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Columna
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Cotidianidad de excepción

Cómo luchar por la democracia aprendiendo sobre la tiranía

Eliane Brum
Cartaz da edição brasileira do livro 'Sobre a tirania' feito por Alceu Chierosin Nunes
Cartaz da edição brasileira do livro 'Sobre a tirania' feito por Alceu Chierosin NunesDivulgação

El sobresalto se ha encarnado en los días. Ya no es inherente a la cotidianidad, sino que es la propia cotidianidad. Estamos viviendo en Brasil (y creo que en buena parte del mundo) a espasmos. Un espasmo, otro espasmo, otro espasmo más. Todas las noches, nos vamos a dormir (o a intentar dormir) sin saber qué pasará en el país. O incluso con qué presidente terminará el día. Ya no podemos imaginarnos el día de mañana. A veces, no podemos imaginarnos ni la hora siguiente. El sobresalto teje la experiencia, tanto la colectiva —la manera como estamos con los demás— como la individual —nuestra manera de estar con nosotros mismos—. Acusamos el impacto en nuestras vísceras, lo sentimos en la ansiedad mezclada con los tragos de café, pero no somos capaces de dimensionarlo. Así, la excepción se va infiltrando en las horas, y también en las almas. Y así también mina nuestra resistencia. ¿Cómo persistir?

El control, desde siempre, es una ilusión. Pero en momentos como este, estamos más allá de la posibilidad de ilusión. Y aunque no sea algo nuevo en la historia de la humanidad, que obviamente no lo es, hay algo que acentúa y amplía esa percepción de la realidad: la vida conectada por internet, en la que, segundo a segundo, algo surge en la pantalla para contar, sobresaltando, un sobresalto. Y, sobresaltados, replicamos lo que nos sobresalta, sobresaltando a otros. Y, así, creamos un mundo de gente que contiene la respiración, y a veces también el pensamiento.

En épocas como esta, las trampas son varias. Y tal vez la mayor sea la reacción. Hay una diferencia entre reaccionar por reflexión y reaccionar por reflejo. La reacción por reflejo obedece a la misma lógica de alguien que se rasca al sentir que le ha picado un mosquito. Se parece a una respuesta sin pensamiento, rápida como un “like” en las redes sociales. Es difícil alcanzar cuál es el efecto de una reacción generalizada por reflejo. Pero es importante darse cuenta de que, en ese momento, los sectores de la sociedad que disputan el poder —o luchan para mantenerlo— reaccionan con pensamiento y reaccionan con planificación. Y parte de su pensamiento y de su planificación es contar con el hecho de que la mayoría seguirá reaccionando por reflejo.

En tiempos de aceleración, lo que se infiltra en las horas es esta sensación de anormalidad que no pasa. Convertida en un presente continuo, es como si el día siguiente no llegara nunca. Y, para recuperar la “normalidad”, cualquier normalidad, corremos el riesgo de aceptar lo inaceptable. Cuanto mayor sea el deseo de “normalidad”, aunque ilusoria, más estarán dispuestas las personas y los grupos a conceder y a perder derechos. Y es ahí donde reside el peligro.

Resistir al autoritarismo es dejar de reaccionar por reflejo y pasar a reaccionar por reflexión

Resistir en este momento también es dejar de reaccionar por reflejo, y pasar a reaccionar a partir de la reflexión. Cuando todo parece caótico, cuando todo está mezclado y se parece, hay que fijarse en los hechos. Fijarse atentamente en los hechos. Ellos nos indican dónde están las verdades y nos ayudan a ver dónde está la manipulación, así como la falsificación. El pensamiento todavía es la mejor forma de resistencia.

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Hay un libro que nos puede ayudar a pensar sobre este momento. Sobre la tiranía – Veinte lecciones que aprender del siglo XX. Inquieto por la impactante victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses, Timothy Snyder, profesor de historia de la universidad de Yale, publicó un texto en Facebook que se hizo viral. Empezaba así: “Los americanos no son más sabios que los europeos, que vieron la democracia ceder al fascismo, el nazismo o el comunismo. La única ventaja es que podríamos aprender de su experiencia”. El texto se amplió y se convirtió en un libro, superventas en los Estados Unidos, traducido ya a varios idiomas.

