_
_
_
_
ARCHIPIÉLAGO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La orquesta del Titanic (Ciudad vieja, Cartagena)

Trump tendría que irse para que su paso por la presidencia no fuera el Apocalipsis, sino apenas otra vergüenza en la Historia de Estados Unidos

Ricardo Silva Romero

Quizás haya que construir el muro para que el burdo Donald Trump no se pase a este lado. Tal vez nos toque a nosotros fiscalizar y denunciar y encarar sus despotismos, mientras nos sigue hundiendo a todos, como negándonos a ser la malograda pero corajuda orquesta del Titanic. Quiénes somos “nosotros”: billones de personas de paso que hemos sido educados para no habituarnos a que la humanidad sea una cadena alimenticia. Por qué vuelvo a este tema como encogiéndome de hombros ante otro opresor que está reduciendo el mundo a él: porque en el Hay Festival que sucede cada año en la Cartagena vieja, en la Cartagena amurallada aquí en Colombia, todas las conversaciones desembocaron en Trump. Cómo no. Que su primera semana haya sido chistosa, de sátira política, no quiere decir que no haya sido espeluznante.

Y los escritores y los historiadores y los ilustradores y los músicos y los periodistas, que son quienes ofician las charlas del Hay, se vieron obligados a decirlo, a repetirlo cada uno a su manera, porque lo suyo es señalar infiernos con el dedo: Trump.

Que, muérase quien se muera, ha recortado de un firmazo la financiación de los programas de salud reproductiva. Que ahora quiere deshacerse de NPR, de PBS: “¡están despedidos!”. Que ha conseguido arruinar las relaciones de su país con México en pocos días. Que, con la convicción firme de que “el ecologismo está fuera de control”, acaba de autorizar la construcción de un par de oleoductos que el anterior gobierno había frenado para evitar una pesadilla ambiental. Que, según cuenta la candidez del exalcalde Giuliani, quería “prohibir a los musulmanes”, y se rodeó de abogados para emitir aquella orden ejecutiva que les cierra la puerta a los inmigrantes de siete países. Que –siguiendo el manual de los tiranos– ha vuelto a echarles la culpa de sus desmanes a los medios que llama “el partido de la oposición”, y seguirá con la justicia.

Ya los republicanos han confirmado que Trump será Trump, para mal y para mal. Y el millonario impasible, que es un patrón viviendo la fantasía de “si yo fuera presidente…”, tendría que irse para que su paso por la presidencia no fuera el Apocalipsis, sino apenas otra vergüenza en la Historia de Estados Unidos: “hubo una vez un presidente anaranjado…”.

En la Cartagena vieja, a la que siguen llamándole “la heroica” porque no sólo supo defenderse de la armada inglesa en 1741 sino de la pacificación española en 1815, miles de personas alérgicas a los uniformes se reunieron en el Hay Festival con la ilusión de que el arte o el humor –que entonces son lo mismo– sigan siendo un problema para los padres de familia de derecha, que educan a sus hijos como si el odio no fuera una ficción sino un hecho, y una amenaza para estos lideres envalentonados porque el presidente gringo se porta como se portaba Chávez allá en Venezuela, como se ha portado Uribe acá Colombia: como si esto fuera suyo.

Se le ve feliz al presidente venezolano Nicolás Maduro exigiéndole disculpas al vicepresidente colombiano Germán Vargas por haberse referido a los venezolanos como “venecos”. Se le ve feliz a Vargas declarándose sorprendido porque el gobierno de Maduro, “que no respeta la democracia”, dé connotaciones negativas a “un gentilicio”, ja. Se le ve dichosa a la derecha colombiana regañando como escupiendo al presidente francés por visitar a las Farc o quejándose de que avance la implementación del acuerdo de paz. Se les vio risueños por lo angustiados, en cambio, a los asistentes al Hay: el mundo se había vuelto una parodia distópica apenas en una semana, y, ante la sombra ominosa de otro megalómano que jura ser el sol, no era claro si las murallas de Cartagena los defendían o los encerraban.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_