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Gilles Simeoni, el nacionalista tranquilo

El presidente del ejecutivo corso aspira a negociar un estatuto de autonomía para la isla tras las elecciones de este domingo, y descarta la vía independentista

Marc Bassets
Gilles Simeoni interviene en un mitin de la campaña electoral, el miércoles en Ajaccio.
Gilles Simeoni interviene en un mitin de la campaña electoral, el miércoles en Ajaccio.PASCAL POCHARD-CASABIANCA (AFP)

Hay apellidos con resonancias particulares en la política de una ciudad o país, estirpes asociadas a una historia y presentes en las mentes de todos. En Córcega, la isla francesa en el norte del Mediterráneo, Simeoni es uno de ellos. El padre y el tío de Gilles Simeoni fueron figuras pioneras del nacionalismo local. Pasaron por prisión y sufrieron atentados. Simeoni hijo, presidente del ejecutivo corso desde hace dos años, también aspira a dejar su huella.

Si este domingo confirma la victoria aplastante de su lista en la segunda vuelta de las elecciones corsas, intentará a negociar con el presidente Emmanuel Macron un estatuto de autonomía similar a los de las comunidades autónomas españolas. De aprobarse este estatuto, supondría un inesperado giro descentralizador en un país de tradición jacobina como Francia.

El líder corso sobre la independencia: “No se adapta a nuestra realidad”

El jefe del ejecutivo corso, Gilles Simeoni, que se define como autonomista, se presenta a las elecciones junto al independentista Jean-Guy Talamoni, actual presidente de la Asamblea de Córcega. Ambos han gobernado juntos en los últimos dos años y quieren seguir haciéndolo. El resultado de la primera vuelta, en la que la lista nacionalista —autonomistas de Simeoni e independentistas de Talamoni— sacó más de un 45% supuso la mayor victoria en las urnas de una corriente que hasta hace poco era minoritaria, o en algunos casos empleaba la violencia para lograr sus fines. El fin de cuatro décadas de clandestinidad y terrorismo ha facilitado la normalización del nacionalismo y también su éxito en las urnas. El acuerdo entre Simeoni, socio mayor de la coalición, y Talamoni, socio menor, fija un plazo de diez años para adoptar y aplicar un estatuto de autonomía. La independencia que, como reconoce el propio Talamoni, es hoy minoritaria, no figura en el programa conjunto ni en el horizonte próximo de la isla.

“Creo que tenemos un país que construir y una economía que desarrollar, que el pueblo corso debe ser reconocido, claro, y competencias importantes de naturaleza legislativa deben ser transferidas a la futura colectividad de Córcega”, enumera Simeoni. “No necesitamos, para responder a todos estos criterios, erigir Córcega en un estado-nación soberano. No se adapta a nuestra realidad”. A partir del 1 de enero de 2018, los dos departamentos que formaban Córcega se fusionarán con la región para formar una entidad única.

Simeoni se siente incómodo con la comparación de Córcega con Cataluña: "Sin duda hay parecidos entre las aspiraciones del pueblo catalán y el pueblo corso, pero más allá de esto, hay diferencias muy importantes: económicas, demográficas, políticas, institucionales, que hace que el escenario a la catalana no es de ninguna manera trasferible a Córcega”.

No está clara la respuesta de París, hasta ahora cerrada a concesiones en asuntos como la co-oficialidad de la lengua o la liberación de los llamados “presos políticos”. Pero, tras la primera vuelta electoral, el domingo pasado, el partido de Macron —La República en marcha— emitió señales dialogantes: en un comunicado elogió la victoria de Simeoni, constató que reflejaba una pérdida de confianza de los corsos con el Estado central francés y llamó a reconstruir esta confianza perdida.

La vía independentista —la vía catalana, como dicen algunos en Córcega— queda descartada, según Simeoni, convencido de que es en la reclamación de una mayor autonomía donde hay un terreno común para reunir a los corsos de todo signo.

Córcega, dice Simeoni por teléfono, “no está reconocida ahora como pueblo, y la solución política pasa también por aquí”. “Sé bien”, continúa, “que muchos corsos que se sienten profundamente corsos se sienten también profundamente franceses. Esto forma parte de la ecuación, y es la razón por la que no puede haber una solución en la ruptura. Hay que encontrar puntos de equilibrio. No podemos levantar a una parte de los corsos contra los otros”.

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Simeoni (Bastia, 1967) vivió desde niño sumergido en el nacionalismo corso. “Pertenezco a una generación que creció en el conflicto. En el plano familiar y personal hemos pagado un tributo importante, como muchos militantes”, dice. Él, como abogado, defendió a Yvan Colonna, condenado por el asesinato del prefecto Claude Erignac en 1998. Elegido alcalde de la ciudad nororiental de Bastia en 2014, un año después llegó al frente del ejecutivo corso.

No justifica la violencia como hace su socio independentista: “Sin estos 40 años de conflicto no estaríamos aquí”, dijo Talamoni hace unas semanas. ¿Y condenarla? “Pienso que las condenas son estériles: siempre he dicho que no soy un magistrado”, responde. “Y me he implicado para acabar con ella, lo que me ha costado críticas, hace años y durante tiempo, de otros nacionalistas que creían que era legítima”.

Parte del éxito electoral de Simeoni se explica por la imagen de consenso que transmite. “Es alguien que da tranquilidad”, dice desde Ajaccio, la capital de Córcega, el historiador Jean-Marie Arrighi. “E incluso familiarmente: es el hijo y sobrino de los dirigentes del principio de todo esto. Son gente con buena imagen. Pudieron cometer errores, pero son vistos como honestos”.

A la pregunta de si se siente corso o francés, Simeoni no duda en responder: “Me siento corso, claro. Dicho esto: le responderé diciendo que los chicos y chicas de mi generación, sobre todo los que vivieron la historia que yo viví, incontestablemente tienen una relación difícil con Francia y el Estado. Así que, al Estado francés, le digo: ‘Reconózcame como corso, reconozca a mi pueblo, y después las cosas se calmarán y tendrá menos dificultades en mi relación con Francia’”. Francia sí, podría ser su eslogan, pero no así.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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