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TIERRA DE LOCOS
Columna
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Edipo vive y se llama Macri

Algo tenía claro Freud: matar al padre es muy difícil. Es un monstruo de mil cabezas

Ernesto Tenembaum

A medida que pasan sus días, el presidente argentino Mauricio Macri va adquiriendo un parecido asombroso con su padre. Es un hecho biológico habitual, aunque sucede a destiempo. Hasta hace poco era imposible de confundir al uno con el otro. Pero la piel del presidente tiene ahora una tonalidad distinta, la mirada se hizo como más lavada, la cara va siendo derrotada por ciertas redondeces, entre ellas la de la papada, el pelo va clareando hasta que, por momentos, la aparición de cualquiera de los dos genera unos segundos de duda: ¿Es él o es el padre? El problema es que esa curiosidad —la genética, imponiendo sus leyes de manera tardía— puede derivar en una situación política muy delicada.

El papá del presidente se llama Franco. Es un italiano que llegó sin nada y, en pocas décadas, era dueño de un superholding donde se entremezclaba una de las principales constructoras del país, la más poderosa fábrica de autos, empresas de recolección de basura, teléfonos, campos y casi todo lo que diera dinero. "Detrás de cada fortuna hay un crimen", dice Mario Puzo en El Padrino. El caso no fue la excepción. Condonación de deudas millonarias, sobreprecios en obra pública, convivencia con políticos venales, contrabando de autos, serían los títulos de los escándalos públicos a los que Franco, su holding, su familia, sobrevivieron. De esos polvos, surgió Mauricio: plata, poder y, por decirlo de manera delicada, cierto toque de heterodoxia moral.

Un lugar común del psicoanálisis sostiene que nadie logra constituir su subjetividad si antes, como Edipo, no mata a su propio padre. Mauricio lo intentó y eso que el padre era un peso pesado. Primero, pegó el portazo en la empresa familiar. "Quería reemplazarme", explicaría Franco, "y yo estaba de acuerdo, si era el más capaz. Había una pequeña diferencia de tiempos. Yo quería decidir cuándo me iba a jubilar". Entonces Mauricio salió al mundo a demostrarse que podía ser más que su padre. Vaya si lo logró. Salió dos veces campeón del mundo como presidente de Boca Juniors, gobernó con sucesivos éxitos electorales la indómita capital de la Argentina.

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Pero no bastaba. Fue, entonces, por la presidencia de la Nación. "Tenés que parecerte lo menos posible a tu padre", le dijeron. Con tenacidad encomiable, cada día Macri daba un paso más para convencer al país de que él no hacía negocios como Franco, que la época de la cuna de oro, la soberbia, los negocios sucios, había quedado atrás. Cada vez que se distanciaba de su padre, ganaba en popularidad. Es raro encontrar una foto de ambos, juntos, en los años previos a la asunción.

Pero uno es quien es y tarde o temprano, eso se nota. El primer aviso llegó unos días después de la asunción de Macri. El escándalo de los Panama Papers exhibió que el holding de los Macri operaba con un enjambre de empresas offshore. A mí por qué me miran, dijo el presidente. Pregúntenle a mi padre. El segundo aviso estalló en estos días. Hace 15 años que el holding Macri le adeuda al Estado argentino una fortuna que, originalmente, equivalía a 300 millones de dólares. El Gobierno de Macri firmó un acuerdo con las empresas de Macri para que estas pagaran el doble de lo que adeudan ¡en el año 2030 y en pesos muy devaluados! Una fiscal revisó el asunto y descubrió que si se aplica la simple fórmula del interés compuesto, aun con una tasa extremadamente conservadora, las empresas de Macri le estarían pagando al Gobierno de Macri cerca de 300 millones de dólares menos de lo que deberían. Y el escándalo no para de crecer.

Desde entonces, el Gobierno de Macri explica que es todo legal, que el cálculo está mal hecho, que la culpa es del Gobierno anterior, que las empresas son de Macri pero de otro Macri. Pero no repara en que la biología es impiadosa y que, en algunas fotos, el parecido entre padre e hijo empieza a ser sorprendente y que la sociedad votó al segundo porque, por un momento, los creyó distintos.

Freud nos complicó la vida con chanchadas como el sexo con la madre, el asesinato del padre, la sangrienta decisión de arrancarse los ojos. Pero algo tenía claro: matar al padre es algo muy difícil. Es un monstruo de mil cabezas. Macri deberá intentarlo una vez más, antes de que la mímesis sea completa y vuelva a ser "el hijo de Franco".

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