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Kim Jong-un recupera una siniestra tradición de la Guerra Fría

Los servicios secretos de los países comunistas cometieron crímenes en toda Europa

Agentes de la policía en el aeropuerto de Kuala Lumpur tras el asesinato de Kim Jong-nam. En vídeo, tres famosos asesinatos al estilo soviético.Foto: reuters_live | Vídeo: DANIEL CHANAP / REUTERS-QUALITY
Guillermo Altares

Paraguas, polonio, balazos, hasta un piolet… La Guerra Fría estuvo marcada por el asesinato del enemigo más allá de las fronteras del bloque socialista. Cuando alguien era condenado a muerte por los agentes soviéticos, sobre todo en la época de Stalin, tenía muy pocas posibilidades de escapar a su cita en Samarra. El asesinato en el aeropuerto de Kuala Lumpur de Kim Jong-Nam, hermano por parte de padre del implacable líder de Corea del Norte Kim Jong-Un, recuerda a los peores momentos del enfrentamiento entre bloques.

El método utilizado —un spray con un agente nervioso mortal— también responde a una vieja tradición. A diferencia de las pistolas o el estrangulamiento, el veneno crea unos momentos de desconcierto esenciales para que los autores puedan huir y, sobre todo, da la impresión de que se trata de un castigo que puede ocurrir en el momento más insospechado y del que resulta imposible zafarse.

El caso más famoso es el del llamado paraguas búlgaro, utilizado por los servicios secretos del país balcánico, Darzhavna Sigurnost o Comité de Seguridad del Estado, en colaboración con la KGB. La punta del paraguas se convertía en un arma mortal: la víctima padecía un pinchazo que, en realidad, era un perdigonazo impregnado en ricina, un veneno mortal. El escritor búlgaro Gueorgui Ivanov Markov, disidente que trabajaba para la BBC en Londres, se encontraba cerca del puente de Waterloo el 9 de septiembre de 1979 cuando notó algo en la pierna. Un hombre con paraguas se disculpó con acento extranjero y esfumó. Markov no le dio mayor importancia. Sin embargo, unas horas después, comenzó a sufrir fiebre. Murió tres días después: Scotland Yard ya tenía la certeza de que se trataba de un asesinato, aunque casi 40 años después nadie ha sido procesado por este crimen.

Fotos policiales de la vietnamita Doan Thi Huong y la indonesia Siti Ashyah.
Fotos policiales de la vietnamita Doan Thi Huong y la indonesia Siti Ashyah.AFP

Londres fue también el escenario de uno de los crímenes más siniestros de la posguerra fría: el envenenamiento del exespía ruso Alexander Litvinenko con polonio, un elemento radioactivo que dos antiguos colegas le habían puesto en el te en el hotel Milenium de Londres en noviembre de 2006. Tardó tres semanas en morir. Litvinenko, que tenía nacionalidad británica cuando falleció, colaboraba con los servicios secretos de su país de adopción y con los españoles, a los que informaba sobre las mafias rusas. Diez años después, una investigación oficial británica llegó a la conclusión de que se trató de una operación del SFS (Servicio Federal de Seguridad, antiguo KGB), realizada por dos agentes rusos, Andrei Lugovoi y Dimitry Kovtum, que “fue probablemente aprobada por Nikolai Patrushev, entonces al frente del servicio, y también por el presidente Vladímir Putin”. El cambio de bando no se perdona nunca.

El caso más famoso de la era Stalin fue el asesinato de Leon Trotsky

El expresidente ucranio Víctor Yúschenko logró sobrevivir a otro extraño envenenamiento, esta vez con una dioxina que le deformó el rostro en septiembre de 2004. Acusó a los servicios secretos de su país, pero el caso nunca se resolvió.

Sin embargo, nunca se ha logrado superar la crueldad de los agentes del NKVD, la temida policía política de Stalin, responsable de millones de muertes en las grandes purgas de los años treinta, y que nunca dudó en actuar en el extranjero, cuando sus víctimas trataban de poner tierra de por medio. Cualquier enemigo del dirigente soviético debía morir cómo y dónde fuese. El caso más famoso fue el asesinato de Leon Trotsky por el español Ramón Mercader, en 1940 en México. Stalin alcanzó el poder en la URSS tras la muerte de Lenin y fue acabando con todos los personajes relevantes de la Revolución de Octubre. Sólo quedaba Trotsky contra el que planeó todo tipo de intentos de asesinato hasta que el NKVD logró que Mercader se introdujese en un círculo más íntimo y le asesinase con un piolet.

En el libro Un espía en la trinchera, con el que ganó el Premio Comillas de Biografía de la editorial Tusquets y que saldrá a la venta el 7 de marzo, Enrique Bocanegra cuenta las hazañas de Kim Philby en la Guerra Civil española. El que fuera el mejor agente doble que tuvo nunca el KGB, fue fichado en los años treinta justo en el momento de mayor poder, y terror, de Stalin. Bocanegra narra que llegó un momento en que los asesinatos de los agentes soviéticos en París eran tan descarados y frecuentes que Francia amenazó con romper relaciones diplomáticas con la URSS si no se detenían.

Cuando un agente que operaba en Europa recibía la orden de volver a Moscú, sabía que las posibilidades que tenía de salir vivo de ese viaje eran casi inexistentes. Es lo que ocurrió con Ignace Reiss, uno de los agentes más importantes del principio de la URSS, que fue asesinado a tiros en 1937 cerca de Lausana (Suiza), donde había tratado de escapar con su familia. Bocanegra cuenta que, cuando supo que los asesinos del NKVD iban tras sus pasos, su cabello se volvió completamente blanco en solo diez días.

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Otro caso extraordinario fue el de Alexander Orlov, uno de los principales agentes de Stalin en la Guerra Civil española, el hombre que torturó y asesinó a Andreu Nin y que persiguió sin piedad a los trotskistas del POUM –entre los que se encontraba un joven escritor idealista llamado George Orwell–, el tipo que se ocupó de sacar el oro de la República hasta Moscú. Cuando recibió en 1938 una orden que le invitaba a abordar un barco en Amberes con dirección a Rusia, supo que había llegado el momento de morir o de huir. Eligió lo segundo y escapó a Canadá. Tuvo el coraje de chantajear a Stalin y cambió su silencio por su vida, un trato que el dictador aceptó porque corría el riesgo de que saliesen a la luz los nombres de todos los agentes del NKVD que operaban en el mundo.

Pero el KGB nunca olvida. Orlov inició una nueva vida en EE UU, protegido por los servicios secretos de este país. Sin embargo, como cuenta Bocanegra en su libro, “una noche de noviembre de 1969, abre la puerta de su domicilio a un desconocido y descubre que, después de 31 años de fuga, el KGB ha conseguido localizarle”. Estaba totalmente convencido de que iban a matarle pero se equivocaba: querían que regresase a la URSS como un héroe del combate contra el stalinismo, una operación de propaganda. No aceptó. A diferencia de tantas otras víctimas de la Guerra Fría, logró vivir para contarlo.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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