La línea defensiva del húngaro Víktor Orbán con Serbia
La valla, de cuatro metros de altura, dividía a finales de 2015 ambas naciones a lo largo de 175 kilómetros
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El 15 de septiembre de 2015 lo cambió casi todo. Era la fecha señalada a fuego por la caravana de refugiados que atravesaban por entonces el mar Egeo. Ese día, las autoridades húngaras sellaban su frontera con Serbia y cortaban el flujo. Fueron las órdenes del controvertido primer ministro Viktor Orbán. Y así se hizo. Los periodistas que visitamos los campos improvisados situados en Kanjiza y Horgos, del lado serbio, pocas fechas antes del cierre, fuimos testigos de una carrera de la esperanza. Era una pequeña contrarreloj en la que inmigrantes y refugiados, la mayoría de origen sirio, iraquí o afgano, trataban de atravesar la frontera y llegar a Roszke, primera localidad en suelo húngaro. Pero muchos no lo lograron.
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Habían llegado a Grecia por mar, atravesado Macedonia sin parar, cruzado Serbia de sur a norte para entrar de nuevo en suelo de la UE. Pero no lo consiguieron. Días después del portazo de Orbán —al que pocos refugiados cogieron afecto—, la escena en las aldeas serbias fronterizas era de frustración. Muchos decidieron tirar hacia Croacia, la nueva ruta hacia el norte. Pero otros decidieron aguardar dolidos con Budapest. Y el malestar se concentró junto a la valla de alambre y espinos que el Gobierno había empezado a levantar en verano para que el Ejército la custodiase. A finales de ese 2015, la valla, de cuatro metros de alto, cubría los 175 kilómetros de frontera entre los dos países.
Un año y medio después, con la segunda línea defensiva en construcción, la situación ha virado completamente. Si entonces eran más de 2.500 los migrantes que accedían cada día a Hungría desde el norte serbio, hoy la media de los que logran pasar y ser registrados formalmente es de cinco, según datos recientes de la Organización Internacional de las Migraciones, a través de los cruces de Tompa (junto a la localidad de Kelebia, en la imagen) y Roszke.
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