Escrito para los estadounidenses, el libro también dice mucho a todos los pueblos, ya que las nuevas máscaras del viejo autoritarismo están tan globalizadas como el mundo que las gesta. A continuación, entablo una conversación con este libro, a partir de la experiencia de vivir, en Brasil, lo que denomino “cotidianidad de la excepción”.

1) Cuál es la parte que te toca

“La mayor parte del poder que se concede al autoritarismo se concede voluntariamente”, dice Timothy Snyder. Es justamente lo que vamos dejando que hagan por comodidad o con la esperanza de que la excepción sea solo para los demás. O, peor: con la expectativa de sacar algún provecho para nosotros mismos o para el grupo al que representamos. Justo en lo que el autor llama “política del día a día” vamos consintiendo lo que jamás deberíamos consentir. Justo también en la política del día a día podemos impedir que el autoritarismo avance. Justo en los momentos de gravedad cada uno tiene que radicalizar su ética.

Entre los varios ejemplos, el autor recuerda que el holocausto judío no habría sido posible sin la adhesión de los ciudadanos comunes. Y esa adhesión se produce poco a poco. Cuando recordamos el asesinato de seis millones de judíos, además de gitanos, homosexuales, personas con algún tipo de deficiencia física o mental, la mayoría cree que solo un monstruo sería capaz de llevar a cabo tamaña barbarie. Sin embargo, se trataba del fin de un proceso que solo fue posible debido a una serie de pequeñas adhesiones y concesiones cotidianas de la cual fue partícipe la mayor parte de la población no judía.

El futuro que resultó de este pasado de concesiones y adhesiones fue el exterminio de seis millones de personas. Pero podemos estar seguros de que el ciudadano que cometió su primera omisión o sacó algún pequeño provecho de lo sucedido jamás habría imaginado que en el futuro próximo caminaría sobre cadáveres. Y podemos estar seguros de que la mayoría de esas personas no se creía solo ciudadano, sino un poco más: “ciudadano de bien”. Los monstruos, al fin y al cabo, eran los judíos.

El horror no sucedió de golpe. El horror fue sucediendo un poco cada día, el horror fue sucediendo un poco más cada día. La primera vez que alguien atravesó la calle para no cruzarse con un judío hasta entonces amigo. La pequeña venganza personal realizada por tener envidia del otro, que tiene más éxito en los estudios, los negocios y el amor. El provecho que los comerciantes no judíos podrían sacar —y sacaron— al eliminar a la competencia. Algo más trivial, pero terrible, que es callarse ante lo que le hacen a su vecino para salvar la propia piel. La petición de ayuda rechazada, la puerta en la cara. Ninguna de las grandes barbaries de la historia humana se consumó sin el silencio de la mayoría. Y el silencio siempre se inicia en la cotidianidad. 

Silenciar es el primer acto de deshumanización del otro

Silenciar es el primer acto de deshumanización del otro, y se practica ampliamente ahora mismo en Brasil. Aquí, podríamos escribir varios libros sobre las concesiones hechas al autoritarismo ayer y hoy. Cada brasileño que se horroriza con alguna barbarie cometida en otro lugar, ayer y hoy, debería preguntarse con sinceridad qué hace ante los miles de cadáveres de jóvenes negros que mueren asesinados en la periferia, parte de ellos por balas compradas con dinero público, disparadas por policías militares. Es importante denunciar el genocidio que se comete lejos, siempre que no te olvides del que permites que suceda en tu patio trasero.

En este momento, hay otra deshumanización en curso en Brasil. Y hay que estar muy atento a ella. Ahora que las manifestaciones vuelven a ocupar las calles del país tras divulgarse la conversación entre un empresario investigado y el vicepresidente que se transformó en presidente debido a un impeachment, vale la pena que cada uno se pregunte quién vandaliza qué en este país antes de empezar a llamar “vándalo” al otro. Porque un día, y puede que no muy lejano, el “vándalo” puedes ser tú. 

