista. El recelo por su candidatura ocasionó diversas rupturas y evitó el despegue de su campaña. El PRI no estaba convencido de su candidato. El exministro de Hacienda cumplió con todos los rituales del viejo partido pero en su rostro se asomaba cierta duda sobre la vigencia de la formación política. Meade no era del PRI y se notaba. Su campaña estaba hecha por sus colaboradores de los cinco ministerios en los que trabajó en el Gobierno y el partido esperaba en segundo plano su oportunidad para brillar. Este domingo, sus famosas estructuras y bases funcionaron como reloj suizo, pero no fue suficiente.
Meade encajaba con la descripción de un presidente tecnócrata que se hizo popular hace dos décadas en México. Un perfil similar al de Ernesto Zedillo o Carlos Salinas de Gortari. Pero en 2018, esa fórmula no parece ser la favorita de los mexicanos. La segunda derrota del PRI demanda una transformación profunda y la destrucción de antiguas recetas que piden una gran devoción al partido y sus personajes, pero sin un retorno a los ciudadanos en el servicio público. Los oídos sordos del PRI están pagando la factura, mientras la política de las calles y las plazas hace su regreso a la arena mexicana.
Los dirigentes del PRI han reconocido que el partido tendrá que repensar su futuro y descifrar lo que los mexicanos quieren. “Convocaré a una profunda reflexión de nuestro partido y analizaremos las razones por la que hoy no merecemos el respaldo ciudadano”, ha dicho René Juárez Cisneros, el dirigente de la formación. Aunque la herida es grave, el partido sabrá cómo levantarse y reinventarse. Sus simpatizantes han conseguido vigilar la mayoría de los centros de votación y están allí para respaldar el siguiente paso de su dirigencia. Recuperaron el Gobierno en 2012 y podrían volver a intentarlo en 2024. El PRI no ha muerto, pero por una noche el dinosaurio no está allí.
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