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Columna
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¿Somos todos la vaca Hermien?

La sociedad se descubre cada día más castrada en su identidad, en su libertad de pensar y de crear

Juan Arias
Una vaca camina en una nevada en España.
Una vaca camina en una nevada en España.ELOY ALONSO (REUTERS)

¿Es posible identificarse con la historia de la vaca Hermien. que se tiró en Holanda del camión que la llevaba junto con otras al matadero y desde hace un mes está huyendo por los bosques? Se diría que sí, dada la red de solidaridad que ha despertado en miles de personas que están recogiendo fondos para comprar al animal y pueda así acabar sus días en paz sin pasar por una muerte violenta. 

Una historia en realidad insignificante que ha acabado convirtiéndose en un símbolo de identificación humana. Cabría preguntarse qué despierta en nuestro subconsciente ese animal que, en vez de dejarse llevar pasivamente hacia la muerte, tuvo el coraje de saltar del camión y emprender una fuga sin saber hacia dónde, antes que dejarse sacrificar pasivamente en el matadero. 

Vivimos en un mundo dominado por la violencia, en el que cada vez los humanos nos sentimos más masa pasiva dominada por quienes nos esclavizan de mil formas sofisticadas haciéndonos perder el sentido más hondo de la existencia. Nos sentimos, todos, y los desposeídos más aún, un número, una ficha, dentro de una sociedad que se vuelve cada vez más pasiva y resignada, “como ganado llevado al matadero”, según el sabio adagio popular.

La sociedad se descubre cada día más castrada en su identidad, en su libertad de pensar y de crear, de ser más que un número y una ficha en el ajedrez anónimo de los poderes fácticos que nos vigilan, nos dominan y nos domestican para que seamos un producto que puede ser vendido y consumido. Somos todos víctimas destinadas a ser sacrificadas en el altar del dinero, por el bien común, dicen, los nuevos sacerdotes del mercado. 

Quizás por eso, miles de personas se hayan sentido sensibilizadas, casi liberadas, al identificarse con ese animal que intuyó por instinto que estaba siendo conducido al martirio para convertirse en comida para sus dueños, los humanos, y saltó en busca de su libertad.

Esa ansia de libertad, la lucha contra la muerte, el forcejeo para no ser uno más del montón anestesiado, las ganas de seguir disfrutando de la vida sin que nadie tenga el derecho de sacrificarnos antes de tiempo, puede haber sido lo que han sentido cuantos se están identificando con el gesto de la vaca Hermien, que dijo “no” a quien se arrogaba el derecho de sacrificarla. Librar de una muerte innatural a ese animal que prefirió la huida en el vacío tirándose del camión a la aceptación pasiva del matadero, está siendo para muchos una especie de catarsis. Es como si la sociedad se preguntara a sí misma si, con nuestro conformismo ante los poderes y las ideologías que pretenden decidir autoritariamente nuestro destino, no sería preferible saltar del camión de la muerte para redescubrir nuestra dignidad humana. Esa dignidad que vemos metafóricamente reflejada en el gesto de esa vaca que dijo no al montón y se arrojó al vacío que acabó salvándola.

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