La emancipación de Frankenstein
Macron fue una creación de Hollande que, "al mismo tiempo", descubrió su propio camino pactando con los conservadores
Emmanuel Macron es el candidato de "et en même temps", un predicado de sus propuestas políticas -"y al mismo tiempo"- que retrata su promiscuidad ideológica, que irrita a sus adversarios y que él mismo ha convertido en argumento autoparódico de sus mítines. "Al mismo tiempo" significa que Macron corrige las ideas de la izquierda o de la derecha para ajustar el nivelador. Y para abundar, recrearse, en el hallazgo del extremo centro en sus cualidades de consenso o de síntesis hegeliana.
Un buen ejemplo lo constituye la ley de las 35 horas semanales. Macron no piensa suprimirla, pero "al mismo tiempo" convertirá las horas extra en un espacio de negociación entre empresarios y empleados, despojándolas de cargas sociales e introduciendo oxígeno, flexibilidad, recetas liberales, al dogmatismo laboral.
De hecho, la proyección de Macron como expresión epifánica del centro sobrevino cuando puso su propio apellido a una ley aprobada en 2014 que abolía la observancia del domingo como día de reposo. Era un remedo anacrónico de las tradiciones católicas, pero la transgresión de modificarla tanto requirió sobrepasar la oposición de algunos colegas socialistas como agradecer el impulso que le dieron los conservadores.
El insólito equilibrio de fuerzas en oposición proporcionó a Macron la apertura de su propio camino. No lo hubiera emprendido sin el patrocinio ni padrinazgo de François Hollande, pero es cierto, "al mismo tiempo", que el frustrado y frustrante presidente necesitaba a un ministro iconoclasta, un cuerpo extraño, a un fichaje exterior, que asumiera la valentía de introducir reformas de emergencia contra el inmovilismo.
La experiencia ha terminado en un parricidio político. Hollande cultivó al tiburón de Macron como si fuera un delfín. Y fue el primero en advertir la proyección o la ambición de su criatura. El híbrido de Frankenstein se emancipó. Por eso Hollande eludió la tentación de presentarse él mismo a la renovación elísea. Y por la misma razón el presidente de la República ha fomentado la implosión de la familia socialista.
Resulta paradójico que la catástrofe del PSF se haya producido no únicamente por la negligencia de Hamon o por la ceguera de los militantes en la criba de las primarias -¿cuáles hubieron sido las opciones de Manuel Valls?-, sino porque la casa madre de la rue Solferino, no supo comprender ni retener la opción extrema de Mélenchon ni la derivada moderada, centrista de Macron. La suma de ambos exministros socialistas, más la pedrea de Hamon abarcan un espectro electoral del 50,4% de los votos.
Es el escarmiento de unos comicios que consagran la intuición de Macron. Le ha despejado el camino la autodestrucción de sus rivales -la endogamia socialista, la imputación de Fillon- y le ha favorecido su misión de anticuerpo a la extrema derecha de Le Pen, pero ya decía De Gaulle que las elecciones francesas representan el encuentro de un hombre con el destino de un país.
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