Cómo llegó el primer ministro portugués a hacer de canguro de cuatro niños de un periodista
Un cronista se quejó del cierre de colegios por la visita del Papa y llevó a sus hijos a la residencia oficial
De la crítica hay que hacer virtud. Es difícil encontrar a un político más hábil que el actual primer ministro portugués, António Costa. Si tuviera que competir, lo tendría que hacer con su superior jerárquico, el presidente, Marcelo Rebelo de Sousa.
Pese a ser Portugal un país laico, el primer ministro concedió el pasado viernes fiesta a todos los funcionarios dependientes del Gobierno; eso abarcaba a los funcionarios de la Educación y de la Sanidad. En fin, quizás un exceso, pues los católicos o no que quisieran ver al Papa en Fátima les bastaba con cogerse un día de fiesta de sus vacaciones o ni eso, pues los actos principales eran el mismo sábado. Sin embargo, Costa decidió dar fiesta a los funcionarios, con enfado de sus propios correligionarios socialistas.
Las críticas también se extendieron en la prensa. El cronista del diario Público João Miguel Tavares, además de criticar la medida, advirtió al dirigente de que como él no era funcionario público tenía que trabajar; y sus cuatro hijos, como iban a una escuela pública, se quedaban sin cuidado. Así que prometió en un artículo que los llevaría en la mañana del viernes a la residencia del primer ministro para que los cuidara él durante el horario escolar. Dicho y hecho.
Como ha contado en su cuenta de Facebook, Tavares llevó a los hijos a la residencia, y allí estaba António Costa para cuidar de los retoños, aunque, advirtió, solo por la mañana, ya que por la tarde tenía otros menesteres, entre ellos recibir al Papa. Así que por una mañana el palacio de São Bento fue guardería circunstancial y privilegiada.
Esto no acaba aquí, porque el comentarista Tavares, siempre muy crítico con los socialistas, se ha ganado las críticas de los suyos, los del PSD, por prestarse a esta maniobra y caer en la trampa del hábil Costa.
Pronto, Costa volverá a dar fiesta a los funcionarios y entonces se verá si se extiende la costumbre de llevar a los niños a su residencia palaciega y si se les abre sus puertas o solo fue un caso puntual. Sin duda, abrir las puertas a todos los niños sin clase será más fácil que reducir los festivos de los funcionarios.
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