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Un civil que se enfrentó al golpe: “Volvería a ponerme frente a los militares”

Uno de los civiles que luchó contra la sublevación militar del año pasado en Turquía y resultó gravemente herido relata su experiencia

Andrés Mourenza

¿Qué mueve a una persona a arriesgar su vida y tratar de parar un carro armado, un tiroteo, un golpe de Estado, con su propio cuerpo? El turco Ahmet Alkiliç reconoce que la respuesta no puede hallarse siguiendo las reglas de la lógica. Aún, cuando recuerda la noche de la fallida asonada militar del año pasado en Turquía, las imágenes le parecen irreales, como en una fábula: “Era como si una fuerza divina nos empujase, como si Dios nos hubiese dado valor para enfrentarnos a los soldados”. Y está convencido de que si ocurriese de nuevo, volvería a hacerlo. Volvería a poner su cuerpo frente a los tanques y las balas para evitar que los golpistas se hiciesen con el poder.

Ahmet Alkiliç, constructor herido durante la resistencia de la población al golpe de estado del 15 de julio de 2016, en su despacho de Estambul.
Ahmet Alkiliç, constructor herido durante la resistencia de la población al golpe de estado del 15 de julio de 2016, en su despacho de Estambul.ANDRÉS MOURENZA

Ahmet, un joven y exitoso constructor de 33 años, se define como un creyente convencido y un patriota; no un fanático, como tratan de pintar algunos en la oposición a aquellos que la noche del 15 de julio de 2016 arriesgaron la vida para defender al Gobierno electo y a su presidente, Recep Tayyip Erdogan, frente a los militares sublevados. Aquella noche, la esposa de Ahmet trató de impedir que su marido se echase a la calle; era mucho lo que se jugaba: una vida acomodada, el futuro de tres criaturas (la más pequeña de las cuales, una niña, apenas contaba dos meses), su propia existencia. Pero el discurso del presidente Erdogan a través de una llamada de FaceTime a un canal de televisión terminó de convencerlo: “No salimos a la calle porque amásemos a Erdogan, sino porque, como presidente de la República, es nuestro comandante en jefe. Si hubiese sido presidente Kemal Kiliçdaroglu [el actual jefe de la oposición] también habríamos salido”.

Junto a un viejo amigo, Tayfun, y a su padre, de 60 años, se dirigió a la plaza del barrio de Ümraniye (en la parte asiática de Estambul). “Por el camino vi que había largas colas en los cajeros, gente que sacaba sus ahorros y les grité: 'Nos están arrebatando el país y lo único que os preocupa es el dinero'. Pero la plaza también estaba llena de miles de personas”.

Turquía despide a más de 7.000 funcionarios

EFE, Ankara

Más de 7.000 funcionarios turcos, entre ellos 302 docentes de universidades, han sido despedidos este viernes mediante un nuevo decreto emitido al amparo del Estado de emergencia impuesto en Turquía tras el fallido golpe militar del 15 de julio del año pasado, han informado los medios locales.

Según las televisiones turcas, 7.347 empleados del Estado han sido despedidos la víspera del primer aniversario de la asonada, de la que Ankara responsabiliza a la red de seguidores del predicador islamista Fethullah Gülen, radicado en Estados Unidos.

En su página web, el diario Hürriyet precisa que entre los despedidos hay 2.303 policías, 1.486 funcionarios del Ministerio del Interior, 789 del Ministerio de Sanidad, 551 de la Dirección de Asuntos Religiosos y 418 del Ministerio de Justicia.

Cerca de 140.000 empleados públicos han sido despedidos de sus puestos de trabajo desde que el Gobierno turco impuso el Estado de excepción el 20 de julio de 2016, bajo el cual los afectados prácticamente no han podido recurrir la medida o acudir a los tribunales. Solo existe un comité que el Gobierno estableció recientemente para estudiar las quejas que se presenten.

Cuando rememora el ambiente, se emociona. Aquel clima de unidad, de desconocidos abrazándose y de lucha por un mismo ideal —en definitiva, la fuerza de la masa—, les empujó a caminar. Se dirigieron al puente del Bósforo, donde se habían hecho fuerte los golpistas, apoyados por tanques y vehículos militares. “Caminamos durante dos horas, pero a mí me parecieron cinco minutos. Sentía que mis pies no tocaban el suelo. Pese a que el sonido de los disparos aumentaba a medida que avanzábamos, nadie daba un paso atrás”.

