“En México está en juego una recomposición de las élites”
El ministro de la Suprema Corte reflexiona sobre las elecciones y los retos que afrontará el país con el próximo gobierno
José Ramón Cossío (Ciudad de México, 1960) vive sus últimos meses como ministro de la Suprema Corte de Justicia de México. Después de 15 años, el próximo 30 de noviembre dejará su cargo, justo un día antes de la toma de posesión del próximo presidente. En esta coyuntura, el ministro recibe a EL PAÍS durante casi una hora en su despacho para analizar el proceso electoral y conversar sobre los retos que afronta el país a partir del 2 de julio.
Pregunta. ¿Cómo definiría el momento por el que atraviesa México en materia de justicia?
Respuesta. El problema en México es que estamos viviendo simultáneamente muchas reformas y muchas implementaciones. Creo que hay un problema sistémico. Prácticamente todo está en marcha, casi nada está cumplido. Ni siquiera somos conscientes de todo lo que está en proceso de cambio, normativamente hablando. Segundo, no hemos sido capaces de generar las prácticas necesarias para aterrizar, por decirlo así, esas reformas.
P. ¿México necesita un cambio de régimen?
R. Yo creo que se necesita un cambio de régimen y un ajuste de las categorías generales con las que estamos pensando la justicia. Creo que lo que estamos haciendo es simplemente una acumulación de viejas soluciones respecto de nuevos problemas.
P. ¿Qué va a marcar esta elección?
R. Uno de los momentos más definitorios de nuestra historia reciente, porque no es una contienda solamente entre candidatos, entre grupos, sino que lo que estamos discutiendo, a fin de cuentas, es un proceso de recomposición de las élites, económicas, culturales, sociales o científicas, que se han ido, con el pasar de los años, agrupando en distintos bandos, en distintas fuerzas. Creo que estamos hipersimplificando la situación suponiendo que solo van a enfrentarse dos, tres o cuatro sujetos. Se han ido construyendo grupos y ha llegado un momento en donde lo que se está disputando es cuál de esos grupos puede primar sobre otro.
P. ¿Es necesario que haya ese reacomodo de las élites?
R. Si las élites que estuvieron en un determinado momento gobernando tuvieran legitimidad moral, política, etcétera, no se presentaría una necesidad de recambio. Lo que me parece es que se van agotando proyectos, misiones, personas y entonces surgen otros contendientes, insisto, agrupados, como lo estamos viendo, con componentes muy heterogéneos. Unos tienen católicos, otros evangélicos; unos están a favor de ciertas formas de relaciones personales y familiares; otros, de otras… Me parece que hay una recomposición prácticamente de todo.
P. ¿Cree que la élite empresarial está dispuesta a perder sus privilegios?
R. Yo creo que ninguna élite está dispuesta a perder privilegios, porque es parte de su colocación en una sociedad y en el mundo. Lo que a mí me parece es que a las élites empresariales les hace falta mucha reflexión sobre problemas nacionales. Las élites nacionales están pensando en su condición económica, en los problemas de su hábito, pero me parece que les ha faltado una visión más general del mundo. Yo no he escuchado que estas élites nos planteen algún sistema impositivo nuevo. No nos han planteado desde hace ya muchos años si este país debe tener estas tasas fijas bajas o deberíamos ir a unas tasas progresivas. Me parece que ahí ha faltado una reflexión importante. Lo que es interesante es que esas élites, en un cambio de ciclo pueden ser sustituidas por otras élites. No es que vayamos a perder las élites, es que simplemente una sustituye a otra.
P. ¿Cree que hay algún candidato que aglutine mayor diversidad?
R. Yo, en este momento, no lo veo. Están incorporando una variedad de cosas con una finalidad estrictamente electoral. Y eso puede estar bien, es parte del juego. ¿Qué es lo que sucede a partir del 2 de julio? Si solo se quedan pensando que se es presidente de la mayoría que les ha votado me parece que podemos entrar en una condición de enorme conflictividad. El peor error sería llegar con una idea de una venganza histórica.
P. ¿Qué dice de un país donde en unas elecciones han asesinado a más de 100 políticos?
R. La política hace muchos años se pudo haber servido de la delincuencia. Hoy me parece que la delincuencia está entendiendo que puede servirse de la política. Se matan a personas cuando se sabe que cierto funcionario público o va a ir en contra de uno o va a apoyar a una banda rival.
P. ¿Hasta dónde llega la penetración de la delincuencia en la vida política?
R. Yo creo que eso es algo que en nuestro tiempo presente no vamos a ver. Nos podría sorprender en algunos años que altísimos funcionarios estuvieran. Hoy sí sería especular mucho, pero me parece que por las magnitudes que estamos viendo de delincuencia, en algunos años nos podemos enterar que hay funcionarios de nivel importante metidos en este tipo de actividad.
P. López Obrador planteó amnistiar a criminales vinculados con el narcotráfico, luego lo ha matizado. ¿Es hora de que México inicie un proceso de paz?
R. No acabo de entender exactamente qué es lo que él propone. He escuchado varias explicaciones, pero no sé exactamente qué quiere con el tema de la amnistía. Ahora, de que es necesario convocar a un proceso de paz, sí me parece importante. En México nos tenemos que sentar a hablar. Después de muchos años de hegemonía de un partido político, de una ideología nacionalista simple, pero eficaz, para los propósitos que perseguía, se ha ido mostrando un país más diverso, plural y, desafortunadamente, más enconado. Creo que todos los foros que se puedan lograr para tratar de encontrar puntos de equilibrio, de acuerdo y reconciliación son importantísimos. Porque insisto, gane quien sea, ¿para qué van a utilizar esa legitimidad que les van a dar las urnas? Si se va a utilizar para tonterías, para centralizarse más, entonces me parece que esto va a ser un desperdicio y en tres o seis años vamos a tener una condición todavía de mayor encono. Simplemente estaríamos posponiendo el momento.
P. Eso en términos generales, pero en cuanto a la violencia, ¿necesita México, quizás con los aprendizajes de todo el mundo, abordar un proceso de paz propio?
R. Yo creo que sí y la respuesta concreta sería: para muchas personas, desde jóvenes, el narcotráfico es su modo de vida. ¿Queremos acabar con ello? Creo que, si no somos capaces de entender lo que se está disputando socialmente, colectivamente, individualmente, en ese sentido, no va a haber proceso de pacificación alguna. A mí me parece un poco ingenuo decir: “Vamos a pedirles a las personas que regresen a unas actividades lícitas”. ¿Cuáles son esas actividades lícitas que les podemos ofrecer? ¿Qué le vamos a ofrecer a una persona que tiene un ingreso por actividades delictivas para que regrese a dónde y a qué? Si no somos capaces de generar alternativas, me parece que ese fenómeno no va a ser posible. Ahí viene otra vez un problema. No se trata solo de que el Gobierno dialogue con estos chicos o con los jefes. Es un proceso donde el Estado mexicano tiene que recaudar más para distribuir más. El Estado no puede dispendiar lo recaudado ni quedarse con ello. Va a parecer que estoy planteando la utopía, pero tiene que haber un acto de tal generosidad nacional que se esté dispuesto a ceder cosas como corromperse y obedecer. O esto no va a ser, porque no somos capaces de ofrecerle a estas personas una alternativa.
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