Llamar “vándalo” al manifestante es la estrategia utilizada para deslegitimizar las manifestaciones contrarias a los intereses dominantes

La estrategia de deshumanización que contiene la palabra “vándalo”, que borra cualquier matiz y elimina contexto y circunstancias, se estableció en las manifestaciones de junio de 2013 y se reedita siempre que el contenido de la protesta es contrario a los intereses dominantes. En este momento, los sectores de la sociedad brasileña que se dedican a disputar el poder —o a mantenerse en él— quieren bloquear cualquier posibilidad de que se convoquen elecciones directas tras la probable casación o destitución o renuncia de Michel Temer. Usan —y especialmente abusan de— la estrategia de transformar a los manifestantes en “vándalos” y reprimir las manifestaciones con violencia para que la gente tenga miedo de salir a la calle para pedir “[elecciones] directas ya”.

La expresión más evidente del autoritarismo que la mayoría acepta e incluso apoya en este país, el autoritarismo arraigado en la cotidianidad y asumido como normalidad, es el abuso de la Policía Militar. Y, de nuevo, este abuso se usa estratégicamente contra el ciudadano para garantizar los intereses de mantener el poder. Ni una sola vez debería aceptarse que un representante de esta institución hiriese a un manifestante o acabase con una manifestación con bombas de gas lacrimógeno, espray de pimienta y balas de goma. Pero se acepta como algo natural: es lo que se denomina “enfrentamiento” o, según el caso, “dispersión”. Y vulnera la legalidad todas las veces, y lo permitimos.

Si observamos las narrativas de parte de la prensa, al mismo tiempo coautora y difusora de las palabras de orden “vándalo” y “enfrentamiento”, nos damos cuenta de que la Policía Militar ocupa un lugar como mínimo peculiar en las manifestaciones. Es como si, en cualquier momento, la fuerza de seguridad del Estado pudiera descontrolarse y acabar con todo. Y eso quien lo narra lo ve como algo natural. Cada manifestación está dominada por una tensión constante, ya que, en cualquier momento, un policía puede decidir cometer el primer acto de “dispersión”. Y cada manifestante protesta temiendo que lo acorralen, que las bombas lo asfixien o que las balas de goma lo alcancen. Y, en la mayoría de las manifestaciones, es exactamente eso lo que sucede. Y entonces viene la narrativa: “La marcha se desarrollaba pacíficamente hasta que los vándalos se enfrentaron a la Policía Militar...”.

Se olvida, por conveniencia, que la Policía Militar está allí también para garantizar el derecho constitucional a la manifestación, está allí para garantizar que los manifestantes puedan manifestarse, está allí para proteger a los manifestantes. Y se olvida que, en el caso de que alguien cometa un acto de violencia, la policía está allí para contenerlo también para que la manifestación pueda continuar. Pero se trata como si los denominados “vándalos” y la policía fueran fuerzas iguales, que ocupan la misma posición simbólica. Pero no es una pelea entre bandas rivales. La Policía Militar es el Estado. Y está allí para proteger a los ciudadanos, no para vandalizarlos. 

Un país que no para cuando la Policía Militar utiliza armas letales en una manifestación ya ha naturalizado la tiranía

Cada vez que la Policía Militar acaba con una manifestación con bombas de gas lacrimógeno, cada vez que la prensa llama “enfrentamiento” a la incapacidad de la policía de contener personas que utilizan la violencia sin ella misma ampliar y expandir la violencia, cada vez que tú y yo nos callamos, Brasil da un paso adelante en el camino del autoritarismo. Un país que permite que un policía, por lo tanto, un funcionario, le reviente la cabeza a un manifestante, como sucedió en Goiânia, es un país que ya está sumergido en el autoritarismo. Un país que no para cuando la Policía Militar utiliza armas letales en una manifestación, hiriendo a personas, como sucedió en Brasilia, es un país que ya ha naturalizado la tiranía.

