“Los chilenos no quieren refundar el país, sino cambio con estabilidad”
La fundación que preside el exministro de Educación de Piñera acaba de publicar un informe que rebate la tesis que ha marcado la política chilena en los últimos años
La idea de que en Chile la población vive un intenso malestar comienza a ponerse en duda. Fue la explicación que parte de la clase política de centroizquierda tomó prestada de círculos intelectuales para intentar explicarse el estallido social de 2011, cuya máxima expresión fue el movimiento estudiantil. Después de seis años, sin embargo, no existe consenso sobre el fenómeno. En plena recta final de un Gobierno que intentó hacerse cargo del desasosiego y que con el correr del tiempo perdió el apoyo de la ciudadanía —la presidenta, Michelle Bachelet, tiene un 18% de respaldo—, el Centro de Estudios Públicos (CEP) acaba de publicar el informe ¿Malestar en Chile?, que sobre la base de tres décadas de encuestas rebate la tesis que ha marcado la política chilena en los últimos años. “Los chilenos están satisfechos con lo que han logrado en sus vidas”, señala Harald Beyer, exministro de Educación de Sebastián Piñera y actual director del CEP, una influyente fundación dedicada a los temas públicos.
Pregunta. ¿Cuánto ha cambiado el país en los últimos 30 años?
Respuesta. Mucho. El proceso de modernización ha sido muy rápido. La matrícula de educación superior era de 435.000 alumnos el año 2000, por ejemplo, y pasó a 1,1 millones en 2010. Hace 30 años Chile tenía un 43% de pobreza y actualmente, usando la misma metodología, tenemos un 7%. Ese mundo, el de los grupos medios que surgen del proceso de modernización, quiere seguir progresando y tener acceso a bienes.
P. ¿De dónde salió la interpretación del malestar?
R. Surgió como una respuesta a este proceso de modernización acelerado que dejaba, por supuesto, vacíos. Porque todos los procesos de modernización dejan vacíos. El error estuvo en pensar que esas fragilidades estaban relacionadas con un malestar profundo que la población sentía a medida que este proceso de modernización se materializaba.
P. La tesis surgió con las protestas estudiantiles de 2011.
R. Esta movilización estudiantil le hizo pensar al mundo de centroizquierda que la idea del malestar era real y desarrolló un proyecto político para reconquistar el poder y para aplicarlo una vez alcanzado el Gobierno. Un proyecto que diera cuenta de este malestar y que se tradujera en reformas estructurales del modelo.
P. ¿Cómo se entiende que un Gobierno que se hacía cargo del malestar haya comenzado pronto con problemas de popularidad?
R. La paradoja fue que ese proyecto, que estaba pensado para supuestamente superar este malestar, generó en los grupos medios tremendas incertidumbres. Sin entrar a calificar si las reformas eran correctas o no, lo que los grupos medios sintieron es que las reformas del Gobierno de la presidenta Bachelet, diseñadas para superar este malestar, generaban más incertidumbre que certeza. Estos grupos tienen una sensación de satisfacción con lo que han logrado y eso lo atribuyen de alguna forma al esquema económico-social que ha primado. Por lo tanto, no tienen un cuestionamiento profundo al modelo, aunque están llenos de fragilidades
P. ¿Qué les preocupa?
R. Lo que va a pasar con ellos en la vejez, cuando haya una enfermedad grave, cuando tengan que pagar el arancel de la universidad. Entonces, la demanda en estricto rigor es por lo que podríamos llamar seguridad social, en sentido amplio, y no por reformas estructurales que cambien el estado de las cosas.
P. El Gobierno de Bachelet llegó al poder con la promesa de reformas estructurales. ¿Se equivocó en el diagnóstico?
R. Muy profundamente, creo yo. El Gobierno no entendió bien el fenómeno y es curioso lo que pasó, porque si uno recuerda, en la última etapa de su primer Gobierno (2006-2010) la presidenta Bachelet empezó a hablar de protección social. Ese discurso le hizo mucho sentido a la población y en un momento en que el capitalismo estaba en crisis en todo el mundo —en 2008 y 2009—, la clase media la respaldó. Eso es justamente lo que estaban esperando de ella en una segunda Administración, pero no encontraron eso.
