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EN CONCRETO
Columna
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Los otros recluidos

Reos y custodios viven en la misma oscuridad y marginación, con pocas posibilidades de sanación

José Ramón Cossío Díaz

A lo largo de la historia ha sido difícil saber qué hacer con los delincuentes. Saber cómo castigarlos. La muerte, el destierro, las mutilaciones o la prisión, han estado entre las posibilidades. En más recientes e ilustrados tiempos, la cárcel es solución estandarizada. Con ella se logró en principio sacar de circulación a una persona y evitar que lastime bienes relevantes. Más recientemente, colocarla en una situación de reflexión y cuidado para posibilitar su rehabilitación y retornarlo a la sociedad. En la evolución de las sanciones carcelarias, actualmente se busca algo más que la mera rehabilitación personal. Se quiere que esos individuos se reinserten a la sociedad y formen parte de ella a plenitud.

¿Qué implica la re-inserción? Desde luego, no que la persona viva como antes de ir a la cárcel. Por el contrario, que adquiera un nuevo modo de verse a sí mismo y actúe y conviva en cierta normalidad. ¿Qué tiene que hacerse con una persona para lograr que en su aislamiento adquiriera tal condición? No la imposición de una terapia "a la Naranja mecánica". El Estado no dispone más del cuerpo de sus prisioneros. Riesgos aparte, deben aplicarse lineamientos psiquiátricos, psicológicos y laborales que le hagan entender a las personas lo benéfico de los resultados.

Con independencia del fundamento teórico del modelo, su realización es compleja. Quiere lograrse un cambio en personas que han delinquido. Tal vez, en muchas que han tenido su modo de vivir en el crimen, organizado o no. Si se toman en serio las condiciones que deben actualizarse para lograr la reinserción, es claro que se requieren importantes recursos y personas entrenadas para trabajar en los pretendidos procesos de transformación humana. Debería haber instalaciones para trabajar en los cambios; cuerpos médicos enterados y actuantes; terapeutas personales, familiares y sociales atentos y participativos; educadores y capacitadores que enseñen cómo ganarse la vida en libertad. De todo esto hay poco. Más bien nada.

Por su condición protegida, sabemos cómo viven los presos: hacinados y vejados. La situación es común. Forma parte de lo ordinario. Esto se rompe al aparecer un nuevo reporte o contarse los muertos de un motín. La normalidad descansa en la necesidad de mantener aislado lo que de suyo debe estarlo. Lo que no se sabe es lo que pasa con quienes tienen a su cargo la vigilancia y la reinserción de los presos. ¿Quiénes son, cómo viven, qué saben hacer, qué concepto tienen de sí mismos y de su trabajo? No hay héroes ni heroicidades en el trabajo penitenciario. Quienes ahí trabajan están tan o más desparecidos que quienes cuidan.

Por este anonimato, es importante la aparición del estudio Condiciones de vida y trabajo del personal de los centros penitenciarios federales, elaborada, a solicitud del Comisionado Nacional de Seguridad de México, por las doctoras Elena Azaola y Catalina Pérez Correa. Gracias a él sabemos lo maltratados que están el personal y los funcionarios carcelarios, las complejidades de su trabajo y el desencanto y lastimosidad en que viven. Sabemos, también, que aquello que debiera estarse haciendo para reinsertar personas a la sociedad, no se alcanzará. Al ver la prisión desde los custodios, de quienes fueron puestos por el Estado para hacer algo nuevo con los presos, sabemos que no hay salvación para estos. Que las cárceles siguen siendo espacios de separación. Pudrideros de gente apartada de la circulación. Azaola y Pérez Correa ponen a la vista la disposición al embodegamiento. No por cómo se trata al reo, que ya lo sabíamos, sino a quien debiera ser su reinsertador. A aquel que debiera llevarlo de un mundo de sombras a otro de transformación. Hoy sabemos que reos y custodios viven en la misma oscuridad y marginación. Viendo pasar los días en condiciones no tan diferentes, con pocas y cortas posibilidades de sanación.

@JRCossio

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