En Brasil, la pena de muerte no está permitida por ley, pero los agentes del Estado la ponen en práctica regularmente con la justificación del “enfrentamiento”. Es importante darse cuenta de que tanto en las manifestaciones como en la cobertura de las manifestaciones se utiliza la misma estrategia. Quien dice que “el delincuente bueno es el delincuente muerto” ha ampliado este concepto al aceptar —o incluso al apoyar— que se hiera al “vándalo”. Y, una vez más, la justificación es la del “enfrentamiento”. Del muerto “en un enfrentamiento” (siempre los pobres, la mayoría negros) se pasa al herido “en un enfrentamiento” en las manifestaciones. Se deshumaniza para matar cotidianamente en la periferia urbana, se deshumaniza ahora para herir en las manifestaciones. Y cada vez que nos quedamos en silencio ante estos hechos, renunciamos a nuestros derechos, rasgamos la Constitución y podemos estar seguros de que el día siguiente será peor. En el sobresalto siguiente —vale la pena repetirlo— el “vándalo” puedes ser tú.

Hay quien no apoya la represión a los manifestantes, pero cree que todo se debe a una falta de preparación de la Policía Militar. Pero, si de hecho la policía no está preparada, es ingenuo dejar de percibir que esta falta de preparación está instrumentalizada. Y que también es selectiva. Más que falta de preparación, es una manera de tratar las manifestaciones que no convienen a quien está en el poder. En este sentido, la Policía Militar se transforma en una fuerza ideológica. Cabe recordar también que quien no está preparado no puede llevar armas, mucho menos representando al Estado.

Hay dos efectos muy convenientes para quien quiere acabar con las manifestaciones contrarias a su interés de perpetuarse en el poder: transformar una manifestación en “trifulca” —la tercera palabra del triunvirato autoritario al tratar las manifestaciones— y sacar a la gente de la calle, ya que muchos pasan a tener miedo de acabar heridos y se quedan en casa. Piensa, desconfía, presta atención a lo que muestran los hechos. 

Piénsalo bien antes de repetir el triunvirato autoritario: llamar “vándalo” al otro, “enfrentamiento” a la represión y “trifulca” a la manifestación

En Sobre la tiranía, el autor da un buen consejo: “Evita pronunciar frases que todo el mundo utiliza”. Y el mío es: piénsalo bien antes de llamar “vándalo” al otro, “enfrentamiento” a la represión y “trifulca” a la manifestación. Puedes pensar que estás a salvo, que solo le va a ocurrir a los demás, pero la historia muestra que el autoritarismo no evoluciona así.

La convocación del Ejército realizada por Temer, un acto de autoritarismo pero también de estupidez por parte de un gobernante acorralado, fue duramente criticada. El presidente —investigado por corrupción, obstrucción a la justicia y participación en organización criminal— y su grupo, compuesto por varios investigados, se echaron atrás. Lo que es urgente percibir es que la Policía Militar ya vandaliza las calles, igual que vandaliza el derecho a pedir “directas ya”. Estos militares que tienen autorización para estar en la calle, estos que deberían estar protegiendo los derechos constitucionales y que, sin embargo, están vandalizando la democracia en nombre del Estado pero al servicio de intereses particulares, son los que tenemos que vigilar. Y reaccionar con reflexión.

Al hablar de la realidad americana a partir de la experiencia histórica, Timothy Snyder hace algunos comentarios que también sirven para Brasil. El 2 de febrero de 1933, por ejemplo, un periódico de judíos alemanes escribió: “No estamos de acuerdo con la opinión de que Herr Hitler y sus amigos, que han conquistado, finalmente, el poder que durante tanto tiempo desearon, van a poner en práctica las propuestas que circulan. No privarán, de repente, a los judíos alemanes de sus derechos constitucionales, no los reunirán en guetos, ni los someterán a los impulsos envidiosos y homicidas de las multitudes. No pueden actuar así porque varios factores cruciales imponen restricciones a los que tienen el poder”.