Al llegar al puente, se lanzaron a la carrera hacia los soldados en una carga heroica a la vez que disparatada, pues eran civiles desarmados frente a militares con fusiles. “Las balas silbaban a nuestro alrededor, así que nos echamos al suelo. Luego pararon, nos levantamos y volvimos a avanzar”. Entonces, los soldados abrieron fuego y esta vez no al aire, sino contra los manifestantes. “Desde los generales a los soldados rasos, son todos unos cobardes. Enfrente tenían al pueblo, que sólo empuñaba banderas de Turquía”. Delante de Ahmet, los manifestantes de las primeras filas comenzaron a caer, abatidos “como fichas de dominó”, describe. El siguiente fue él.

Una bala le perforó el cráneo, otra le alcanzó en el brazo. “Se me nublaron los ojos y el mundo comenzó a desvanecerse. Me imaginé que el ángel Azrael llegaría para llevarse mi alma. Supongo que así debe sentirse la muerte", asegura. "Comencé también a escuchar una voz interior que me decía: 'Tienes muchas responsabilidades'. Y pensé en mi familia, en mis trabajadores... y luego la voz se transformó en un susurro creciente que decía: Ahmet, Ahmet, Ahmet”. Era su amigo Tayfun, que trataba de mantenerlo consciente. Lo cargó a hombros para sacarlo del puente a la carrera. “Esos cobardes seguían disparando, ni retirar a los heridos nos permitían. Estamos vivos de milagro”.

Ahmet fue intervenido en un hospital público, en una operación que se prolongó durante cinco horas para cerrar su fractura craneal y detener la hemorragia interna, cinco horas en las que los cazas F-16 de los sublevados no dejaron de rugir sobre los cielos de Estambul hasta que, por la mañana, el golpe fue derrotado. Ahmet pasó ocho días en cuidados intensivos y otros tres meses de recuperación: su cerebro no funcionaba, le costaba horrores hablar, no recordaba. Un día, la memoria le regresó de repente y una energía vigorizante se apoderó de él. “Dios ha acogido a los mártires en su seno y a los heridos nos ha dado una segunda vida, con una misión”, afirma: “Y como yo soy un civil, sin armas a mi disposición, mi misión es esforzarme en mi trabajo para contribuir al desarrollo de mi país. Por cada obra que hago, alimento a cien trabajadores, a cien familias. Esa es mi misión”.

El Gobierno ha concedido a los 248 fallecidos a manos de los golpistas el título de mártir, normalmente sólo aplicado a los miembros de las fuerzas de seguridad caídos en combate. Y a los más de 2.300 civiles heridos como Ahmet les ha otorgado el título honorífico de gazi, habitualmente usado para los veteranos de guerra. Sin embargo, no le gusta presumir en público de estas credenciales pues se queja de que algunos gazi han sido insultados por simpatizantes de la oposición.

Es ella, la oposición, asegura el constructor, la que ha traicionado el espíritu de unidad que surgió en las semanas posteriores al golpe y no el Gobierno con sus interminables purgas. “Piensa en lo que ha ocurrido: nos han atacado desde dentro, es como el hijo que se vuelve contra su madre. Así que probablemente sigue habiendo Fetö infiltrados en espera de un plan B”, dice utilizando el acrónimo peyorativo usado habitualmente para referirse a los seguidores del clérigo Fethullah Gülen, al que se acusa de instigar el golpe.

En el mismo entorno de Ahmet hay personas que, tras el golpe, han huido al extranjero por estar vinculadas a la cofradía de Gülen. Personas que, como muchos otros turcos, se apuntaron al gülenismo cuando era un aliado del Gobierno de Erdogan y ser miembro de la cofradía era un billete seguro para medrar. “Afortunadamente tuve el conocimiento suficiente para no unirme a ellos y no deberle nada a nadie”.

“Dios no permitirá que vuelva a ocurrir algo así, pero si ocurre, esta vez estaremos preparados y yo volveré a echarme a la calle”, afirma sin sombra de duda en su rostro: “Cada vez que este país levanta cabeza, alguien intenta golpearnos. Pero los turcos tenemos el cráneo de hierro”, dice acariciándose la cicatriza de su cabeza.

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