Los conos también son seres humanos (El Retiro, Bogotá)
Adiós cultura ciudadana, y adiós convivencia, y bienvenidos a Bogotá en los tiempos del odio
En todos los países del mundo, hasta donde yo he podido oír, suelen lanzarse frases desencantadas que comienzan así: “en este país…”. Quizás Colombia sea, sin embargo, una de las naciones en las que la muletilla es más frecuente. Y no hay duda de que andar por ahí diciéndola, “en este país…”, se encuentra plenamente justificado. Lea usted los siguientes titulares de prensa de la semana pasada: “Conos pedagógicos responden con violencia a motociclista que los agrede”, “Gresca entre cono humano y mal parqueado en Bogotá quedó grabada en video”, “Distrito presentó excusas por la actitud del cono ninja”. Y ahora dígame si “en este país” no siguen pasando cosas raras. Y si en esos encabezados, que suenan al regreso de la serie Twin Peaks, no queda dicho que esta ciudad no es una ciudad sino una parodia.
Creo que usted merece una explicación. Cuando hablamos de los tales “conos pedagógicos” estamos hablando de ciudadanos como usted o como yo –de ahí que se les diga también “conos humanos”– disfrazados de aquellos conos naranja que se usan en las vías para limitar el espacio de los automóviles: conos de señalización, conos de seguridad vial. Si se les llama “pedagógicos” es porque hacen parte de una campaña cívica que pretende enseñarles a los indómitos bogotanos, dados, desde hace unos doscientos años, al “sálvese quien pueda”, que no pueden parquear sus vehículos donde les dé la gana, que no pueden seguir pasándose la vida privatizando el espacio público. La “gresca” que se reseña es la pelea delirante de un cono cívico con un motociclista mal parqueado que se sintió agredido por la campaña de cultura ciudadana.
Cuando hablamos de cultura ciudadana en Bogotá estamos hablando de la idea, liderada e implementada con éxito por el exalcalde Antanas Mockus en sus dos valiosos períodos de gobierno, de que las normas sociales y la vergüenza de incumplirlas no sólo son esenciales para la convivencia, sino que son mucho más efectivas que los comparendos. Sin embargo, la campaña de los conos civilizadores que les gritan “¡que se vaya!” a los mal parqueados –con un altavoz apocalíptico como poniendo en escena una pesadilla– ha estado produciéndoles a ciertos infractores la vergüenza deseada, pero puede conducir a las reacciones violentas de quienes sientan que están toreando su incultura, que están humillando su ignorancia. El video es de no creer: el motociclista empuja al cono humano y el cono le pega un parlantazo, y adiós cultura ciudadana, y adiós convivencia, y bienvenidos a Bogotá en los tiempos del odio.
A punta de campañas prudentes, el profesor Mockus logró una cosa insólita en “este país”: que los bogotanos resolviéramos con risa resignada los problemas de cualquier ciudad –las filas, los atascos, las peleas– como si hubiéramos entendido que vivir es soportarnos y la idea es volver ilesos a casa. Pero Bogotá, después de Mockus, el cuarto alcalde elegido por el voto popular que empezó en 1988, se ha convertido en un botín para los políticos en “este país” que ha empezado a partirse en derecha e izquierda ante la crisis de sus partidos. Y, aunque sea esta una ciudad en la que a diario suceden cerca de 70 casos de violencia interpersonal, aunque sea esta una capital en la que se dan cerca de 4.000 riñas el Día de la madre, los últimos alcaldes han despreciado la cultura ciudadana por ser la idea de otro.
Es lo típico. Que el secretario de movilidad de esta ciudad de este país, que a veces quiere recobrar las ideas mockusianas, declare en serio “rechazamos la reacción de nuestro cono, pero pedimos a los ciudadanos que los respeten y los cuiden porque ellos también son seres humanos”. Y que Bogotá sea incapaz de conservar lo que funciona.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.