¿Algún parecido con las páginas de los periódicos brasileños de los últimos tiempos? El autor de Sobre la tiranía cree que, en los Estados Unidos, los parecidos existen. Escribe: “Esa era la posición de muchas personas sensatas en 1933, y es la posición de muchas personas sensatas hoy. El error está en presumir que los gobernantes que han llegado al poder por medio de las instituciones no pueden cambiar o destruir estas mismas instituciones”. Y más adelante: “A veces, las instituciones pierden la vitalidad y su función, se transforman en simulacros de lo que fueron algún día, y pasan a fortalecer el nuevo orden en lugar de actuar como un foco de resistencia”.

Para quien se pregunta cuál es su papel en un momento como este, algunos fragmentos pueden ser reveladores: “Cuando los líderes políticos dan un ejemplo negativo, los compromisos profesionales con prácticas honestas se vuelven más importantes. (...) Los gobiernos autoritarios necesitan funcionarios obedientes, y los comandantes de los campos de concentración buscaban empresarios interesados en mano de obra barata. (...) Si los abogados hubieran seguido la norma que prohibía las ejecuciones sin juicios, si los médicos hubieran obedecido la regla que prohibía las operaciones sin consentimiento, si los ejecutivos hubieran apoyado la prohibición de la esclavitud y si los burócratas se hubieran negado a procesar la documentación relacionada con los asesinatos, el régimen nazi habría enfrentado muchas más dificultades para llevar a cabo las atrocidades por las que se lo recuerda”.

Y concluye: “La ética profesional debe guiarnos precisamente cuando nos dicen que la situación es excepcional. En ese caso, nadie puede decir que ‘solo estaba obedeciendo órdenes’. Por otro lado, si los profesionales liberales confunden su ética específica con las emociones del momento, pueden acabar diciendo y haciendo cosas que antes habrían juzgado inimaginables”. 

En Sobre la tiranía, también hay algo para los policías militares honestos, que existen, conozco a algunos. Cabe recordar que la honestidad es más que no robar o aceptar sobornos. Honestidad es proteger la vida humana, más que las cosas, y es proteger la Constitución. “Los regímenes autoritarios en general cuentan con una fuerza policial antidisturbios, cuya tarea consiste en dispersar a los ciudadanos que intentan protestar”, recuerda el autor. Hay un capítulo dedicado a mostrar como los policías y los soldados fueron instrumentalizados para servir al régimen nazi y al “Gran Terror” en la Unión Soviética. A los policías dispuestos a defender la Constitución también en Brasil, les da el siguiente consejo: “Si estás obligado a llevar un arma cuando estás de servicio, que Dios te proteja. Que sepas que males del pasado se cernieron sobre policías y soldados que un día se vieron cometiendo actos irregulares. Prepárate para decir no”.

Un consejo para los policías honestos: “prepárate para decir no”

2) Cuando todo parece mezclarse y confundirse, sigue los hechos

“Abandonar los hechos es abandonar la libertad”, dice el autor de Sobre la tiranía. En Brasil, un ejercicio importante es ver qué continúa en vigor a pesar de la situación insostenible de Michel Temer. Mientras la crisis ocupa los principales titulares, hay otra capa de acontecimientos que sigue su curso impasible.

En plena convulsión del país, el Senado ha reducido la protección ambiental de 600.000 hectáreas de selva amazónica, en el Estado de Pará, y ha arrancado más de 10.000 hectáreas del Parque Nacional São Joaquim, en el Estado de Santa Catarina. Con el pretexto de hacer la “regularización agraria”, la Cámara de los Diputados ha aprobado una medida provisional que, en la práctica, permite la apropiación legal de tierras: los que invadieron áreas públicas pueden reivindicar su propiedad hasta 2.500 hectáreas. Los diputados ruralistas intentan hacer avanzar en el Congreso la relajación de las reglas para obtener permisos ambientales, demostrando que tragedias como las de Mariana, (cuando la presa de una empresa minera se rompió, provocando uno de los mayores desastres ecológicos de la historia) importan menos que los intereses privados de grupos que están en el poder. La policía ha matado a diez trabajadores rurales en Pau D’Arco, en Pará. El hecho ha llegado a noticiarse como “enfrentamiento”, pero los sobrevivientes cuentan relatos de tortura y ejecuciones. 

