Los 23 apartamentos de la torre de Londres de los que no se sabe nada
La angustia y la incertidumbre corroen a las familias dos semanas después del incendio
Hesham, apartamento 204, planta 20, pelo blanco, se agarra la barbilla con una mano y mira a la cámara. Marjorie, 67 años, estilosa pamela blanca, y su hijo Ernie, de 43, planta 16. Omar, Fara y su hija de seis meses. Jessica, ojos oscuros y pelo rizado, 12 años, contactar con sus padres o con su hermana. Ali, apartamento 11, piso 86, visto por última vez en la planta 10, “te echo de menos, papá”. La Policía todavía no ha sido capaz de contactar con nadie de 23 de los 129 apartamentos que había en la torre.
Los rostros de los desaparecidos lo cubren todo. Muros, vallas, marquesinas, cabinas de teléfono. Junto a las caras, poemas, dibujos, montañas de flores. Teléfonos de apoyo en salud mental 24 horas al día. Terapias a través del arte. Cómo reconocer los síntomas del estrés postraumático. Dónde obtener asesoramiento para encontrar techo. Centros de acogida y terapia para mascotas. Simba, una chihuahua desaparecida, cuyo dueño de 12 años se recupera en el hospital. Ropa, comida, juguetes. “Grenfell somos todos”. “¿Por qué siempre paga la clase obrera?”.
El vecindario está empapelado. Resulta sobrecogedor pasear por las inmediaciones de la torre Grenfell, dos semanas después de que las llamas la convirtieran en ese espanto negro que asoma a la vuelta de cada esquina, por si alguien tuviera la tentación de olvidar, cosa harto improbable.
Han pasado más de dos semanas y las sumas no salen. En una pared, con fecha de 18 de junio, una ecuación resume la ansiedad general. “Quinto día. 500 residentes – 108 realojados o ingresados en hospitales – 68 muertos = 324. ¿Dónde están?”.
Los números han ido llegando con cuenta gotas: 17, 30, 58, 79. El miércoles pasado, Scotland Yard elevó a 80 el número de aquellos que se dan por muertos y advirtió de que, por lo menos hasta finales de año, no se conocerá con certeza cuánta gente falleció en la torre. “Estamos a muchos meses de poder proporcionar un número que represente con precisión el total de vidas perdidas dentro de la torre”, reconoció la superintendente en jefe Fiona McCormack. “Solo después de completada la operación de búsqueda y recuperación, que llevará hasta el final del año, y meses después, cuando los expertos hayan llevado a cabo el proceso de identificación, estaremos en una posición de poder decir quiénes han muerto. La trágica realidad es que, debido al intenso calor del fuego, hay personas a las que nunca podremos identificar”.
Solo se ha hecho pública la identidad de ocho víctimas. Otras 10 han sido identificadas, pero su nombre, a petición de las familias, no se ha publicado. Al menos 99 familias han recibido los pagos de emergencia de 5.000 libras prometidos por el Gobierno, 145 habitaciones de hotel se han proporcionado a residentes. Hasta ahí, las certezas. Lo demás se lo llevó el humo.
“Es una ansiedad horrible, no se puede soportar”, se queja Ada, vecina de un bloque cercano a la torre, que dice conocer a varias personas que están desaparecidas. “Hay gente que lleva dos semanas sin dar señales de vida, que no coge el teléfono, niños que no han vuelto a la escuela. Están muertos, pero nadie lo dice. No hay siquiera una lista de cuánta gente había en la torre y cuánta ha sido ya realojada”.
No existe una lista fiable de cuánta gente había dentro cuando ardió la torre de 24 plantas. No se han publicado los nombres las 80 personas que se dan por muertas, ni el número o los nombres de los supervivientes. Se calcula que había entre 400 y 600 residentes. La torre tenía 129 apartamentos, de entre una y cuatro habitaciones. De 106 de ellos se han encontrado supervivientes. De los restantes 23, la Policía no ha sido capaz de encontrar a nadie vivo que pueda ofrecer pistas sobre cuánta gente había.
En un polideportivo municipal se ha improvisado un centro de apoyo a las víctimas. Apuntan su nombre, se les pone una pulsera y pueden almorzar, asearse, encontrar ropa. Los vecinos se han volcado con las donaciones, tanto que ya no saben qué hacer con ellas. También se pone a su disposición ayuda psicológica, se les asesora sobre ayudas o se trata de conectarlos con sus familiares. “Lo más común son cuadros de estrés postraumático”, explica Aaron Pritchard, de 30 años, voluntario de la Cruz Roja y uno de los coordinadores del centro. “Mucha gente padece ansiedad por no saber la suerte de la gente que le falta. En estas situaciones tenemos que tener capacidad de respuesta y adaptarnos a lo que se nos presenta. Desde restablecer vínculos familiares hasta encontrar refugio para una mascota, pasando por ofrecer consuelo emocional”.
La Policía afronta una operación de una enorme complejidad. La más grande que ha acometido nunca la policía metropolitana, al margen de operaciones antiterroristas. Trabajan en la torre 250 agentes, además de otros profesionales como antropólogos u odontólogos.
Los vecinos reconocen la dificultad, pero expresan su frustración por la escasa información oficial. La impaciencia, sumada al hábito de sacarse las castañas del fuego en una comunidad que se queja de haber sido invisible para las autoridades, lleva a los vecinos a organizarse para realizar su investigación en paralelo a la oficial. Grupos de WhatsApp, de Facebook, conversaciones en las esquinas. Ayudando desinteresadamente a los vecinos, demógrafos y expertos en datos estudian registros electorales, listines telefónicos, listados de impuestos municipales, y los cruzan con los testimonios de la gente. Su información no es más completa que la de la policía, admiten, pero sí más transparente.
En 1977, en su canción Londres está ardiendo, el grupo de punk The Clash cantaba a la Westway, esta autopista elevada que atraviesa los barrios ricos y pobres del oeste de la capital. Cuarenta años después, Londres ha ardido. Lo atestigua esa torre negra junto a la misma Westway que recorrían “arriba y abajo” Strummer y Jones en la canción. Debajo, en uno de sus pilares de hormigón, una grafitera que prefiere no revelar su nombre da los últimos retoques a un gigantesco mural. Bajo la frase “La verdad no será escondida”, se invita a los vecinos a escribir sus testimonios en los espacios blancos de la pieza. “Queremos documentar los reportes de primera mano de los vecinos”, explica la grafitera anónima. Después se gira y señala hacia atrás. “En eso otro pilar”, explica, “la gente escribe sus preguntas sin responder”.
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