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ARCHIPIÉLAGO
Columna
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Viejos versus jóvenes (La Magdalena, Bogotá)

Aquí va a ganar el que grite mejor

Ricardo Silva Romero

Trinan los pajaritos. Es un día de campaña presidencial aquí en Bogotá. La escena sucede en la luminosa cabina de RCN Radio, en el barrio La Magdalena, a 25º grados centígrados. La estupenda periodista Yolanda Ruiz le pregunta al señor Alejandro Ordóñez, candidato de la ultraderecha inquisitoria, si volvería a quemar algún libro. “Sí –responde él con esa risa entre dientes que es una fachada–: el libro donde estén la frustración y las enemistades y los malos recuerdos…”. Ella insiste: “¿A usted no le parece que quemar libros es un acto que atenta contra el pensamiento y la democracia?”. Él contesta: “Es un acto pedagógico”. Y agrega: “Ahora construiría políticas públicas”. Pero es demasiado tarde, claro, porque echar a la hoguera es la pedagogía de los viles, pero también porque ha puesto de manifiesto el lío en el que estamos.

Aquel debate del martes 17 en el Senado –que iba a ser un debate sobre los sobornos de Odebrecht pero terminó siendo una sangrienta contienda presidencial– dejó las cosas claras: aquí va a ganar el que grite mejor. El serísimo senador Jorge Robledo, candidato del Polo Democrático, denunció a los investigadores “competentes” –en especial al Fiscal General– por no querer investigar la entrada de dineros extranjeros en las campañas de 2014. La excelente senadora Claudia López, candidata del Partido Verde, acusó al Fiscal de estarle sirviendo a la campaña de su amigo: el exvicepresidente Vargas Lleras. La bancada de Vargas salió en su defensa. Y sí: una vez, en tiempos de la guerra bipartidista, hubo un pequeño tiroteo en el Congreso. Pero yo no recuerdo una gritería tan pendenciera ni tan impune como la de ese debate.

No fue lo peor. Circuló por las redes una serie de imágenes fabricadas por la derecha uribista –como una serie de volantes de paramilitares que ya ni se saben violentos– en donde puede verse a los candidatos defensores del acuerdo de paz amordazados con cintas negras: la consigna era –es– “los callaremos en las urnas”, pero uno siente que están poniéndoles una cruz en la voz por pensar lo que piensan. Siguió el resurgimiento del clasismo como argumento: en todos los países se da la vocación a la segregación, claro que sí, “los de arriba y los de abajo”, pero aquí en Colombia suele “ponerse en su lugar” a las personas porque no tienen los apellidos, ni el lenguaje rico, ni el acento que se supone que hay que tener, y luego del debate se quiso invalidar a la senadora López porque su segundo nombre es Nayibe: parece mentira, pero no lo es.

Qué dirán Darwin Atapuma, Nairo Quintana, Jarlinson Pantano. Qué pensarán James Rodríguez, Radamel Falcao García, Yimmi Chará.

Apocar, relegar, desautorizar a una persona porque a sus padres les dio por bautizarla con un nombre atípico es un acto desesperado, un “acto pedagógico” como quemar libros, como enlodar a los críticos, como amordazar a los rivales, como llamar a la violencia, como segregar. Y se está haciendo todo eso, y ese es el lío en el que estamos, porque la gran estrategia de la derecha populista colombiana es la misma maniobra efectiva de la derecha populista de cualquier parte: azuzar al viejo país, avivar los odios históricos, excitar los moralismos, despabilar los nacionalismos, reivindicar el despotismo, reclamar una patria religiosa que se inclina ante los designios de Dios e instigar el desprecio por las leyes de un electorado que suele escapárseles a las encuestas pero que en cambio sí vota.

En esto estamos: pidiendo a gritos el concurso de esa Colombia joven que jamás echaría un libro o una idea o una voz en la hoguera –esa Colombia que se niega al clasismo, al machismo, al juego corrupto–, pero que ese domingo lluvioso no sale a votar.

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