Hay un proceso que la crisis política no ha paralizado. Mientras Temer se balancea y existe una gran probabilidad de que caiga, la república ruralista sigue cada vez más ágil y autónoma en el Congreso. Sigue literalmente arrancando pedazos de la selva, liberando tierras para el ganado y la explotación minera, legalizando la apropiación de áreas públicas. Es importante entender: no se trata de la agroindustria que se preocupa por los efectos del cambio climático sobre la producción de alimentos y que es adepta a las nuevas tecnologías que aprovechan mejor la tierra, sino del viejo modelo depredador que cruza la historia de Brasil. Aunque hablen tanto del “progreso”, ponen en funcionamiento el atraso. No es una coincidencia que el delator del momento, el empresario Joesley Batista, dueño del frigorífico JBS, haya amasado su fortuna con bueyes, financiación del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) y sobornos a figuras públicas.

Temer se balancea, pero la república ruralista sigue avanzando y arrancando pedazos de selva

Hay preguntas que hay que hacer para buscar respuestas que no son fáciles de encontrar, pero que tienen que buscarse: ¿quién gana y quién pierde? ¿O quién sigue ganando incluso cuando los otros, que eran aliados hasta ayer, empiezan a perder? Sigue los hechos.

En general, se mira al centro, pero todo sucede primero en la periferia. La urbana y también la del campo y la selva. De la misma forma que lo que sucedía en los gobiernos Lula-Dilma-PMDB se concebía como el huevo de la serpiente en la construcción financiera y política de la hidroeléctrica de Belo Monte, en medio del Xingú, hoy la secuencia de episodios de violencia, solo aparentemente desconectados, indica dónde está el poder. Quien circula en la Amazonia y otras áreas distantes de los centros de decisión siente la tensión creciente, palpable en las calles, en el campo, en la selva y en los ríos, porque siempre que determinados sectores de la sociedad se dan cuenta de que quedarán impunes, el tenue equilibrio se rompe primero allí. Y de forma más directa, porque sus protagonistas disimulan menos la truculencia. Y así, los más frágiles mueren primero.

Más preguntas se imponen: ¿quién, en este momento, se esfuerza para que, aunque Temer caiga, nada cambie? ¿Por qué grupos que maquinaron y/o apoyaron la destitución de una presidenta elegida, sin base legal para ello, ahora consideran que las elecciones directas son una “agresión a la Constitución”? Las respuestas no son fáciles en un escenario tan turbio como el actual. Pero nuestras posibilidades de encontrarlas están en los hechos.

Hay todavía otra pregunta importante: ¿quién decide lo que hay que filtrar a la prensa, cuándo y a quién? ¿Y cuáles son los objetivos que promueven esa decisión?

De momento, lo que parece estar más claro es por qué el empresario Joesley Batista grabó al presidente Temer. Pero hay mucho más que entender. Comprenderlo no absuelve a Temer, todo lo contrario. Lo que de hecho dijo es muy grave e incompatible con su cargo. Pero comprender todos los aspectos relacionados puede fortalecer la lucha por la democracia, e impedir que se cambien los actores pero que la farsa se siga representando.

Moverse por reflexión —y no por reflejo— es todavía más difícil en un momento como este. Pero, de nuevo, lo que tenemos como punto de partida son hechos. El resto es “posverdad”, “narrativas alternativas”, reality show disfrazado de telediario. En Sobre la tiranía, el autor alerta: “la posverdad es el prefascismo”. 

Veamos un ejemplo en que los hechos nos dan pistas para comprender lo que está ante nuestros ojos. El político João Doria ganó las elecciones a alcalde de São Paulo diciendo que no es un político. Esta estrategia es un fenómeno del mundo globalizado, basta ver las elecciones de Donald Trump en los Estados Unidos. La palabra del momento es “gestor”. Aceptando solo como ejercicio que João Doria es lo que dice ser —un gestor y no un político—, ¿qué nos muestra su reciente acción en la Cracolandia, además de que se deshumaniza a las personas?

