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Seco y despeluchado: muere el abeto símbolo de la Navidad en Roma

El árbol que el Ayuntamiento colocó en la plaza Venezia y que costó 48.000 euros, conocido ya como 'Spelacchio', muere prematuramente y se convierte en una caricatura global

Spelacchio, el abeto que navideño de Roma que llegó sin vida a la plaza Venezia.
Spelacchio, el abeto que navideño de Roma que llegó sin vida a la plaza Venezia.Getty
Daniel Verdú

Estaba llamado a ser el símbolo de la Navidad romana, el árbol que daba comienzo a las fiestas y guiaba a la ciudad hasta el propio 25 desde la icónica Piazza Venezia. Costó 48.000 euros. Pero llegó seco, moribundo, despellejado. De modo que el imponente abeto de 22 metros, con la inestimable ayuda de la mala leche romana, pasó a ser Spelacchio, la caricatura de tantas cosas sucedidas en el Ayuntamiento de la capital de Italia en los últimos tiempos. El martes, en las oficinas del Campidoglio se decretó oficialmente su defunción y se puso en marcha una investigación. Una especie de CSI botánico. No es broma. Ni siquiera llegará al culmen de las fiestas para las que fue contratado.

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Spelacchio y sus 800 bolas plateadas han sido el principal tema de conversación de los romanos estos días. El asunto llegó hasta Rusia, donde fue bautizado como la “escobilla del váter” de Roma. Ha conseguido hacer sombra –desde luego no por su frondosidad- a los escándalos bancarios de la subsecretaria de presidencia, María Elena Boschi, y al retorno de los restos del rey Victor Manuel III a Italia, que ha sublevado a la comunidad judía. Ni siquiera, la noticia de que la artífice de esta compra y de otras tantas polémicas de la ciudad, la alcaldesa Virginia Raggi, renuncia a optar a la reelección fue capaz de competir con el poderoso magnetismo de la noticia botánica.

El pobre árbol, además, ha tenido que aguantar la comparación con el espectacular abeto que luce en la plaza de San Pedro. La foto de ambos ejemplares ha servido también como metáfora de cómo, poco a poco, los romanos han escuchado al otro lado del Tíber los argumentos más sensatos acerca de la inmigración, las leyes que regulan los derechos civiles o cuestiones tan prosaicas como el ahorro de agua en los tiempos de restricción —el Vaticano fue el primero en cerrar las fuentes este verano—. Para muchos, el papa Francisco, a la sazón obispo de Roma, se ha ganado la confianza de los ciudadanos y se ha convertido en el verdadero símbolo de una ciudad experta en derribar alcaldías.

La historia de Spelacchio tiene truco. Todos los árboles de Navidad llegaron a Roma muertos cada año, pero entre unos y otros siempre consiguieron que aquellos artefactos luminosos proyectasen algo de vida hasta el 25 de diciembre. Del mismo modo, todas las juntas anteriores a Virginia Raggi —especialmente la del posfascista Gianni Alemanno o la de Ignazio Marino (PD)— contribuyeron en similar medida a los desastres municipales de la ciudad. La mayoría, sin embargo, casi siempre logró disimular. Este martes la alcaldesa evitó maquillar su andadura durante este último año y, como a la del propio Spelacchio, le puso fecha de caducidad. “Llegar a final de mandato ya será un éxito”, confesó un segundo después de anunciar que no seguiría.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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