P. ¿No perdió respaldo ciudadano por el caso Caval, que involucraba a su nuera y a su hijo?
R. En el CEP hacemos encuestas y en su segundo Gobierno [2014-2018] ella muy rápido perdió el apoyo de los grupos medios. Incluso antes de todos los escándalos de financiamiento político y antes de Caval. Si la presidenta hubiese insistido en la protección social y hubiese articulado en torno a ese eje un conjunto de reformas que hubiesen disminuido la fragilidad de la población, tendríamos una mandataria extraordinariamente popular, incluso a pesar del bajón económico. Debió haber sido continuista con la última parte de su primer Gobierno, más que comprar esta idea refundacional, que no estaba entre las demandas ciudadanas.
P. ¿Cómo se interpretan las movilizaciones de 2011?
R. Fue una demanda por mayores seguridades. Si uno mira a quienes estaban en la calle, no era la población de menos ingresos, sino grupos medios que tenían una creciente incertidumbre respecto a la posibilidad de sostener el acceso a la educación superior. Eso fue lo que catapultó esa gran movilización, más que un reclamo generalizado al modelo chileno. La gente que recorrió las marchas no veía rabia, sino una cosa festiva, que es consistente con la otra historia: había bastante satisfacción en la población chilena con lo que se había logrado, pero estaban emergiendo determinadas incertidumbres que no estaban siendo bien abordadas por el mundo político.
P. ¿Los chilenos están satisfechos?
R. Varios indicadores muestran que están satisfechos con lo que ha logrado en sus vidas en el momento actual. Sienten que su situación es mucho mejor que la de sus padres y sienten que la de sus hijos va a ser mucho mejor que la de ellos. Eso muestra un país que está relativamente contento con lo que se ha logrado.
P. Cuando anunció su candidatura, en marzo de 2013, Bachelet señaló: “Mi convicción profunda es que la enorme desigualdad en Chile es el motivo principal del enojo”.
R. Ella plantea esta idea de que hay un profundo enojo asociado a las desigualdades socioeconómicas y deja la impresión de que el país puede ir evolucionando hacia una crisis institucional, por lo que propone un proyecto político para resolver el problema. Pero esa visión yo creo que está completamente equivocada. Por ejemplo, nuestras encuestas mostraban ya en esa época que no había entre los chilenos una gran preocupación por las desigualdades socioeconómicas, sino por una sociedad que la gente consideraba poco meritocrática y donde no todos eran tratados iguales.
P. Hay quienes señalan que la baja popularidad de Bachelet no se explica por el rechazo a las reformas, sino a su implementación.
R. Pero lo que no cuadra con esa hipótesis es que la derecha esté a punto de reconquistar el poder [con el expresidente Sebastián Piñera]. Es interesante en planteamiento, pero no se sustenta en la evidencia de las encuestas y en el escenario político que estamos viviendo. La nueva coalición de izquierda Frente Amplio —que podría ser el natural sucesor de ese tipo de reformas—, tampoco parece ser la fuerza política que se anticipó.
P. Sobre la base de los análisis del CEP, ¿qué quiere el país?
R. Los chilenos no quieren refundar el país, sino cambio con estabilidad. Y cómo hacer esa síntesis es el desafío de la política. Lo que hay, en definitiva, es una demanda por un pequeño Estado de bienestar. Pero en ese sentido Chile tiene un desafío grande: no se puede aspirar a un Estado de bienestar de carácter universal, como el europeo, con una tasa de recaudación tributaria bastante por debajo de la del mundo europeo. Chile debería pensar en un Estado de bienestar acotado: una especie de colchón, que permita que los grupos medios no caigan si les va mal.
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