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Tribuna
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A la hora señalada (ONU, Nueva York)

Colombia está en contra, pero se abstiene. No se arrodilla, pero sí se agacha

Ricardo Silva Romero

Yo lo que no entiendo es por qué demonios el mundo –llamémoslo “la Historia”– necesitaba este castigo con vocación de tortura, esta lección de humildad que es un duchazo helado al ego, este recordatorio de que el género de la vida es el suspenso: ¿era precisa una presidencia del burdo magnate Donald J. Trump para comprender que los partidos políticos se han desdibujado de hemisferio a hemisferio, para caer en cuenta de que la democracia no es un lugar común sino un anhelo, para descubrir por enésima vez que no hemos dejado atrás la ley de la selva ni la lógica del lejano Oeste? La embajadora estadounidense Nikki Haley amenazó como un sheriff caracortada a la Asamblea General de la ONU, “los Estados Unidos recordarán este día”, antes de que se llevara a cabo la votación de la resolución contra la decisión de Trump –violenta e imbécil, sí– de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel.

Dicho de otro modo: que se atengan a su suerte los países que no estén de acuerdo con incendiar el Oriente Próximo; con arruinar el proceso de paz entre Palestina e Israel; con celebrarle a Trump sus ruidosas jugadas a corto plazo, su tenacidad a la hora de borrar el legado de Obama –la idea, por ejemplo, de que el Estado de Israel garantizará su futuro el día en que reconozca al Estado palestino– y su arriesgado desprecio por la Historia… llamémosla “el mundo”.

Es cierto que la diplomacia gringa ha sido un puño, “yanquis go home…”, pero la advertencia de la embajadora Haley fue puro “quienes no estén conmigo, están contra mí”; puro matoneo sin talento, sin disfraz: “los Estados Unidos recordarán este día en el que ha sido embestido en la Asamblea General por el simple hecho de ejercer su derecho como una nación soberana –declaró con el tonito que se espera del chavismo–: lo recordaremos cuando una vez más volvamos a ser llamados a hacer la contribución más grande del mundo a las Naciones Unidas y lo recordaremos cuando demasiados países vengan a nosotros, como suelen hacerlo, para que les demos aún más dinero y para que usemos nuestra influencia para su beneficio”. Y es aquí, damas y caballeros, donde aparece la triste Colombia.

A pesar del chantaje, a pesar de la intimidación, la Asamblea General de la ONU exigió a los Estados Unidos –con 128 votos a favor, 9 votos en contra y 35 abstenciones– que eche para atrás la peligrosa imposición del perdonavidas de Trump. Colombia dejó en claro que, para honrar “un consenso internacional de más de setenta años”, no reconocerá a Jerusalén como la capital de Israel. En 1947 el expresidente López Pumarejo, jefe de la delegación colombiana en la ONU, criticó la partición de Palestina, pero optó por la abstención. En 2017 Colombia siguió fiel a la idea de que el reconocimiento del Estado palestino debe ser el resultado de la “solución pacífica al conflicto”, pero de nuevo prefirió la abstención que no molesta a Estados Unidos. Colombia está en contra, pero se abstiene. No se arrodilla, pero sí se agacha.

Ya sé, ya sé: no sería coherente ni sería colombiano enfrentarse a los Estados Unidos de Trump. Pero de tanto ver películas polvorientas del lejano Oeste, de tanto ver Sólo ante el peligro con el título de A la hora señalada, lamento que por honrar la coherencia, en el mismo año en el que cayeron tantos explotadores y tantos abusadores de los viejos tiempos, Colombia no haya sido uno de los 128 valientes –los 128 samuráis, los 128 magníficos– que se le enfrentaron al Gobierno decadente de un pendenciero por naturaleza que parece dispuesto a protagonizar las profecías apocalípticas y que va por ahí intimidando a este caserío global como uno de esos forajidos que en los westerns fuerzan a sus víctimas a ser héroes.

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