La industria militar rusa se abre paso en el ámbito civil
Rusia ha elaborado planes para reemplazar importaciones con producción propia
Por orden del presidente Vladímir Putin, la industria bélica rusa se diversifica y trata de abrirse camino en el sector civil evitando repetir la experiencia de fines de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado. En aquellos primeros programas de “conversión” dictados por los acuerdos de desarme con EE UU, sofisticadas fábricas de armamento se pusieron a producir cacerolas y palas de titanio que avergonzaban a los ingenieros de misiles y carros de combate.
Hoy la situación es otra: Rusia ejecuta un programa de rearme de sus Fuerzas Armadas y quiere desarrollar (y rentabilizar) las aplicaciones civiles de las tecnologías militares, pero no aspira a recortar la industria bélica, que goza de buena demanda. En 2016, Rusia vendió armas por 15.000 millones de dólares (unos 13.000 millones de euros), de los cuales 13.100 millones se deben a la producción de la empresa Rosoboronexport, según Serguéi Chémezov, director del gigantesco consorcio estatal Rostec, en el que se integra esa firma.
Espoleada por las sanciones occidentales, Rusia ha elaborado planes para reemplazar importaciones (tecnología incluida) con producción propia. En la ciudad de Nizhni Taguil, en el corazón los Urales, está Uralvagonzavod (UVZ), la mayor fábrica de tanques del país y una de las mayores del mundo. De su vasto y bien custodiado recinto han salido blindados emblemáticos como el T34, el T72 y el T90 y en sus talleres se dan los últimos toques a la serie Armata, que se producirá e incorporará al Ejército a partir de 2019. Mientras los blindados de UVZ se foguean al servicio de Bachar el Asad en Siria, a 140 kilómetros al sur de Nizhni Taguil, en la ciudad de Yekaterimburgo, el último “hermano pacífico” de esos poderosos carros de combate se ha exhibido ante el presidente Putin. Se trata de una excavadora blindada apta para terrenos escarpados, superficies del Ártico y terrenos minados.
Fundada en 1936, UVZ se desarrolló a partir de 1941, gracias la evacuación de las empresas bélicas del occidente de la URSS (sobre todo de Ucrania) tras la invasión nazi. Hoy produce vagones, plataformas de ferrocarril, cisternas y tractores, además de blindados. “No estamos en el fondo, pero tampoco hemos salido a flote. Primero tenemos que emerger, estabilizarnos y luego echar a volar”, afirma el nuevo director de UVZ, Alexandr Potápov, un viceministro de Industria de Rusia que en marzo fue enviado a Nizhni Taguil para sanear la empresa, agobiada por deudas de pasadas crisis. Potápov renegocia créditos con los bancos rusos y califica la situación de “complicada”. Las sanciones occidentales “han creado estímulos suplementarios y nos han movilizado en busca de nuevos socios y nuevos mercados”, pero “el problema es que no hay dinero barato para la industria rusa y estábamos acostumbrados a trabajar con los bancos europeos”, explica Vasili Brovkó, uno de los directores de Rostec.
Por orden de Putin, en diciembre pasado UVZ fue integrada en Rostec. Este megaconsorcio estatal fundado en 2007 agrupa actualmente a 700 fábricas, organizadas en 14 holdings (nueve de ellos en el sector militar). Al frente de esta especie de megaministerio, gestor de variopintos activos industriales del Estado ruso, está Chémezov, un veterano del KGB que fue colega de Putin como espía en la República Democrática Alemana.
Según el director de UVZ, el 30% de la producción va al sector civil y el resto al militar (pedidos del Ministerio de Defensa y exportaciones). Putin ha ordenado a las empresas de defensa que aumenten su producción civil hasta el 50% para 2030, pero Rostec se fija esta meta en 2025.
