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Macron pide a Alemania que abandone el “fetichismo perpetuo por los superávits”

La canciller alemana y Macron critican con dureza a Trump en la entrega al presidente francés del premio Carlomagno

El presidente francés, Emmanuel Macron, y la canciller alemana, Angela Merkel, este jueves en Aquisgrán.Vídeo: WOLFGANG RATTAY (REUTERS) / REUTERS-QUALITY
Claudi Pérez

El macronismo trata de ser una especie de revolución pasiva del europeísmo, con la Unión Europea en plena resaca tras una crisis devastadora de la que apenas saca la cabeza. El líder de esa corriente, el presidente francés Emmanuel Macron, ha embestido este jueves en un discurso rabiosamente proeuropeo contra la inacción y el fetichismo perpetuo por los superávits fiscal y comercial de la canciller alemana Angela Merkel , en la ceremonia de entrega del premio Carlomagno. Pero el acto ha sido marcado también por el visible deterioro de la relación transatlántica. El líder francés ha cargado contra los chantajes y amenazas de Donald Trump en Irán, en Oriente Medio, en la política comercial y así ad infinitum. La canciller alemana, Angela Merkel, señaló que "Europa ya no puede confiar en que Estados Unidos la proteja".

A domicilio, en la imponente ciudad alemana de Aquisgrán y en la misma sala en la que durante siglos se coronaron los reyes europeos, Macron ha reclamado ambición a la canciller de hierro: "No seamos débiles (...), no nos dividamos, no tengamos miedo, no esperemos: es el momento de actuar", ha dicho en un arrebatador alegato que cierra un ciclo de discursos formidables (Atenas-la Sorbona-Estrasburgo) pero que aún no se ha traducido en nada —absolutamente nada— tangible en la UE.

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Cuando la realidad es tozuda y poco estimulante, los políticos suelen agarrarse al sueño: Macron ha citado reiteradamente el "sueño europeo" en Aquisgrán, en un discurso con reminiscencias de varios líderes estadounidenses, de Roosevelt a Luther King y Obama. "Europa es una utopía: debemos convertirla en una utopía pragmática, realista", ha apuntado en un largo discurso en el que iba cogiendo altura para después bajar al suelo con varias cargas de profundidad destinadas a Merkel. "En Alemania no puede haber un fetichismo perpetuo por los superávits presupuestarios y comerciales, porque se hacen a expensas de los demás", ha disparado sin contemplaciones. Berlín le pedía a París reformas para acceder a reforzar el euro con medidas de solidaridad. Esas reformas han llegado, y le han costado a Macron protestas en las universidades, huelgas de transporte y un malestar creciente cuando se cumple medio siglo del Mayo del 68. Pero Merkel, de momento, no cumple su promesa. "Despertad, alemanes: Francia ha cambiado, ya no es la misma, ha apostado por las reformas", ha dicho Macron para pedir a renglón seguido concesiones: "Necesitamos una eurozona más fuerte, más profundamente integrada, con un presupuesto común para hacer inversiones y para que vuelva la convergencia".

"Rompamos nuestros tabúes", ese es el lema que ha repetido Macron. Los tabúes de Francia eran la incapacidad para hacer reformas, que el líder francés desmiente cuando se cumple su primer aniversario en el Elíseo. Los tabúes de Alemania son los mecanismos de solidaridad, una especie de anatema para un país obsesionado con no pagar por los excesos de los demás, que quiere proteger a toda costa un superávit comercial formidable (en torno al 9% del PIB) y un superávit fiscal cada vez más notable. El público aplaudía a rabiar, pero Merkel se ha encargado de bajar al suelo al joven Macron: en su discurso no ha habido una sola referencia al presupuesto anticrisis que quiere París, y apenas alguna vaga alusión a las reformas de la eurozona, que tienen mala venta en Berlín. Las posiciones alemanas sobre la reforma del euro se reducen a facilitar un respaldo para el fondo destinado a cerrar bancos evitando sacudidas financieras —peccata minuta— y al embrión de un fondo de garantía de depósitos común. De momento no hay mucho más a lo que agarrarse. La canciller ha elogiado "la pasión", "el entusiasmo", "la visión" de Macron, pero ella y su partido, apoyado por la socialdemocracia alemana, siguen siendo el principal obstáculo para que las ideas del presidente francés se conviertan en medidas contantes y sonantes en Bruselas.

La vieja utopía factible europea descansa ahora en esa visión a largo plazo de Macron, que consiguió derrotar a la extrema derecha y promete grandes cosas en Europa. Pero hay que pasar de las musas al teatro. Y frente al vuelo a veces estratosférico de sus discursos está el pragmatismo de Merkel, en una UE más alemana que nunca. El consenso francoalemán está cada vez más claro en la política exterior: tanto el presidente francés como la canciller alemana han cargado con dureza contra Trump, tanto por las tentaciones proteccionistas como por la ruptura del acuerdo nuclear con Irán. "Algunas potencias han decidido no cumplir su palabra", ha dicho Macron del inquilino de la Casa Blanca. "Europa ya no puede confiar en que Estados Unidos la proteja", ha atacado Merkel. Francia y Alemania tienen ideas parecidas sobre la crisis migratoria, la crisis de seguridad, la protección de fronteras y, con matices, la política exterior de la Unión Europea. Pero en asuntos económicos, de momento, hay un sensacional contraste los bellos discursos de Macron y las negativas categóricas de Merkel a la hora de transformar esas palabras en mecanismos de solidaridad para evitar que la próxima crisis se lleve el euro por delante.

Macron ya es premio Carlomagno, tras una ceremonia a la que acudieron la flor y nata de las instituciones europeas y figuras destacadas de las capitales (el rey Felipe, Javier Solana y el ministro Alfonso Dastis por parte española). Y sigue siendo un orador inspirador. Pero quizá la novedad sea que en algunos pasajes de discurso ya vempieza a admitir, implícitamente, que necesita imperiosamente resultados tangibles. Tan pronto como en junio: la próxima cumbre discutirá las reformas del euro, y es prácticamente la última oportunidad de conseguir algo antes del parón del verano. El próximo curso político en Bruselas será poco fecundo: la capital europea se paraliza a la espera del resultado de las elecciones europeas de mayo de 2019, con el populismo de nuevo a las puertas de la Unión. De ahí la petición, el ruego, la invectiva del jefe del macronismo a lo más parecido a un jefe de la UE, la canciller Merkel: "No esperemos, es el momento de actuar".

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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