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“Qué hago, ¿me quedo o me voy?”

Así se viven las horas previas a Irma en un refugio de Miami

Uno de los evacuados desplaza un colchón para refugiarse en la Universidad de Miami.
Uno de los evacuados desplaza un colchón para refugiarse en la Universidad de Miami.D. G. (AP)

Erika, una mujer hondureña de 32 años, vive a las afueras de Miami. Ante la inminente llegada de Irma, ayer decidió acudir al Eugene B. Thomas Center, en Doral, con su hija Brianna Isabella, de solo 23 días de edad. “Aquí estaré bien”, asegura mientras mece al diminuto bebé. Este colegio de preescolar es uno de los centenares de refugios habilitados. Ya llueve con fuerza a las ocho de la mañana y quedan pocas horas para que los fuertes vientos huracanados golpeen esta zona de Florida, pero algunos todavía dudan si quedarse en este albergue improvisado o regresar a sus casas.

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En el Eugene B. Thomas hay al menos medio millar de personas alojadas. Son ancianos, discapacitados, adultos, jóvenes, bebés y familias enteras. Los colchones hinchables y las mantas flanquean los largos pasillos de este edificio de tres plantas. Tras desayunar, unos duermen, otros aprovechan las últimas horas de electricidad para ver series o hablar con sus seres queridos. Agentes de la Guardia Nacional y de la policía local escoltan el edificio mientras los empleados del centro apuran los últimos preparativos: más comida, más agua, sacar la basura y limpiar los baños. Quieren tener todo listo para cuando llegue lo más fuerte del huracán. 

También hay turistas y extraviados. Sobre un plástico transparente en el suelo, Claudia Medina no despega sus ojos del teléfono. Acompañada de sus maletas, llegó aquí esta mañana desde el aeropuerto. Viajaba de Nueva York a Santiago de Chile, con escala en Miami, pero al llegar a Florida descubrió que la compañía aérea LATAM había cancelado sin aviso previo su vuelo de Miami a Santiago. No sabe cuando podrá volver a casa. Para un joven francés, otra persona de paso, lo único que importa ahora es cargar su pequeño altavoz: "hay que escuchar música, al menos".

Pasan las horas y los niños más pequeños corretean inquietos por los pasillos ante la desesperación de sus padres aburridos. El cansancio aprieta mientras el cielo de nubes negras a las cuatro de la tarde ya se impone sobre las edificaciones. Un ligero silbido viaja suavemente por el interior del edificio. Los primeros coletazos de Irma ya están aquí.

Pese a la envergadura catastrófica que se espera del gigante huracán, algunos han optado por regresar a sus casas. “No soporto tanta gente. Quiero darme una ducha y buena comida”, dice Sarah Gittens, una keniana de 43 años, mientras cargaba su Honda Civic negro. Pasará las peores horas del tifón en su apartamento, ubicado en una segunda planta. El edificio está dentro del perímetro de evacuación.

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Un agente sale de su coche patrulla sorprendido al observar a Gittens arrancar el motor. “¿Se va?”, pregunta sorprendido a este periodista. “Es una locura. Nunca se ha visto un huracán así”, dice con una sonrisa nerviosa. A pocos metros, un soldado de la Guardia Nacional, arrodillado y con su uniforme puesto, habla por videollamada con su mujer: “Yo también te quiero. Ten cuidado”.

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