Potapov, que acaba de estar en Cuba y se dispone a partir para la India (dos de los buenos clientes de UVZ), afirma que el giro comercial consolidado de la empresa en el primer semestre aumentó entre un 39% y un 41% en relación al mismo periodo de 2016. En total, en UVZ trabajan 65.000 personas, de las cuales 29.000 están en Nizhni Taguil. El volumen de producción (civil y militar) planeado en 2017 está entre los 140.000 millones y los 145.000 millones de rublos, afirma Potápov.
Búsqueda de mercados
Muy afectada por la crisis de 2008, UVZ “carecía de pedidos en 2010”, explica Borís Minéiev, subdirector del periódico Taguilski Rabochii. El año 2013 fue “especialmente malo”, y UVZ pagaba a 8.000 personas dos tercios del sueldo medio por no hacer nada porque no quería despidos que causaran tensiones sociales, cuenta el periodista.
Según Minéiev, a UVZ le vinieron bien las restricciones proteccionistas impuestas por Rusia en el verano de 2013 a los vagones y cisternas que se importaban entonces desde Ucrania a precios muy baratos. Pero aquellas medidas fueron insuficientes, porque el mercado ruso estaba sobresaturado de vagones de ferrocarril. A la precaria situación financiera de UVZ contribuyó también su gestión, a modo de “locomotora”, de una cuarentena de empresas en diversos lugares de Rusia, algunas prácticamente en quiebra, que Putin le confió en 2007 para que las saneara y organizara. UVZ saneó aquellas empresas y reorganizó su producción en un solo consorcio, hasta que, en diciembre de 2016, el presidente lo entregó a Rostec.
Entre las funciones de este gigante está la coordinación y la búsqueda de mercados internacionales para sus empresas, así como la subordinación de la industria estatal a la política del Kremlin. Rostec trata de adaptarse a las sanciones que le impusieron la UE y EE UU (en tanto que compañía estatal rusa y productora en el sector de armamento). Rusia figura por debajo de España en la exportación de alta tecnología (7.900 millones de dólares y un 2,2% del mercado mundial en el caso español, y 7.500 millones y 2,1% del mercado mundial en el caso ruso).
“Rostec es una compañía global estatal y cuanto más grande es el barco menos son los bandazos cuando hay marejada”, dice Serguei Nósov, el alcalde de Nizhni Taguil, justificando la integración de UVZ en el megaconsorcio. “Rostec nos da estabilidad y Rosoboronexport garantiza la llegada del dinero de las exportaciones”, señala Nósov, un “peso pesado” de la política rusa en regiones dominadas por la industria pesada.
Uno de los problemas que afronta ahora UVZ es el deslinde entre la producción militar y la civil, pues ambas dependen de las instalaciones en Nizhni Taguil.
De los tanques a los faroles
Nizhni Taguil no es el lugar idóneo para venir a respirar aire puro, pero ha mejorado mucho gracias al alcalde Serguéi Nósov, según coinciden varios vecinos de esta localidad industrial de 360.000 habitantes, que aporta casi una cuarta parte del producto interno bruto de la provincia de Sverdlovsk.
El nivel de contaminación atmosférica, aunque problemático, ha descendido, las calzadas están bien asfaltadas, se ha creado un corredor verde en el centro urbano, restaurado el teatro (gracias a la intervención de Putin) y se ha sustituido el alumbrado público por otro de bajo consumo. De la “reiluminación” de Nizhni Taguil se encarga Shvabe, una compañía civil fundada a partir de la Fábrica Óptico-Mecánica de Yekaterimburgo, antes productora de lentes y mirillas para tanques y ametralladoras, y que hoy fabrica faroles e incubadoras para maternidades. La iluminación urbana es parte del proyecto de “ciudad inteligente” que el consorcio estatal Rostec quiere lanzar con ayuda de la industria militar (semáforos de ahorro energético, cámaras de seguridad, billetes de transporte integrado, drones para control ecológico y servicios para turistas). El objetivo es crear 50 ciudades inteligentes en 2025, dice Vasili Brovko, miembro del grupo de trabajo dirigido por Putin para la “digitalización” de la economía rusa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.