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Tribuna
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Bienvenido, papa negro (Teleamiga, Bogotá)

Nos espera, de aquí a las elecciones de mayo de 2018, una resbaladiza campaña política cargada de religión, de fanatismo

Ricardo Silva Romero

Se habla sin vergüenza de estos traumas: el pecho estallado de Alien, las gemelas de El resplandor, el payaso diabólico de Polstergeist. Pero pocos sobrevivientes a los ochenta suelen reconocerle a Las profecías de Nostradamus, el documental de 1981 narrado por Orson Welles, su parte en esta sospecha imbatible de que el mundo es el infierno: no es cualquier cosa escuchar, a los siete años, que pronto comenzará la Tercera Guerra Mundial, que en pleno caos el papa negro acabará con la Iglesia y que entonces vendrá el tercer anticristo a oficiar el Apocalipsis. Qué extraño ha sido oír de nuevo, 36 años después, el vaticinio ominoso del fin: lo lanzó la semana pasada el señor José Galat –político conservador de 88 años, rector de su propia universidad y autor de 22 libros sobre estos tiempos– en Teleamiga, su categórico canal de televisión cristiana. Y al principio sonó a locura pero después sonó al lío que tendremos.

Dijo el señor Galat que el papa Francisco, “elegido por una mafia de cardenales que lo ha confesado desparpajadamente”, no sólo es un falso profeta que “enseña herejías” y es el papa negro –el verdadero papa, aseguró, es el confinado Benedicto XVI–, sino que está pavimentándole el camino al anticristo. Respondió monseñor Pedro Mercado, el Presidente del Tribunal Eclesiástico de Bogotá, que el canal de Galat “no es católico” y “está en camino de la herejía y el cisma”: “por obstinada desobediencia al Papa –tuiteó monseñor el miércoles 26 de julio–, José Galat se coloca fuera de la comunión de la Iglesia. No puede recibir sacramentos”. Y no seré yo quien pida a los sinvergüenzas que dejen de reírse: el tal papa negro me suena sensato y populista a lo Pepe Mujica; el Vaticano me recuerda a la Fifa y acabo de verme Los Borgia.

Pero sí he estado pensando que nos espera, de aquí a las elecciones de mayo de 2018, una resbaladiza campaña política cargada de religión, de fanatismo: se hablará más que nunca, me parece, de aquella “restauración de la patria” que de vez en cuando revive los peores miedos de los electores; de aquella “moral” que no es una vocación a convivir sino una rentable censura; de aquella “familia” que no es un refugio sino una postal. Pronto estaremos rodeados de políticos hablando de “valores”: ese es mi vaticinio. Y los astutos candidatos de los extremos, parodiadores del fascismo de las dos primeras guerras, se referirán a la lucha por los derechos de todos –a la que el papa Francisco de tanto en tanto hace algún guiño– como una señal del fin de los tiempos: todo lo que sea progresismo será inmoralidad.

El jueves 27 de julio leo en una página de la radio –un fenómeno de estos tiempos– que “el Gobierno colombiano destinará 9,2 millones de dólares para la visita papal” de los primeros días de septiembre. Es claro que está invirtiéndosele a semejante superproducción, en tiempos de escasez, para devolverle la dimensión simbólica a la paz, para que el papa Francisco les recuerde a millones de católicos escépticos lo raro e importante que es dejar atrás una guerra tan larga. Y ciertos opositores que anhelan volver al poder, y que tienden a revivir y a padecer la sospecha de que hay una conspiración liberaloide para desterrar a Dios de Colombia –y Galat es cercano a algunos de ellos–, pueden caer en la tentación de lanzarle al papa los rancios epítetos que les lanzan a quienes no piensan como ellos, “castrochavista”, “hereje”, “pro Farc”, con tal de desprestigiar un proceso de paz que será el otro tema de campaña.

Todo lo que hacen “los políticos” es risible: miren el inglés del dictador Maduro, la excomulgación del astuto Galat, la visita oportuna del supuesto papa negro. Y sin embargo no sobra tomárselos en serio.

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