Reflexiona: ¿un buen gestor derribaría un edificio con gente dentro?

Es importante empezar por las preguntas más simples. ¿Un buen gestor derribaría un edificio con gente dentro? ¿Un buen gestor destruiría primero para encontrar alternativas para las personas después? Si la Cracolandia solo ha cambiado de lugar, ¿por qué era importante liberar aquella parte del centro?

Sin olvidar la pregunta que debe acompañarnos durante mucho tiempo y cuya respuesta es crucial: ¿a quién le interesa destruir la política y convencer a la población de que todos los políticos son corruptos y ninguno es digno de confianza?

Sigue los hechos, encuentra las respuestas por ti mismo. No vayas repitiendo lo que los otros dicen. Respeta tu propia inteligencia. Mira lo que dice el autor de Sobre la tiranía: “Renunciar a la diferencia entre lo que se quiere oír y lo que de hecho es verdadero es una manera de someterse a la tiranía”.

3) La prensa, internet y lo que haces con esa información

Timothy Snyder escribió este libro después de la victoria de un candidato que se valió de mentiras para vencer unas elecciones presidenciales, divulgándolas como “noticias” en las redes sociales. Donald Trump también se valió del linchamiento de sus adversarios en internet, desacreditándolos con falsedades y dándoles motes peyorativos que, de tanto repetirlos, a la gente se le quedaban.

La estrategia es muy popular en Brasil, diseminada por movimientos que se han convertido en milicias digitales de derechas que cuentan con millones de seguidores y replicadores. Además de servir a lo más autoritario del país, parece evidente que estos grupos sienten placer con el hecho de haber descubierto que pueden decir cualquier barbaridad como si fuera verdad y recibirán millones de “likes”. Cuando el concepto de “posverdad” empezó a discutirse en todas partes, claramente se divirtieron produciendo noticias falsas cuyo contenido era decir que noticias verdaderas eran falsas. A veces parecen niños psicópatas jugando a manipular, con la seguridad de que no se les responsabilizará de nada.

Brasil paga caro tanto la destrucción de la educación pública como el hecho de que la educación privada se haya convertido solo en un negocio lucrativo, que reproduce la segregación y los privilegios entre muros. Se ha creado una generación de indigentes intelectuales de todas las clases sociales que no consiguen discernir el hecho de la falsificación, pero están dispuestos a adherir, a gritar y a linchar. ¿Cómo recuperar la capacidad de pensar y vencer la pereza de leer en un momento tan decisivo para el día siguiente del país?

Timothy Snyder escribió capítulos muy interesantes sobre la prensa, sobre la televisión y sobre las redes sociales. Y hace una bella y enfática defensa del periodismo escrito y de los libros. He seleccionado algunos fragmentos:

Sobre la televisión:

“La televisión pretende superar el lenguaje de la política mediante la transmisión de imágenes, pero los saltos sucesivos de un cuadro a otro pueden perjudicar el sentido de conclusión. Todo sucede deprisa, pero nada sucede de verdad. Todas las noticias del telediario son ‘urgentes’, pero solo hasta ser desbancadas por la noticia siguiente. De esta forma, a todos nos alcanza una ola tras otra, pero nunca vemos el océano. (...) Consideramos este trance colectivo algo normal. Caemos en él lentamente”.

Sobre las milicias productoras de noticias falsas y linchamientos virtuales en las redes sociales:

“En el mundo bidimensional de internet, han surgido colectivos invisibles a la luz del día: tribus con diferentes visiones del mundo, entregadas a manipulaciones. (Y, sí, hay una conspiración que se puede encontrar online: la conspiración para mantenerte conectado en busca de conspiraciones).

