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Policías al rescate de animales

250 agentes especializados combaten en Holanda el maltrato y abandono de mascotas y otras especies

Isabel Ferrer
Erik Smit, miembro de la Policía de los Animales.
Erik Smit, miembro de la Policía de los Animales.

Erik Smit tiene 57 años y lleva casi cuatro décadas en la policía holandesa. Desde 2011, atiende a tiempo completo llamadas de ciudadanos denunciando el maltrato, abandono, abuso o muerte de perros, gatos, roedores, reptiles, caballos, corderos, cabras y hasta focas. Unos episodios a veces sorprendentes, como el de una señora que convivía con 60 conejos de indias, “una coleccionista, cuyos vecinos no aguantaron los malos olores”. Otros lamentables, como el de un perro encerrado en una casa al que acabaron aplicando la eutanasia porque no pudo recuperarse del trauma. Smit fue testigo de ambos como miembro de la Policía de los Animales. Un servicio oficial que abarca todo el país. No lo ofrecen entidades protectoras, ya sean privadas o de voluntarios.

Erik Smit con una lechuza en el hombro.
Erik Smit con una lechuza en el hombro.

“El caso del perro abandonado por su dueña, que era una madre de tres hijos pequeños con problemas económicos, fue penoso. Se trasladó, y en lugar de llamarnos, lo dejó atrás con comida solo para unas semanas. Los vecinos le oían ladrar, y para cuando entramos, era tarde. Estaba tirado en un sillón, rodeado de moscas. Pudieron estabilizarlo físicamente, pero vieron que su recuperación psíquica sería imposible”, dice Smit, dueño a su vez de un perro. Para ponerse en contacto con estos policías solo hay que marcar el número 144. La llamada es evaluada y las salidas se reparten entre 250 agentes. Smit se dedica por entero a los animales, y a los dueños. “Detrás de un animal maltratado suele haber un problema social. Los que golpean a otro ser humano empezaron por sus mascotas. Como echamos un vistazo a su intimidad, contribuimos a resolver otros problemas”. En algunos países, los denominados animal cops, retratados en los programas de Animal Planet y National Geographic, van de uniforme, “pero no son policías con todas sus funciones, como nosotros”, dice Smit.

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La idea de la Policía de los Animales partió en 2011 del Partido por La Libertad, del líder populista Geert Wilders. En ese momento, apoyaba desde el Parlamento a la coalición de centro derecha en el poder. Cuando dejó de hacerlo, por oponerse a los ajustes financieros que proponían, el proyecto casi se vino abajo. De los 800 agentes que debían entrenarse en origen, se pasó a los 250 actuales. Pero el servicio se mantuvo y contribuyen al cumplimiento de las leyes, que fijan un máximo de 3 años de cárcel y multas de hasta 19.500 euros para los peores casos. Uno de esos sigue en la memoria de Erik Smit. Y es que aún no se explica cómo una madre y un hijo, que tenía un perro desde hacía nueve años, pudieron recurrir a una violencia extrema para quitárselo de encima. “El hijo se iba a otra casa y no podía llevarlo. La madre no lo quería y decidieron darle unos somníferos. Luego pensaban asfixiarlo con una almohada y enterrarlo en el jardín. ¡En lugar de marcar el 144! Al final, como el can no se dormía, le golpearon y lo mataron poniendo su cabeza en una bolsa de plástico. Los vecinos llamaron al oír unos ladridos tremendos, pero no pudimos hacer nada. Ahora tendrán que presentarse ante los tribunales y el juez decidirá”.

Miembros de la Policía de los Animales.
Miembros de la Policía de los Animales.

El episodio es extremo, pero Smit subraya que suele echar mano de sus contactos, ya sean veterinarios, centros de acogida o conocidos, para poner a salvo a los bichos. Las leyes vigentes prohíben los animales de circo en Holanda, y tampoco pueden exhibirse mascotas en los escaparates de las tiendas del ramo. Además, los menores de 16 años tienen prohibido comprarlas por su cuenta; el responsable es el adulto. Estos policías colaboran también con la Sociedad Protectora de Animales, la Inspección dedicada a la protección animal y la Asociación Nacional para la Alimentación y el Consumo. “Cuando vamos a una granja a revisar la situación de los animales, los acompañamos. Ahí los expertos son ellos, pero vigilamos”. Cuando se trata de razas agresivas, como algunos ejemplares de pit bull, el dueño es el primer observado: “Suelen ser tipos que se exhiben con un perro que puede ser peligroso, y a partir de ahora necesitarán un carné”, subraya Smit, encargado también de patrullar los ocho kilómetros de playa entre Scheveningen (distrito costero de La Haya) y Hoek-van -Holland, al oeste del país. Allí descansan a veces las focas antes de volver al agua. Si tienen problemas, Erik y sus colegas las llevan a un refugio hasta que regresen al mar. 

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