Sobre la prensa escrita:

“Antes de ridiculizar la ‘corriente dominante’ del periodismo, observa que ya no es la dominante”

“Si, por un lado, cualquier persona puede compartir un artículo, investigar y escribir es un trabajo arduo, que exige tiempo y dinero. Antes de ridiculizar a la ‘corriente dominante’ del periodismo, observa que ya no es la dominante. Lo que es dominante y fácil es la ridiculización, el periodismo de verdad es restrictivo y difícil. Por eso, prueba tú mismo escribir un artículo digno de su nombre, que implique tener trabajo en el mundo real: viajar, entrevistar a personas, mantener relaciones con las fuentes, investigar en archivos, comprobarlo todo y revisar los borradores, todo esto dentro de un plazo ajustado e inaplazable. Si te gusta, crea un blog. Entretanto, confía en aquellos que hacen todo eso para ganarse la vida. Los periodistas no son personas perfectas, así como otros profesionales no son perfectos. Pero el trabajo de las personas que practican un periodismo ético tiene una calidad diferente del periodismo de quien eso no le preocupa”. 

Sobre la responsabilidad de quien da “likes”, comparte y replica textos, audios y vídeos en internet:

“Si aprendemos a no vulnerar la mente de desconocidos en internet, otros aprenderán a hacer lo mismo”

“Si buscamos los hechos, internet nos proporciona un poder envidiable para divulgarlos. (...) Como en la era de internet todos somos editores, cada uno de nosotros carga con cierta responsabilidad privada por el sentido de verdad de lo público. Si adoptamos una postura de seriedad a la hora de buscar los hechos, cada uno de nosotros puede hacer una pequeña revolución en la forma como funciona internet. Si buscas hechos comprobados, no enviarás información falsa a otras personas. Si prefieres seguir a periodistas en los cuales tienes motivos para confiar, también puedes recomendarles a otras personas lo que publican. Si retuiteas solo el trabajo de personas que respetan los protocolos periodísticos, es menos probable que te rebajes a tratar con robots o trolls. No vemos las mentes que perjudicamos cuando publicamos información falsa, pero eso no quiere decir que no les hagamos daño. (...) Si aprendemos a no vulnerar la mente de desconocidos en internet, otros aprenderán a hacer lo mismo”.

El autor aconseja: “Reflexiona tú solo sobre las cosas. Dedica más tiempo a los artículos largos. (...) Responsabilízate por lo que comunicas a las personas”.

4) En tiempos de incerteza, ¿dónde colocar el cuerpo? 

Es muy duro vivir en una cotidianidad de excepción. Es muy duro atravesar el presente a sobresaltos. Es muy duro perder la ilusión de que conocemos mínimamente el día de mañana. Es muy duro planear algo a partir de una realidad y, en seguida, todo cambia y lo que estaba programado caduca. Nuestros instintos más básicos nos inducen a desear que acabe lo más rápido posible, aunque para eso tengamos que renunciar a los derechos conquistados con mucha dificultad. Nuestros instintos más primitivos nos mandan seguir a cualquiera que prometa “arreglar todo eso que está ahí”.

Pero qué bien que nuestra especie piensa, y no solo reacciona. Entonces, podemos reflexionar y darnos cuenta de que lo que hoy es difícil puede volverse más difícil durante mucho más tiempo si adherimos a un proyecto autoritario y le volvemos la espalda al deber de hacer preguntas, de las más simples a las más espinosas. Como escribe Timothy Snyder, “las personas que te garantizan que solo ganas seguridad a cambio de libertad, en general, quieren negarte ambas”.

Todo podrá resultar difícil durante mucho más tiempo si renunciamos al imperativo ético de pensar, y de asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos. “Comprender un momento es ver la posibilidad de participar en la creación de otro momento”, escribe el autor de Sobre la tiranía. “La historia nos permite ser responsables no de todo, pero de algo”.

Termino con un fragmento del libro particularmente inspirador para el momento actual de Brasil:

“El poder desea que tu cuerpo se debilite en la poltrona y que tus emociones se disipen en la pantalla. Sal de casa. Lleva tu cuerpo a lugares desconocidos, donde viven personas desconocidas. Haz nuevos amigos y manifiéstate junto a ellos. (...) Nada es real si no termina en la calle”.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - O Avesso da Lenda, A Vida que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.

Traducción: Meritxell Almarza

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